martes, 30 de noviembre de 2010

----- Fabrizio

FABRIZIO

Fabrizio no pudo escuchar la última frase. Había decidido desaparecer de aquella mesa, de aquella escena y del lado de Bianca. ¿Acaso era él la única persona normal en esa ciudad, en esa isla? ¿El único que no iba pegando pollazos con las esquinas? ¿El único que se interesaba por algo más que la carne cubana?

Bárbara y su padre hablaban con Yaquelín en una mesa cercana. “Incluso ellos”, pensó. Bárbara, tan joven y guapa, tan segura de que no necesitaba dinero ni condición social alguna para acostarse con un hombre, en el fondo, también estaba sacando beneficio de la miseria de aquellas gentes, de Yuri, ¿o no? Tal vez era él el equivocado y Yuri estaba con ella por amor. ¿Cómo saber que aquel mulato estupendo en otras condiciones haría lo mismo, por más que Bárbara fuera una mujer fabulosa? Ahí, todos eran yumas. Había yumas buenos y malos, jóvenes y viejos, guapos y feos, que pagaban sin trabas y a los que había que sacar con disimulo, los que se enamoraban y de los que se enamoraban y los que se aprovechaban y de los que se aprovechaban. Pero todos eran extranjeros.


Saludó a Bárbara, Manuel y Yaquelín y aceptó tomarse un ron con ellos antes de irse. Aún era temprano. Antes de que pudiera sentarse ni darse cuenta de que no había vaso para él, Yaquelín se había levantado dispuesta a traerle uno de la barra. En cuanto la chica desapareció, Bárbara miró burlona a su padre.


-¿Qué, papi? ¿Qué tal esta tarde con Yaquelín? ¿No te parece que es muy simpática contigo?
-¡Por favor, Bárbara! Si no es más que una niña...
-¡Joder, papá! Así cómo te vas a olvidar de mamá. ¡Estás en Cuba! Relájate un poquito, ¡disfruta!
-No quiero, Bárbara. No es a eso a lo que he venido...
-Vale que Yaquelín igual es muy joven, pero no deberías estar tan cerrado, porque aquí también hay mujeres adultas y estupendas con las que puedes bailar y mantener una conversación. Puedes encontrar a alguien. Eso sucede, ¿sabes? Incluso extranjeras. Pero tienes que estar un poco dispuesto.

“Bueno”, pensó Fabrizio, “al menos parece que alguien se salva”.

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