viernes, 26 de noviembre de 2010

Cinco- El inglés


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EL INGLÉS

Aquella noche, en una conversación con John y Yolenys, Thomas descubrió que Diana podía hablar inglés y el alemán pasó sin dudarlo a la lengua universal.

Sería el idioma, pero, por primera vez, Thomas no le parecía un estúpido. El alcohol también ayudaba: las 22.30 y ya estaban borrachos. Todo era divertido alrededor, porque había un alrededor, un lugar aparte de ellos, que observaban y comentaban, que se reían del resto. Estaban, por primera vez, juntos.

Thomas le hablaba de su vida en Alemania, de su hijo de dos años con una mujer con la que no estaba, de su trabajo, de lo mucho que le gustaban sus ojos oscuros.

Regetón, salsa y la balada de Foreigner que sonaba una media de tres veces por noche y que hacía que todos se pegaran un poquito más para bailar. Clásicos como Un monton de estrellas de Polo Motañez. Diana con ganas de bailar y Thomas impasible en su negativa a moverse, con su pose de yupi en vacaciones, piernas cruzadas y brazo apoyado en el respaldo de la silla, con la copa en una mano y un cigarro en la otra.

La española miró a su alrededor y cogió al primer cubano que se encontró: Yoandri. Mientras el mulato le hacía girar entre instrucciones y risas y ella se defendía lo mejor que podía, Thomas fumaba y seguía mirándole con su manera continua de hacerlo.

Al sentarse de nuevo junto al alemán, le besó sin esperar a que él lo hiciera, porque le apetecía desde que le había visto atento a sus pasos y porque el alcohol la volvía mucho más cariñosa. Cuando se dejó caer en la silla notó cómo la compresa mojada se pegaba a su piel. Ratificó su odio hacia las compresas y el asco que le daba sentir el plástico pegado a sus labios, la sangre seca enredada en su vello. Tenía que cambiarse, pero el baño del Rumbos, sin cisterna ni papeleras, ni, por supuesto, papel higiénico, no era el lugar ideal.

Thomas le propuso que se fueran a casa. Ella se negó. No quería ir esa noche con él, prefería llegar a su habitación, ducharse y dormir tranquila, sin miedo a manchar una cama que no era la suya (ni la que ella había pagado).

Él insistió y ella se negó de nuevo.

-Otro ron- propuso.

Él aceptó.

El alcohol y las horas no sirvieron para hacer que el alemán desistiera, mientras que ella se volvió más indulgente, o se olvidó del problema.

-Ven conmigo.
-No, Thomas, en serio. No quiero ir. No hoy.
-¿Por qué?
-Porque tengo la regla y prefiero irme a mi casa y necesito cambiarme la compresa...
-Entonces, tienes que ir a tu casa a por tus cosas, ¿no? Puedo ir contigo y luego nos podemos ir a mi casa a dormir juntos.
-No, Thomas. Hoy no.
-Por favor, ven conmigo. No me importa tu regla, ni la sangre, ni todo lo demás. Sólo quiero dormir contigo. No quiero dormir solo esta noche. Sin sexo. Sólo dormir a tu lado.

La mirada de Thomas, de repente, ya no era un continuo dulce, sino un agujero lleno de vacíos al que daba vértigo asomarse. Diana tuvo la certeza de que le decía la verdad: no quería dormir solo.

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