lunes, 31 de enero de 2011

Tres- Más o menos en confidencia

MÁS O MENOS EN CONFIDENCIA

Amanda consiguió convencer al teniente para que le diera unos minutos con los tres españoles y la italiana en el cuarto que quedaba libre. Ella, morena y tranquila, transmitía seguridad, orden.

-Necesito que sean sinceros conmigo. ¿Ok? –todos asintieron con la cabeza-. ¿Saben algo de la droga?
-No tenemos ni idea de lo que están hablando –respondió Bárbara alterada–. Ni siquiera sé si esa droga es real.
-¿Han consumido drogas? Cualquier cosa: cocaína, marihuana…
-¡No! –volvió a responder Bárbara.
-¿Entonces por qué les acusan?
-Eso es lo que queremos saber nosotros–. Dijo Diana.
-Miren, como ya le expliqué a Manuel, las drogas en Cuba son algo muy serio. Acá no se hace diferencia entre comprar, vender, consumir… todo es delito de tráfico de drogas. No serían los primeros extranjeros en quedar presos por algo así.
-Pero no hemos hecho nada. ¡Nada! -continuó Diana.
-Ok. Yo tengo aún que aclarar algunas cosas con el teniente. Pero tienen que asegurarme su inocencia.
-Se lo aseguramos -contestó Bárbara.
-Está bien. De todas formas, tengan paciencia. Las cosas acá, todas, van despacio. Así que imagínense esto… Les repito que no desafíen a nadie, mantengan su inocencia, pero relajados, colaborando para que esto se resuelva pronto.
-¿De cuánto tiempo hablamos? –preguntó Manuel.
-Depende. No se lo puedo decir. Quizás unas horas, quizás días. Ahora mismo ustedes están acusados de tráfico de drogas y tienen un tema pendiente con la justicia. Ni pueden abandonar el cuartel, ni pueden abandonar el país. Yo voy a intentar que les dejen salir de aquí, por lo menos, bajo control, pero no les prometo nada. Sean buenos, ¿ok?

Dos- Una pequeña conversación

UNA PEQUEÑA CONVERSACIÓN

-Ya está -dijo Yoandri.
-¿Qué? -Preguntó Bianca.
-Que ya se acabó todo para ustedes, que ya vinieron a sacarlos de aquí.

El mulato se había levantado y permanecía de pie frente a ella con expresión de derrota.

viernes, 28 de enero de 2011

Un- La salvadora

LA SALVADORA

No era lo que ella había imaginado, un salvador/a debería ser una persona que solucionara las cosas con su sola presencia. Pero aquella mujer que representaba al consulado de su país no parecía tener ningún poder especial. Diana siempre había pensado que la fuerza de las embajadas era arrolladora, que bastaba con nombrarlas para que los que le estaban fastidiando se cagaran por las paticas (como decían por allí), pero no era el caso. Lo cual hizo que la cagada fuera ella. Estaban en Cuba. Cuba, la pequeña isla del Caribe que mantenía en jaque al país más poderoso de la tierra, la que le había desafiado en varias ocasiones, la socialista, la que no creía en gigantes ni en enanos, la que no acataba las órdenes de nadie, la que sólo las daba, la revolucionaria… Se dio cuenta de lo mucho que había cambiado su realidad en unos días, desde que mirara esa mancha con forma de cocodrilo en el mapa como a una víctima de un orden internacional que no aceptaba que osasen a poner en duda a su líder, cuando la pequeña y la débil era la isla. Luego se acercó al pedazo de tierra en el agua hasta sumergir un pie en su día a día y descubrió nuevos débiles, éstos por las calles, luchando contra un gigante que lo invadía todo, que se metía en sus casas, en sus sueños y en las ollas vacías. Entonces la idea de Cuba perdió su forma, su razón, su corazón.

Hasta que un día, mejor dicho, una noche, traspasó una línea no delineada y era ella, mera espectadora horas antes, era ella la que esperaba su sentencia, la pequeña y débil contra un poder que le sobrepasaba y contra el que no servían embajadas ni estados. Sólo estar callada y suplicar para que la luz del día pusiera claridad en aquel cuarto y aquella historia.

En la calle era de día. En uno de los cuartuchos, Yolenys acariciaba a John mientras el canadiense dormía la mona. En el hall, Yuri, Omar y Yoandri permanecían esparcidos por el suelo con los ojos más o menos abiertos, sin perderse detalle de la situación y temiendo que, al final, todos se fueran y ellos se quedaran. Manuel daba paseos de un lado a otro de la habitación, esperando a que Amanda volviera de su charla con el teniente Varela. Bárbara volvía a rayar el suelo con la uña. Bianca estaba muy lejos del cuartel, mirando a algún punto indefinido y contando el tiempo al revés. Y Diana volvía a quedarse dormida.

Vuelta

Golpearon de nuevo la puerta y uno de los policías la abrió. Una mujer de mediana edad, bien vestida, entró rápida, escapando del agua de fuera. Se sacudió el pelo sin decir nada, ajena a la expectación que había despertado su llegada.

-Soy Amanda Jiménez, abogada. Me manda el consulado español para que me ocupe de los cuatro ciudadanos extranjeros que están detenidos.
-Bienvenida, señora Jiménez. Espérese un momentico, que avise al teniente Varela.
-Claro.

En cuanto el esbirro desapareció en busca de su superior, Amanda se acercó a los detenidos para presentarse. Manuel fue el primero en reaccionar erigiéndose como portavoz de todos. La masa, adormentada minutos antes se agitó con la recién llegada. Bárbara, Bianca y Diana se pusieron de pie tras Manuel y volvieron a la actitud guerrera, que tan poco les había funcionado al principio de la noche.

Ante el barullo que se empezaba a formar, Amanda intervino.

-Está bien, está bien, muchachos. Tranquilícense. Vamos a hacer las cosas bien, ¿ok? Sean buenos y esperen. Voy a pedir que me dejen hablar con ustedes a solas y me cuentan con tranquilidad.
-¡Pero todo esto es absurdo! ¡No han hecho nada! –exclamó Manuel.
-Ok. Entonces no se preocupen, no pasará nada. Pero tienen que ser pacientes y no desafiarles, porque los que mandan acá son ellos. ¿Entendido?

jueves, 27 de enero de 2011

Seis- Los relojes/el tiempo

LOS RELOJES / EL TIEMPO

Yoandri y Bianca se abrazaban como podían doblados entre el suelo y la pared. Fuera llovía a ratos. La italiana se acurrucaba cada vez más fuerte entre los brazos del mulato, como si pudiera alcanzar la cercanía que le hiciese olvidarse de todo aquello y pensar que aún estaban en la casa de madera desvencijada, desnudos y dormidos. Le importaba estar detenida y le cabreaba, pero lo que más le importaba era pensar en lo que vendría después, si es que venía algo: que a ella la soltaran y a él no, que los soltaran a ambos… El tiempo se estaba acabando. No aquella noche, que era interminable, sino el tiempo en la isla, el de Baracoa. Y eso significaba comenzar el viaje de vuelta hacia el frío del norte de Italia en invierno… No quería irse de aquellos brazos y del calor de ese cuerpo duro y redondo, de sus manos grandes entre las que se deshacía como nunca antes se había deshecho. Al mismo tiempo, necesitaba salir de allí, de la comisaría y de las calles por las que tenía prohibido ir de la mano de Yoandri. No podía dormir. Se apretaba más contra el torso de su compañero y cerraba más fuerte los ojos, sin que sirviera para nada. Los minutos no estaban pasando sino pesando, acumulándose en su estómago en forma de vacío. Ella los llenaba de nuevos miedos y cuestiones que no había querido hacerse antes: miedo a que su historia con Yoandri se acabara ahí, miedo a perderle, miedo a esos miedos que significaban que aquello era algo más que una aventura, miedo a pensar en términos futuros con un cubano, al fracaso, a las complicaciones.

Cinco- Sueño

SUEÑO

Los golpes de Yolenys en la puerta despertaron a Diana. Sin poder enfocar bien la mirada, su alrededor eran caras inexpresivas oscurecidas por la bombilla de bajo voltaje del techo y la madrugada, que se había impuesto con una claridad mucho más pesada que un rato atrás. La voz enérgica de la mulata traspasaba el muro de la oficina, pero llegaba impedida, lejana y poco comprensible, entre sueños. Hablaban de John. Era cierto, John también estaba allí, dormido en uno de los cuartos, acusado de quemar la casa de Yoandri. Qué extraño y qué absurdo se le hacía a la española. ¿Existiría la droga realmente? ¿Tendría alguno de ellos algo que ver? ¿Y Thomas? ¿Le habrían encontrado? ¿Estaría bien? Ya sólo tenía clara su propia inocencia. Que no había hecho nada y que eso tendría que prevalecer en algún momento. Y que tenía mucho sueño. ¿Y si no prevalecía?

Mucho, mucho sueño.

miércoles, 26 de enero de 2011

Vuelta

Yolenys intentó abrir la puerta del cuartel desde la calle. Al no poder, empezó a golpearla con la palma abierta y a gritar.

-¡Oigan! ¿Es que no hay nadie aquí? ¡Ábranme!
-Tranquila, mujer… -un hombre uniformado apareció al otro lado-. ¿Qué sucede?
-¡Perdí a mi marido! –comenzó a relatar la mulata nerviosa.
-Pasa, pasa, muchacha.
-¿Qué es todo esto? –Preguntó Yolenys extrañada al ver al grupo al completo en la sala-. ¿Qué pasó?
-Eso no es asunto suyo, usted venía por otro motivo…
-Por mi marido –dijo la mulata volviendo a su hablar alterado.
-¿Qué le ocurre a su marido?
-Que está desaparecido. Discutimos y ahora no le encuentro. Él estaba borracho…
-¿Cómo se llama su marido?
-John, John Deagan. Él es canadiense.
-Chica afortunada.
-¿Cómo?
-Pues que es una chica afortunada: a su marido lo tenemos nosotros.
-¿Dónde está? ¿Está bien?
-Él está bien, sólo un poco tomado. Está durmiendo en uno de los cuarticos.
-Ok. Entonces me lo llevo.
-No puede hacer eso. Su marido está acusado de prender fuego a una vivienda.
-¿Qué? Eso es una bobada. ¿Para qué iba John a prender fuego a ninguna casa?
-Eso es lo que queremos saber, pero tenemos que esperar a que se le pase la borrachera.
-Pero, ¿por qué dicen que John hizo eso?
-Encontraron esto al lado de la casa incendiada –el policía sacó la lata de gasolina vacía, que Yolenys reconoció enseguida– y alguien nos dijo que este bote pertenece a su marido. ¿Lo reconoce?
-No. Yo no vi en mi vida este bote.
-¿Seguro? Esta marca de petróleo es canadiense y no hay muchos canadienses por acá… Igual alguien se la robó.
-Puede que alguien se la robara. ¿Por qué tienen a mi hombre aquí encerrado entonces? Déjenlo ir para casa y mañana le preguntan.
-No, chica. No se puede. Esta noche es complicada… A mí me gustaría hacerle algunas preguntas, si no le molesta.
-¿Y si me molesta?
-¿Tiene usted algo que esconder?
-Yo no tengo nada que esconder porque no hice nada malo, por eso no me tiene que preguntar nada.
-Bueno, son sólo algunas preguntas. Algo rápido. Un ratico nada más.
-¿Tengo elección?
-Sea buena. ¿Conoce a alguno de los que están allá? -dijo señalando a los detenidos.

Dos- Tú sí, yo no

TÚ SÍ, YO NO

Bianca también habló con su consulado y les dijo que se pusieran en contacto con el español a través del teléfono de emergencias, tal y como le había dicho Manuel. Las instrucciones fueron parecidas y la italiana volvió a su sitio con paso resignado, se sentó al lado de Yoandri, le dijo al oído que no se preocupara, que era cuestión de tiempo, y se hizo una bola entre los brazos del mulato.

Él le acariciaba el pelo liso y rojo, suave.

-Es cuestión de tiempo para ti. A mí no me dejarán marchar tan fácil –susurró él.
-Yo no me iré hasta que no te suelten a ti.
-Aunque me suelten… Cuando estemos fuera será igual: tú te irás y yo me quedaré.

Bianca le hubiera gritado “¡Vente conmigo!”.

martes, 25 de enero de 2011

Un- Sueño/preocupación/sueño

SUEÑO / PREOCUPACIÓN / SUEÑO

Cuando Manuel volvió a sentarse al lado de su hija, estaba sereno, lo que dio confianza al resto. Diana le preguntó por lo que le habían dicho en la embajada mientras luchaba con sus párpados para mantenerlos abiertos. El sueño le atacaba de nuevo con toda su pesadez, sin cama ni abrigo y, sin embargo, cierto. Ella sabía que tenía que estar despierta, atenta, pero no le apetecía, lo único que quería era dormir.

-Me han dicho que enviarán a alguien y que procuremos portarnos bien mientras tanto. Así que se acabaron los desafíos a la poli, ¿eh, Bárbara? –dijo mirando a su hija, que permanecía sentada con las piernas flexionadas entre los brazos.
-Y ¿hasta cuándo tenemos que estar aquí? –preguntó Bárbara en voz baja.
-No lo sé. Pero no tenemos elección. Así que échate un rato y descansa.

Bárbara se recostó sobre su padre y Diana sobre ella. Las dos cerraron los ojos.

Tres- Buscando la salvación

BUSCANDO LA SALVACIÓN

Manuel marcó el número de emergencias del consulado español. Al otro lado de la línea contestó una voz dormida.

-¿Aló?
-¿Es el consulado español?
-Sí, ¿con quién hablo?
-Soy Manuel Capdevila, ciudadano español. Tengo un problema urgente.
-¿De qué se trata?
-Estoy en Baracoa, con mi hija, la policía la tiene detenida, la acusan a ella y a otras seis o siete personas de tráfico de drogas. Hay otra chica española... Pero ellas no han hecho nada.
-El tema de la droga es serio. No son los primeros. ¿En qué situación están?
-Estamos encerrados en el cuartel. Pero es ridículo. Se les está acusando sin pruebas ni nada.
-¿Seguro? La pena por cualquier asunto relacionado con droga puede ser de hasta 30 años, incluso pena de muerte.
-¡Pero no han hecho nada! Y ni siquiera nos dejan salir del cuartel.
-¿Ha consumido su hija drogas? Aquí no se hacen distinciones ni importa la cantidad: la droga es la droga…
-Podrían hablar ustedes con la policía para que no nos tengan aquí…
-Mientras sean objeto de una investigación, se les puede tener retenidos.
-¿Pero ustedes no pueden hacer nada?
-Nosotros vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos. Enviaremos representación del consulado, pero no podemos prometer nada, sobre todo si realmente han cometido el delito… ¿Hay otra chica española?
-Sí. Y una italiana, un alemán y un canadiense.
-¿Se han puesto ya en contacto con el resto de consulados?
-No. Yo he sido el primero.
-Ok. Necesito que se pongan en contacto con sus consulados para hacer yo unas gestiones y organizar una acción conjunta. Iremos para Baracoa, pero, como comprenderá, no llegaremos inmediatamente. Tengan paciencia y colaboren con la policía. No les enfaden, ¿ok?

lunes, 24 de enero de 2011

Vuelta

Los primeros en llegar fueron Yoandri y Bianca, él preocupado y ella perdida, sin saber si estaban allí por el delito de estar juntos, por el incendio o por haberle puesto la zancadilla al policía. Roberto no tardó en señalar a Bianca como la chica que se había interpuesto entre él y el muchacho al que intentó detener, el que llevaba un sobre con dinero. Eran cuatro los policías que estaban allí y todos pensaron enseguida en una posible conexión entre la droga y el incendio. Aquella noche, definitivamente, estaba siendo movida. Las cosas se complicaban según iban pasando las horas.

Un tema de tráfico de drogas en el que intervinieran cubanos y extranjeros se había dado alguna vez, pero aquello tenía pinta de ser grande, de incluir a más personas de las que habían pensado en un principio. Ya estaban todos los policías avisados, muchos habían retomado el turno para ayudar a sus compañeros en la búsqueda de los distintos sospechosos: unos habían ido al Puntón, otros a por viejos conocidos y otros muchos a rastrear la zona donde Roberto había perdido a Eddy, mientras el teniente Varela coordinaba todas aquellas acciones sin separarse de un cuaderno en el que tomaba notas constantemente, intentando relacionar todo lo que iba pasando.

Empezaron a interrogar a la pareja por separado, cada uno en una de las habitaciones del cuartel. Les preguntaron de qué se conocían, sobre el incendio, quién podía haber quemado la casa, que si sabían algo del paquete de droga que había llegado esa tarde a Baracoa, que de qué conocían a Eddy.

Ambos contestaron como pudieron a las preguntas, perplejos ante el cariz que estaba tomando la historia. Resultaba que ahí lo de menos era que ellos estuviesen juntos, o que Yoandri hubiera comprado una casa de forma ilegal. Los dos dijeron que se habían conocido en Baracoa de la mano de un amigo alemán, “¿Qué amigo alemán?”, que ya se había marchado, “¿Cuándo?”, justo esa tarde, “Ya”. Del resto, negaron todo, incluso conocer a Eddy. Entonces, ¿por qué le había puesto Bianca la zancadilla a Roberto? Había sido un accidente, luego, el policía se había ido tan rápido que no le había dado ni tiempo a pedirle perdón. Varela entró en la habitación. Quizás la muchacha se había confundido y creía que Roberto era un delincuente, al no verlo con uniforme. Bianca no cayó en la trampa y contestó que recordaba perfectamente que él iba con uniforme, había sido un simple accidente.

Claro.

Entonces llegaron Bárbara y Yuri, de la mano de otra cuadrilla de agentes, con el pelo aún mojado, asustados y cabreados ante aquella detención, rezando para que realmente no fuera más que cosa del un momento.

-¿Han terminado ya con los cuarticos? -preguntó uno de los policías recién llegados.

Sacaron a Yoandri y a Bianca de las habitaciones con la promesa de seguir más tarde. En la sala de espera del cuartel se encontraron con los recién llegados.

-¿Vosotros también?-inquirió la italiana sorprendida, mientras Yoandri se limitaba a saludar sin demasiado entusiasmo.
-¿Por qué estáis aquí?-preguntó Bárbara.
-Ya está bien. No pueden hablar –les regaño uno de los policías-. Ustedes dos van a venir con nosotros un momentico que les tenemos que hacer algunas preguntas.

Y empezó de nuevo el interrogatorio: de qué se conocían, de qué conocían a Yoandri y a Bianca, qué hacían en el Puntón, qué sabían sobre la droga, si conocían a Eddy o a Helen. Ellos se habían conocido en el Rumbos, a través de unos amigos, uno belga y el otro alemán, que ya se habían ido, uno hacía unos días y el otro esa misma tarde. A Eddy lo conocían los dos, pero no sabían nada de ninguna droga, por supuesto, ni de ningún incendio en casa de Yoandri, ¿qué había pasado?, “eso es lo que intentamos averiguar, pero ustedes no nos ayudan demasiado”.

Roberto entró en la sala donde estaba Bárbara y le dijo algo al oído al teniente. Luego se sentó al lado de él.

-Mi policía asegura que usted estaba en el paseo esta tarde y que allí se encontró con Eddy, al que entregó un sobre con dinero. ¿Qué tiene que decir a eso?
-Puede que sea cierto.
-¿Puede? ¿Es cierto o no es cierto?
-Sí, es cierto. Era dinero para una fiesta que habíamos organizado para esta noche, para que consiguiera un cerdo asado y algo de ron. ¿Es un delito organizar fiestas?
-Ya. ¿Y no puede ser que ese dinero fuera a cambio de la droga que había encontrado esa tarde?
-¡No! ¿De qué me está acusando?
-Yo no le estoy acusando de nada…
-No sé de qué va todo esto, pero no me gusta y no pienso seguir hablando a menos que se me traiga un abogado.
-¡Ay! Nos salió fina la muchacha. ¿Qué tiene que esconder? Si yo sólo le estoy haciendo unas pregunticas.
-Pues no pienso responder a ninguna de sus pregunticas, así que ustedes verán.

En la habitación de al lado, uno de los policías manoseaba un papel con algo escrito. Lo había sacado de un bolsillo de Yuri.

-¿Y esto qué significa?
-Es una dirección y un teléfono.
-¿Y de quién es esta dirección?
-Es de un amigo alemán, que se fue para La Habana y me lo dio para que se lo diera a una chica.
-¿Qué chica?
-Una chica española con la que chinga. Ellos son extranjeros, no hacen nada prohibido.
-Eso ya lo veremos. Vender droga está prohibido.
-Ellos no venden droga.
-Ya. Ni sus amigos, ni usted, ni la muchacha con la que estaba en la playa. Aquí nadie hace nada ilegal, sin embargo, sólo con lo que tenemos ya, podríamos mandarle un buen tiempito a prisión. ¿Lo sabe?
-¿Y qué es lo que tienen?
-Acoso al turismo, ya sabes.
-Yo no he acosado a nadie.
-¿Entonces ella quién es? ¿Tu novia? ¿Es tu prometida? ¿Es eso lo que va a decir si le preguntamos?
-No es mi prometida porque ella no quiere, pero yo estoy enamorado, ya que están tan interesados en nuestra historia.
-¿Está enamorado? Esas cosas se las dices a ella, yo no me lo creo. Son muchos años trabajando en esto y conozco muy bien a los de tu clase. Tú le das candela y ella te paga los rones, le dices que la quieres y que quieres casarte con ella y, óyeme, a lo mejor hay suerte y te saca de acá. ¿No es eso?
-No voy a entrar en esas provocaciones, no soy bobo.
-Ya sé que no eres bobo. Todos ustedes son muy listos, eso es lo que se creen, y que los bobos somos nosotros -se acercó al mulato-. Vamos a encontrar esa droga y vamos a encerrar a quien haga falta, sea de España, Italia, Alemania o Japón. Por el momento voy a tomar nota de esta dirección y este teléfono. ¿Cómo dices que se llama tu amigo el alemán?
-No lo sé.
-¿Y la española?
-Tampoco.
-Y eso que son tus amigos. ¿Y la otra española? ¿La que te chingas? ¿Tampoco sabes el nombre de la mujer de la que estás enamorado?

Mientras tanto, Alejandra entró en el hall de la comisaría a una velocidad para la que su inmenso culo no estaba diseñado, con su paso decidido y urgente, directa a la oficina. Poco tiempo después, salió uno de los policías de esa misma oficina, cruzó la sala de espera , entró en el cuartito en el que interrogaban a Bárbara y se acercó hasta Roberto para decirle algo al oído.

-¡Pinga! -exclamó–. Esto parece la ONU, chico. ¿Tenemos la dirección?
-Sí, nos la dio también.
-Pues alguien tiene que ir a buscarlo. Yo ahora estoy ocupado.
-Ok. Yo me encargo. Tú sigue con las preguntas.

Roberto se dirigió a Bárbara.

-¿Viste? Dijo: “Sigue con las preguntas”. Esto no son más que unas pregunticas.
-Quiero llamar a mi padre -fue la respuesta de la española.
-Adelante, llámale. A mí también me gustaría hablar con él. Apúrate. El teléfono está en la oficina del hall. Te acompaño.

Roberto y Bárbara estaban en la oficina de la que segundos antes se había marchado Alejandra, con tanta prisa como había entrado; en la sala de espera, Yoandri y Bianca todavía confusos, él más atemorizado que ella y ella más cabreada que él; en la segunda sala de interrogatorios, Yuri seguía peleando con su orgullo para no entrar a las provocaciones de su interlocutor, mientras por la puerta apareció otra cuadrilla de policías con dos nuevos.

Eran Omar y Diana.

-¡Pinga! ¡Dos más! ¿Quiénes son éstos? –exclamó Roberto al verlos llegar.
-Él es Omar Rivera Salazar, un viejo amigo, ya estuvo en la cárcel por asuntos de drogas, y ella dice llamarse Diana, pero no tiene documentación. Comprobémoslo.
-¿Ella de dónde es?
-Española. ¿Están libres los cuartitos?
-Uno sí. En el otro hay un muchacho, pero no sé cuánto tiempo le queda.
-Me los llevo para el que está libre.
-Ok. Necesito la dirección en la que se está alojando la chica. Tengo que comprobar todas las casas de los extranjeros.
-¿Cuántos hay?
-Por el momento tenemos dos españolas, una italiana, un canadiense que no está acá, pero que llegará en un ratico, y un alemán camino de la Habana, supuestamente.
-¡Un alemán! –dijo el otro policía-. Esto es más gordo de lo que pensábamos.

¿Qué hacían Bianca y Yoandri también allí? Diana no entendía nada. ¿Más gordo de lo que pensaban? ¿Qué pensaban? ¿Tanto follón por unos rones y un poco de sexo? El mulato, a su lado, caminaba sombrío y silencioso, con los labios, antes sensuales, apretados, y la mirada clavada en el suelo, un poco por delante de sus pasos. Ella ni siquiera se atrevió a romper su silencio. Ambos estaban allí, aparentemente en las mismas condiciones, pero sabían que no lo compartían todo, menos aún el miedo. El miedo de Omar era real. Estaba cagado, sudaba frío, temía no volver a la calle en mucho tiempo, revivir el infierno de la celda y el encierro. El de ella era extraño y nuevo, cierto pero irreal, como todo aquello, con una confianza rara en sus derechos aunque no estuviera en su país. Tal vez porque era Cuba y no México o Guatemala, porque en Cuba existían las normas, demasiadas, pero normas al fin y al cabo.

Eran miedos diferentes y el de Omar estaba a punto de hacerle llorar.

Los separaron y los metieron a cada uno en una habitación.

A Diana el interrogatorio se le hizo eterno y le acabó de confundir. Le preguntaron sobre una droga, sobre Eddy y Helen, sobre Bianca, sobre Yoandri, sobre Bárbara, sobre Yuri, incluso sobre John. Y ella contestó con sinceridad, convencida de que era lo mejor, puesto que no tenía nada que esconder. En cuanto salió Thomas en la conversación, todas las preguntas se centraron en él.

-¿Qué relación tiene con ese chico?
-Somos amigos.
-¿Se conocían de antes?
-No, lo conocí aquí, como al resto. Menos a Bianca, que venía conmigo.
-¿Y dónde está ahora ese Thomas?
-Se fue a La Habana.
-¿Hoy?
-Sí, esta tarde.
-¿Y se llevó la droga con él?
-¿Qué droga? Yo no sé nada de ninguna droga, ya se lo he dicho. No sé nada de eso.
-Uno de nuestros agentes asegura haberla visto en el paseo esta tarde hablando con Eddy.
-Así es. ¿Es un delito saludar a quien conoces?
-Saludar no es delito. Lo que es delito es darle dinero a alguien para según qué cosas.
-Yo no le he dado dinero a nadie.
-Su amiga le dio un sobre con dinero a uno de los fugitivos.
-Era dinero para una fiesta…
-Eso es lo que dice la amiga -intervino el otro policía, que hasta entonces se había limitado a mirar.
-Veo que se lo tienen bien aprendido. Entonces, si no estaban haciendo nada malo, ¿por qué el chico salió a correr en cuantico le paró mi compañero? ¿Y por qué su amiga le puso la zancadilla al policía?
-Yo qué sé. Hay muchas cosas que no comprendo de Cuba. Pregúntele a Eddy cuando lo vea.
-Eso es lo que quiero, pero no sé dónde está. ¿Tú lo sabes?
-¡Yo qué voy a saber! Yo, lo único que sé es que estaba tranquilamente pasando la noche con un amigo y ahora estoy encerrada. No creo que esto sea muy legal…
-Ya, chica, no te pongas brava porque no es para tanto. Aquí hay un asunto de drogas y a nosotros no nos la juega un grupo de yumas convencidos de que la ley no está hecha para ellos.
-¡Yo no sé nada de ninguna droga! ¡Estoy de vacaciones, joder!
-Ya. Tranquila, muchacha. Si tú no sabes nada, si no hiciste nada, no te va pasará nada. ¿Quién te crees que somos? No andamos condenando sin pruebas.

Se escuchó un jaleo enorme en la entrada del cuartel. Alguien gritaba medio en español medio en inglés y todos los policías acudieron a ver qué pasaba. También Diana se asomó a la puerta, pero no acertó a distinguir nada bajo la masa de uniformes que había inundado aquella comisaría sobrepasada por los acontecimientos.

Cuando el tumulto se calmó puedo ver a John, rojo de enfado y evidentemente ebrio, esposado y custodiado por cuatro guardas que lo mantenían inmóvil.

-¡El viejo tiene fuerza, chico! -exclamó Roberto excitado ante todo lo que estaba pasando.
-Ok, el cuartel está demasiado lleno, traigan a los chicos, a todos, y los reunimos en el hall. Que no hablen entre ellos, ¿me oyeron? –ordenó el teniente Varela, mirando amenazante tanto a sus hombres como a los detenidos-. Y a éste -dijo refiriéndose al canadiense-, métanlo en una de las habitaciones a ver si podemos sacarle algo, ¿ok?

Allí estaban: Yoandri y Bianca, Bárbara y Yuri y Omar y Diana, los seis sentados como podían entre las sillas que había y el suelo, rodeados de un montón policías que les custodiaban con aire serio, de asunto importante, mientras el teniente entraba a la habitación en la que estaba el canadiense, al que se oía gritar de vez en cuando, y salía con prisa para entrar en el despacho con la misma prisa.

Entonces llegó Manuel, el padre amantísimo de Bárbara, con cara de sueño y preocupación, seguido de otro grupo de policías, algunos de paisano. Se lanzó corriendo a su hija para asegurarse de que estaba bien.

-¡No se acerque! -le ordenó un policía de paisano.
-Está bien –intervino otro–. Es el padre de la muchacha. Déjale que hable con ella.
-Puede hablar, pero no acercarse. ¿Ok? -en ese momento, Varela volvió a salir del cuarto-. Teniente, tengo que hablar con usted.
-Ahora, muchacho, sólo un segundito con el borracho pirómano.

Manuel acarició a Bárbara, a pesar de las instrucciones.

-Hija, ¿cómo estás?
-Bien, papá. Esto no es más que un malentendido. Todavía ni sé lo que pasa, pero no me gusta lo que dicen. Hablan de drogas y no sé qué más e insinúan que tengo algo que ver con eso.
-¿Drogas? ¿Qué drogas, Bárbara? ¿No habrás hecho ninguna tontería?
-¡Joder, papá! ¡Que no! ¡Que yo no he hecho absolutamente nada! Pero me tienen aquí encerrada, eso es lo que me jode.
-Nos tienen a todos encerrados por lo mismo -intervino Diana.

A lo que se sumaron el resto de las voces desordenadas, pisándose unas versiones a otras. El teniente Varela salió escupido del cuartucho.

-¿Qué carajo es esto? ¿Un motín?
-No han hecho nada -respondió Manuel–. Sólo me estaban contando qué ha pasado. ¿De qué se les acusa, si se puede saber?
-No se les acusa de nada, aún.
-Entonces, si no se les acusa de nada, pueden salir de aquí.
-¿Es usted su abogado?
-No, soy sólo el padre de una de ellos. Pero no hace falta ser abogado para saber ciertas cosas.
-Ya. Pero éste no es su país, igual aquí las cosas funcionan de otra manera. Esta gente es sospechosa de tráfico de drogas y no se moverá de acá porque existe alto riesgo de fuga.
-Entonces no me quedará más remedio que llamar a la embajada de España.
-Llame. Es una buena hora para hacerlo.

Eran casi las cuatro de la mañana.

-¿Puedo hablar con usted ya? –preguntó el policía de paisano al teniente-. Es urgente.
-¿Qué quiere? -respondió Varela, dando por zanjado el asunto de Manuel y la embajada.
-Tengo la información de las casas donde se hospedan los extranjeros.
-Sí, ¿y? ¿Algo interesante?
-Aquélla –señaló a Bárbara-, dormía en una habitación doble con su padre, y las otras dos compartían cuarto en una casa de alquiler, pero, según la arrendataria, muchas noches no dormían allá. Una andaba con un alemán, Thomas Keppler, y la otra con un cubano, adivine quién: el famoso Eddy…
-¿Y el alemán?
-El alemán se alojaba donde doña Susana Garcés. Ella nos dijo que él tenía pagada esta noche también, pero que, de forma sorpresiva, en la mañana, cogió sus cosas apurado y se fue para La Habana sin más explicación.
-¿Tenía ya pagada la noche?
-Sí. Dice la señora que siempre dormía allí con la española.
-A lo mejor ella nos puede explicar esto….

Diana no abrió la boca.

-¿Me la llevo para el cuartico?
-Déjalo, ya da igual, me puede contestar aquí mismo. ¿Qué pasó con el alemán que le dio tremenda prisa por partir a la capital?
-Discutimos esta mañana y él se fue.
-¿Y por qué discutieron?
-Cosas nuestras, privadas, no creo que le interesen a nadie.
-Pues a mí sí me interesan, me interesan mucho mucho.

Silencio

-¿Entonces?
-Entonces nada. Discutimos por cosas nuestras, cosas de pareja, problemas de comunicación.
-¿Ustedes son pareja? ¿Él es su novio?
-No es mi novio, pero teníamos algo.
-Algo serio, por lo que veo. Tan serio que la misma noche de su marcha estaba en la cama con otro.
-¡Perro! –murmuró Omar.
-Cuidado, mulato. Cuidado que ya nos conocemos y sabes cómo pueden acabar estas cosas si no colaboras. El caso –volvió a mirar a Diana-, es que yo no me creo nada de eso, nada de lo que me han contado ustedes hasta ahora. Lo siento. Lo han intentado, con eso de la fiesta y el dinero y todo lo demás, pero yo no soy bobo. ¿Ok? Lo que yo creo es que el alemán tiene la droga. ¿Dónde está él?
-No lo sé –contestó la española-. Camino de La Habana, supongo..
-Yo –interrumpió uno de los uniformados- tengo esta dirección y este teléfono –le enseñó un papel–. Los copié de un papel que llevaba él en el bolsillo –y señaló a Yuri.
-¿Y esto? –preguntó Varela al mulato.
-Él me lo dio para que se lo entregara a la española –se justificó el chico mientras miraba a Diana con expresión resignada–. Le vi cuando iba camino a la estación y le acompañé. Me dio esto para ti y me dijo que cuidara de ti.

Diana no supo qué decir. En ese momento todo sobraba, hasta ella misma sobraba en esa escena. Algo había salido mal en aquellas vacaciones, en su viaje de huida, y quería huir de nuevo, meterse en cualquier agujero de su cuerpo y acurrucarse en la oscuridad mientras todo pasaba. No quería estar allí, ni haber estado con Omar, ni haberse despertado al lado de Thomas con sus brazos rodeándole y acotando su desmemoria. Quería bailar salsa y beber agua de coco bajo una palmera, sobre la arena. Quería ron. Un poco de ron le hubiera venido muy bien para diluir la madrugada y ayudar a que se hiciera de día más rápido. ¿Por qué no amanecía según las necesidades?

-A ver. Usted, Roberto, llame a los compañeros de La Habana y les cuenta lo que está pasando. Que avisen de que el tipo éste va en el Viazul y que lo agarren en cuanto tengan oportunidad. Se puede escapar en cualquier momento. Y que busquen las drogas que tiene que tener. Y ustedes… -dijo girándose hacia el grupo detenido- Ustedes ya me pueden decir la verdad. Está todo perdido. A este chico lo vamos a encontrar rápido. Esto es una isla, nadie se escapa.

Silencio.

-¿Saben? Si colaboran, podemos llegar a un acuerdo, conseguir algunos beneficios, algunos premios por ser buenos chicos. ¿Quién quiere empezar?
Más silencio.
-Veamos. Hagamos una reconstrucción de lo ocurrido entre todos. Tenemos varios testigos: por un lado, un hombre vio a los dos desaparecidos y a un yuma recogiendo un paquete de droga en la playa; por otro, tenemos el testimonio de un policía, y no olviden que es policía, que vio a los dos cubanos del paquete, los desaparecidos, reunirse con usted –señaló a Bárbara- y recibir un sobre con dinero, mientras las otras dos esperaban a unos metros. Después, ustedes dos –señaló a Bianca y a Diana-, hablaron con Eddy. Cuando nuestro compañero se disponía a parar al chico y preguntarle por el sobre, él comenzó a correr como si hubiera visto al diablo, ¿corre alguien así cuando no hizo nada malo? Además, la italiana puso la pierna al policía para que no pudiera seguir a Eddy, con el cual, según nos cuenta su casera, se estuvo viendo con regularidad. Mientras tanto, casualmente, el alemán, tercero en la escena del paquete de la droga, abandona Baracoa, camino de La Habana, con prisa, dejando pagada una noche de alquiler y un teléfono en un papel. ¿Qué es todo esto? Y después, ¡una casa empieza a arder! Y resulta que la casa pertenece a este hombre –señala a Yoandri-, pero él no está. ¿Dónde está? Está escondido. ¿Con quién? Con ella –señala a Bianca-, con la compinche del desaparecido. Esto huele, chicos, y huele muy mal. A mí me parece que no calcularon bien los movimientos y que no todos están contentos con su parte del pastel. Eso explica lo que hizo el viejo gringo –miró a Yoandri-. ¿Por qué quemó su amigo su casa?
-¿Ése hijoputa fue el que quemó mi casa? –saltó Yoandri-. ¿Cómo es eso? No puede ser.
-Créame, muchacho. El “hijoputa”, como tú lo llamas, o el canadiense, olvidó recoger el bote de petróleo con el que prendió fuego a la casa y una mujer, que lo conocía a él y al bote, lo denunció. ¿Cuántos botes de Petrocanadá crees que hay en Baracoa? Tendremos que esperar a que pase la borrachera para que nos cuente su versión. Igual él les delata a todos, si no se deciden a hablar antes. Parece que su amistad se rompió por algo, ¿por la droga tal vez? ¿No le dieron la parte que le correspondía? Así que el mulato decidió esconderse y dejar los problemas para otros, como su familia. Podía haber muerto alguien…
-No me creo que John haya prendido mi casa.
-Esto es ridículo –protestó Diana.
-Casualmente, usted estaba con Omar, un viejo conocido que ya ha sido condenado por consumir drogas. Créame que no esperábamos encontrarla allí, íbamos a preguntarle a él por su amigo, pero es que ustedes nos lo pusieron más fácil de lo que creíamos. ¿Qué es lo que se traía con el alemán, que andaban todo el día juntos? ¿Preparaban algo?
-Ya sabe lo que tenía con el alemán.
-¿Y con Omar?
-¿Es un delito estar con dos hombres?
-Depende. Es un delito si pagas por ello, por ejemplo.
-No estoy tan desesperada.
-Bueno. Se puede pagar de muchas maneras. El ron, por si no lo saben, es la manera más común. ¿O no pagaban ustedes el ron?
-Eso no le importa.
-Ya. ¿Van a decirme la verdad de una vez?
-Yo me quiero poner en contacto con la embajada española -intervino Manuel.
-Yo con la italiana –dijo Bianca.
-Adelante. Pueden usar el teléfono.

Manuel se levantó y Bianca quiso ir detrás, pero el teniente le mandó volver a su sitio y esperar a que terminara el primero. Diana rallaba el suelo con la uña del pulgar subrayando su sentimiento de impotencia. A su lado, Omar parecía estar en cualquier otro lugar, sin sonreír ni hacer más gesto que mirar de vez en cuando a Varela con todo el desprecio que le quedaba tras años de despreciar a los policías, la boca contraída y las manos rodeando sus piernas semiflexionadas. A su lado estaba Yoandri, nervioso y enfadado, humillado y harto. Bárbara se levantaba de vez en cuando y musitaba frases sobre sus derechos, sin atreverse a levantar del todo la voz. Estaba acostumbrada a tratar con policía. En España tenía más de un expediente abierto por participar en ocupaciones, pero con aquellos polis implacables, con todos ellos, no sabía cómo hacerlo. Lo único de lo que los extranjeros detenidos estaban seguros era de que no habían hecho nada y no les podían encerrar por hacer nada. ¿O sí?

Yoandri se levantó.

-Miren: yo no he hecho nada, no sé absolutamente nada de ninguna droga, y tengo una familia a la que ayudar porque algún loco, que no me creo que sea John, acaba de quemarles la casa. Así que me voy de aquí. Ya estoy harto de todo esto y de que me traten como a un delincuente.
-Usted no se va a ninguna parte -le espetó Varela.
-No me pueden tener aquí sin haber hecho nada.
-Usted es sospechoso de traficar con droga.
-Ya se lo he dicho, no sé nada de ninguna droga. Y no entiendo su lógica, teniente. Me voy.
-Está bien -dijo Varela-. No tiene nada que ver con la droga. Pero está acusado de comprar ilegalmente una vivienda y de andar acosando a los turistas.
-Es usted un malnacido.
-Sin insultar, muchacho. Eso es una falta grave, recuerde que soy la autoridad. De aquí no sale nadie, ¿ok? Samuel, cierre la puerta -ordenó a uno de sus esbirros.
-Pero esto qué es, ¿un secuestro? -estalló Bárbara.
-Mire, joven, está acusada de tráfico de drogas, todos lo están. Que no les gusta lo de las drogas, no se preocupen, puedo buscar otras acusaciones para pasar el rato, hasta que aclaremos el asunto que a mí me interesa. Esto es más sencillo si colaboran...
-¡Pero es que no podemos colaborar porque no tenemos nada que ver con eso! -respondió la española.
-Miren, pongamos que ustedes no tienen nada que ver. Que todo son casualidades, aunque yo no creo en la casualidad, y que han tenido mala suerte y los únicos culpables son justo los que no están aquí: Eddy, Helen y el alemán.
-Thomas no tiene nada que ver –intervino Diana.
-¿Thomas? Entonces, ¿los otros dos sí?
-Yo no tengo ni idea de lo que hacen los otros dos, pero sí sé lo que hace Thomas y por qué se ha ido a La Habana.
-¿Estás segura? -Intervino Roberto- No es buen muchacho ese Thomas. Cuando viene por acá anda siempre borracho, se droga y se va con mujeres. Aquí todo el mundo lo conoce.
-No tiene nada que ver -insistió Diana.
-De todas formas, lo que yo trataba de decirles -continuó Varela- es que, si me dan un lugar donde encontrar a los dos desaparecidos, podremos aclarar todo. Eso sería muy bueno para nosotros. Sólo queremos resolver este asunto. No somos monstruos ni nos gusta tener a gente encerrada, pero es nuestro deber velar porque se cumplan las leyes, por mantener limpia la isla de cualquier suciedad. Por eso les pido su colaboración. Díganme sólo dónde puedo encontrar a sus amigos y seremos buenos con ustedes.
-¿Y si no tenemos ni puta idea de dónde están? -Preguntó Bárbara.
-En ese caso, tendrán que seguir aquí hasta que lleguemos a alguna conclusión. Esto va para largo, muchachos -le dijo al resto de policías-. Sírvanse café y repartamos tareas, todos aquí no somos útiles... Roberto, organice un grupo para ir a buscar al chico, a Eddy, donde le vio la última vez. El resto, tenemos que recorrer Baracoa. Esos muchachos tienen que aparecer.

Cinco- Diana también acabó en el cuartel

DIANA TAMBIÉN ACABÓ EN EL CUARTEL

Por la manera de golpear la puerta, Omar supo enseguida que algo no iba bien. Se puso el pantalón y se lanzó al ventanuco que tenía la habitación. Diana, aún vestida, corrió tras él sin pensar en lo que estaba haciendo ni comprender lo que sucedía. La ventana era pequeña y estaba bastante alta, ni siquiera se veía lo que había fuera. El mulato colocó una silla, subió en ella y se encaramó en el hueco de la pared con rapidez, más que eso, con pánico. Ella estaba acojonada también, cualquiera que hubiera visto la cara de Omar lo estaría, y fue peor cuando él se puso a blasfemar y patear la pared con la cabeza fuera.

La española se apartó por miedo a recibir una coz del mulato. Al otro lado de la puerta del dormitorio se oían las voces varios hombres discutiendo con una mujer. Diana se sintió atrapada entre aquellas paredes, entre las voces de ambos lados, en una situación que no controlaba en absoluto, que ni siquiera comprendía. En un país y en una isla extraños.

viernes, 21 de enero de 2011

Siete- La detención de Yuri y Bárbara

LA DETENCIÓN DE YURI Y BÁRBARA

-Buenas noches, pareja. Me disculpan, pero necesito que me enseñen tu identificación –dijo dirigiéndose a Yuri.
-No la traigo.
-¿Cómo es eso? ¿Usted sabe que le puedo arrestar por no tenerla?
-Sí. Pero es que vine a bañarme…
-¿Y cómo se llama?
-Óscar Valdés.
-Óigame, Óscar, ¿y usted no conocerá a Helen Balbin?.
-No, señor. No sé quién es.
-Pues me va a tener que acompañar al cuartel, Oscar, si es que es ése su nombre de verdad... ¿Y usted? -se dirigía a Bárbara-. ¿De dónde viene?
-Soy española.
-¿Y de qué conoce a este muchacho?
-Somos amigos.
-Aja. ¿Tiene una identificación?
-No la llevo encima. Es que es el pasaporte y me da miedo perderlo o que me lo roben…
-Verán, yo es que estoy buscando a unos muchachos que suelen andar por acá y, como no puedo saber si son ustedes, porque no tienen identificación, les voy a tener que llevar conmigo para comprobar que no son los que ando buscando. Si ustedes no hicieron nada malo no tienen por qué preocuparse, es un minutico nada más.

Varios policías se movían alrededor de ellos con linternas.

-¿Hay alguien más acá?
-No hay nadie más –respondió el mulato rápido y cabreado.

Seis- La detención de Bianca y Yoandri

LA DETENCIÓN DE BIANCA Y YOANDRI

No fue demasiado difícil encontrarle. Hacía tiempo que la policía iba detrás de Yoandri por lo de la compra ilegal de la casa y no era la primera vez que le investigaban.

La pareja se vistió como pudo al oír los golpes en la puerta. El mulato corrió a la ventana, estrecha y llena de trampas en forma de astillas y clavos, sin saber muy bien qué iba a hacer; la italiana fue detrás de él callada y perdida entre la oscuridad a pedazos que inundaba el espacio. Una linterna les iluminó desde el hueco en la pared justo antes de que lo alcanzaran. No podían ver la cara de quien les deslumbraba, pero la voz era clara:

-¿Es usted Yoandri González? Policía. Abra la puerta.

El mulato se movió resignado mientras Bianca esperaba incrédula en el centro de aquello.

-¿Es usted Yoandri González? -repitió un segundo policía que esperaba al otro lado de la puerta.
-¿Para qué quiere saberlo? –respondió Yoandri desafiante.
-Para comunicarle que su casa ha sido incendiada con toda su familia dentro.
-¿Mi familia? ¿Qué pasó? ¿Están bien?
-¿Es usted Yoandri sí o no?
-Sí, yo soy. ¿Qué pasó? –dijo el mulato al tiempo que abría la puerta. Fuera adivinó varios bultos. No eran necesarios tantos policías para dar una mala noticia.
-Están todos bien, pero necesitamos aclarar unas cosas sobre el incendio y nos gustaría que nos acompañara al cuartel para hacerle unas pregunticas.
-¿Y no me las pueden hacer acá?
-Vamos para el cuartel, chico. Tenemos unas cuantas cosas que hablar contigo. Y usted –dijo el policía iluminando a Bianca-, ¿habla español? -La italiana asintió sin abrir la boca-. Tendrá que venir con nosotros también. Algo rápido, unas pregunticas nada más.

Roberto la había reconocido enseguida, era la chica que le había puesto la zancadilla, una de las extranjeras que estaban en el paseo cuando aquel delincuente se dio a la fuga. Lo que no sabía era si ella también le habría reconocido a él.

jueves, 20 de enero de 2011

Tres- No, no quiero casarme contigo

NO, NO QUIERO CASARME CONTIGO

-Olvídalo, chica. Tampoco es para que te pongas así.
-¿Cómo? Yo me pongo como me da la gana. ¿Tú te crees que yo soy tonta o qué?
-¿Por qué? ¿Por pedirte que te cases conmigo?
-Por ejemplo.
-Pero, chica. ¿Qué pasa? ¿Tan imposible te parece que te quiera?
-Teniendo en cuenta que nos conocemos desde hace unos días… Pues sí, me parece que es algo precipitado, ¿a ti no?
-¿Pero es que no te has dado cuenta de que acá las cosas son diferentes?
-¿Diferentes? ¿Acaso no somos personas los dos? ¿O la diferente soy yo? ¿Qué soy? ¿Una yuma?
-Tú no eres yuma, Barbarica. No para mí. Créeme que me gustas y me habrías gustado aunque te hubiera visto ya en España o si hubieras sido cubana… pero acá las cosas son así. La gente aparece, dura unos días y se va y tú estás quieto, esperando a que algo cambie y puedas moverte también. Pero esperar es muy cansado, chica, mucho. Yo no puedo más. Tú te vas, como todos, y tengo que intentarlo. Yo quisiera que las cosas fueran más despacio, pero no tengo tiempo.
-Como todos…
-Déjalo, ok. No sabía que te pondrías así. Olvídalo y punto.

Estaban tan enfrascados en la conversación que no oyeron los pasos que se acercaban. Cuando se dieron cuenta de que había alguien detrás ya no se podía hacer nada.

Dos- Cena para dos

CENA PARA DOS

Bianca cocinó como pudo, con una olla que tenía un tamaño más apropiado para calentar leche que para hervir pasta y una sartencilla con pinta de no haberse usado en mucho tiempo, y haberse usado hasta la saciedad tiempo atrás. Espagueti con verduras, algo con lo que soñaba desde que llegó a Cuba. Metida en aquella cocina-salón-dormitorio, de repente, se sentía bien, como en casa. Las paredes ya no le parecían destartaladas, ni el espacio desordenado. A golpe de pasar horas allí, buenas horas de sexo y risas, todo había adquirido un sentido y nada de lo que encerraban esos 20 metros cuadrados sobraba.

Para beber, algunas cervezas calientes, y agua del grifo hervida. Puede que no fuera lo que Bianca había pensado o deseado, pero cada bocado le supo a regalo. Puede que la pasta estuviera pasada y que la bucanero perdiera mucho cuando no estaba fría, pero aquél estaba siendo, sin duda, su mejor momento en la isla.

Luego vino el sexo y las palabras bonitas hasta caer dormidos, ella abrazada a él, pequeña entre tanto cuerpo, feliz.

Hasta que sonaron unos golpes en la puerta desvencijada.

-Yoandri González, ¿está usted adentro?

Silencio y miedo.

-Ok. Sabemos que usted está, no nos haga entrar por la fuerza.

miércoles, 19 de enero de 2011

Un- Una casa como cualquier otra

UNA CASA COMO CUALQUIER OTRA

Era una de esas casitas bajas con una puerta de madera vieja y medio destartalada. Al entrar, Diana adivinó, entre la oscuridad y el alcohol, lo que le pareció una mujer, tumbada en el suelo sobre una manta, que se agitó levemente cuando pasaron por su lado. Fueron directos a una habitación al fondo. Ya con luz vio un dormitorio de paredes color cemento, a medio terminar o a medio empezar o medio derruido, escaso, extraño, limpio. Había una cama de matrimonio cubierta con una sábana, una cuerda que cruzaba de pared a pared donde colgaban varias camisas impolutas (reconoció alguna de las que le había visto al mulato), unas fotografías pegadas al muro y el cartel de un concierto hecho con un folio.

-Es mi banda de reggae -le explicó Omar, al ver que se paraba a leerlo-. Éste es el concierto que nos suspendieron, con todo ya pagado y preparado. Ésta es una amiga del País Vasco -señalaba una fotografía tamaño D.N.I. de una chica morena y mona-. Ella nos ayuda con el grupo desde allí. Nos ayuda mucho.

Empezó a besarle el cuello por detrás. Diana, en ese momento, estaba más interesada por cualquier historia que le pudiera contar que por el sexo, pero se dejó hacer y pronto lo tenía encima de ella, frotando la polla contra su clítoris aún vestido, manoseándole los pechos mientras ella intentaba mantener los ojos cerrados para no seguir mirando esas paredes, la baja intensidad de la bombilla, la sábana, que era más pequeña que la cama y se iba arrugando debajo de su espalda. Para no pensar en la persona que dormía en el suelo al otro lado de la puerta mientras aquel colchón estaba vacío, esperando a que Omar trajera a alguna yuma quizás.

-¡Qué linda eres! -continuaba el cubano, mientras se quitaba el pantalón con la verga ya totalmente fuera.

Era grande y morena, bastante bonita. Era lo más bonito de la habitación y a Diana le dieron ganas de probarla, de metérsela en la boca y manosearla, de chupársela. Empezó a lamerla. Él sentado en el colchón y ella de rodillas sobre el cuerpo del mulato, con el pelo largo cayendo a los lados de su cara. En cualquier otra ocasión le hubieran molestado, se lo hubiera recogido, en ese momento le encantaba tenerlo allí protegiéndole, encerrándole en su microespacio con su macropolla y nada más.

-¡Pinga! ¡Qué rico!

Entonces sonaron unos golpes fuertes en la puerta y se la mordió sin querer. Omar auyó y maldijo, la bombilla dejó de zumbar y se volvieron a escuchar los golpes, esta vez más fuertes.

Siete- El incendio


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EL INCENDIO


Cuando Roberto y su compañero llegaron a la casa, todavía se podía oler la madera quemada aunque ya no quedaban llamas. No había alcanzado apenas el interior de la vivienda, pero el porchecito y la mecedora estaban carbonizados. Una mujer se lamentaba de su mala suerte mientras iba abrazando a sus nietos uno por uno, tocándoles la cara y llenándosela de tizne.

-¿Cómo está esto? -preguntó Roberto a un bombero.
-Está tranquilo, está bien. No se quemó más que un poco del frontal.
-¿Y la gente cómo está? ¿Cuántas personas viven acá?
-Son 13, entre la abuela, las hijas, los maridos y los nietos. Están todos bien. Los que estaban en la casa, porque uno falta.
-¿Y dónde está el que falta?
-¿Cómo voy a saber yo? Eso no importa, chico. Lo que aquí importa es que este incendio no fue ningún accidente.
-¿Y eso? ¿Qué pasó?
-Pasó que alguien regó con petróleo, y le prendió candela. Encontramos este bote aquí mismo –le mostró una lata de gasolina vacía-. No tuvieron mucho cuidado.
-¿Ya hablaron con la familia?
-Allá está la abuela. Ella es quien manda acá.

Los policías se acercaron a la abuela. La mujer se movía enérgica y enfadada, maldiciendo al desgraciado que les había hecho eso. Una de las hijas charlaba con las vecinas y los padres movilizaban a los chicos para empezar con los arreglos de la casa en ese mismo momento.

-Disculpe, señora -se acercó Roberto.
-Mire, miren lo que hicieron con mi casa. ¿Adónde vamos ahora?
-No se preocupe, señora, que ustedes no van a dormir en la calle.
-¿Pero qué clase de maníaco hizo esto?
-Eso es lo que nosotros queremos descubrir. ¿Tenían ustedes problemas con alguien?
-Nosotros no tenemos problemas con nadie. Pregunte a los vecinos. Es toda mi vida que yo estoy aquí y jamás, jamás he tenido problemas con nadie. Ni yo ni mi gente. Somos personas corrientes.
-Pero esto fue provocado… le dice algo este recipiente.

El policía le enseñó la lata de gasolina vacía.

-Ay, no sé. Ahora mismo estoy demasiado alterada para pensar.
-¿Y su gente?
-¿Mi gente qué? -contestó la vieja a la defensiva.
-Que cómo están.
-Estamos bien, gracias a Dios y al Cobre.
-¿Están todos aquí fuera?
-Sí- respondió la mujer, sin dudar.
-Pero me dijeron que uno de sus nietos falta.
-Pero es porque está festejando, no estaba en la casa cuando se cogió candela. Él no tuvo nada que ver con esto.
-¿Y por qué piensa que yo lo estoy culpando? Yo sólo pregunté por él.
-Ya. Déjenlo tranquilo, me oyeron. Bastante tenemos con lo que tenemos.

martes, 18 de enero de 2011

----- Otra llamada

OTRA LLAMADA

El teniente Varela y Roberto se encontraban mirando las fotografías de las personas que la policía consideraba peligrosas cuando un tercero entró en la habitación.

-Oigan, ¡la noche de hoy viene caliente! ¡Una casa cogió candela al lado del agroalimentario!

----- Roberto

ROBERTO

Lo que esos muchachos esperaban de la vida no era muy diferente a lo que esperaba él. Roberto tenía un sueño: salir de Baracoa, y tenía ese sueño porque no se había atrevido a imaginar más allá, fuera de la isla. Una vez, de pequeñito, lo llevaron a la Habana junto con el resto de su clase, y en su retina aún guardaba la imagen del Malecón con las olas queriendo comérselo, el enorme Capitolio y el extraño barrio chino. Desde ese día siempre quiso vivir en la capital, en una de esas casas bonitas del Vedado y conduciendo un carro propio y nuevo. Pero no era tan buen estudiante como para ganarse beca e ir allí a la universidad, así que se hizo policía, la manera más rápida de llegar al otro extremo de la isla, donde nadie quería ese trabajo, donde los uniformes delataban a los orientales que querían ser capitalinos.

lunes, 17 de enero de 2011

Seis- Escena en la comisaria

ESCENA EN LA COMISARÍA

Roberto había llegado al cuartel con las axilas empapadas y la ropa manchada de barro.

-Llegó Robertico. ¿Cómo estás, asere? -dijo el primero de ellos al ver entrar a su colega.
-Pues, mira cómo vengo.
-Sí chico. ¿Estuviste corriendo la maratón o qué?
-A mí ni te me acerques hasta que no te laves -le advirtió la otra policía.

Pero él no estaba para muchas bromas.

-Un desgraciado me tuvo correteando por todo Baracoa.
-¿Y eso, chico? ¿No tendrá nada que ver con el asunto de la droga ésa?
-¿Qué droga? -disimuló Roberto.
-No, asere, está todo el departamento medio revolucionado con una llamada de un tipo que denunció a unos muchachos porque los vio con un paquete de droga de los que llegan de vez en cuando. Y el teniente anda gritando a todo el mundo. Ya tú sabes, ¿no?
-Sí yo sé. Óyeme, ¿y quiénes son esos muchachos?
-Helen Balbin y sus compinches.
-¿Los chicos del reggae?
-Esos, asere. Son siempre los mismos. Pero esta vez parece que andan en algo más gordo, con yumas y mucha droga.
-¡Serán desgraciados! ¿Sabes que el que se me escapó era uno de ellos?
-¿Quién? ¿Helen?
-No. Otro. Uno pelón y chiquito. Yo le agarré con dinero y él no me quiso decir de dónde lo sacó. Comenzó a correr y al final lo perdí en el camino del aeropuerto. Se desapareció entre las plantaciones y me dejó con cara de bobo.
-A mí no me extrañaría que eso tuviera que ver con lo de la droga… -intervino la mujer-. Mejor será que hables con Varela.
-¿Qué me tiene que decir? -dijo Serafín Varela, detrás de la policía.
-Buenas noches, mi teniente. Les comentaba a los compañeros que precisamente vengo de perseguir a uno de los amiguitos de Helen Balbin al que agarré con una buena cantidad de dinero.
-¿Quién era él y dónde lo vio por última vez?
-Yo no sé el nombre. Lo conozco del lugar, pero no sé el nombre. Se me escapó en las plantaciones que hay cerca del aeropuerto.
-Bien. Vamos a ver las fotografías que tenemos, a ver si lo reconoces, y ya me cuentas, ¿ok?
-A sus órdenes, teniente.
-Y ustedes -dijo dirigiéndose a la pareja de policías-, avisen a los compañeros de que uno anda por la zona del aeropuerto, que busquen por allá como si la vida de su madre dependiera de ello, ¿ok?
-Y díganle que miren también donde el barco abandonado... -añadió Roberto.
-Allí estuvieron buscando en la tarde -respondió la policía.
-Pues que miren otra vez -ordenó el teniente-. ¿Es que tú no sabes que a esa panda le gusta mucho ir por allá por las noches? Nada más que van con extranjeras y beben ron.
-Yo no sé qué carajo esperan de la vida esos muchachos -apostilló Roberto.

Cinco- Otra versión de la misma historia

OTRA VERSIÓN DE LA MISMA HISTORIA

Omar se había decidido por fin a devolverle la palabra a Diana. Su orgullo no era tanto con un par de copas de ron. Tras un breve “¿Y tú cómo estás?”, había pasado a decirle lo importante que ella era para él y lo mal que se sentía con “esa situación”, que él la quería mucho, como a una amiga, como a una hermana. Diana lo miraba borracha pero consciente, aguantando las ganas de reír ante sus palabras, recordando que ya lo había hecho mal antes y que no tenía por qué herirle más. Así que le dejó seguir mientras se confirmaba su teoría de que le gustaba más cuando estaba callado y continuaba dando sorbitos a su vaso de plástico con ron a secas.

-Mira, Omar. Lo siento, de verdad. Todo lo que ha pasado, o lo que he hecho, no ha sido con intención...
-Ya lo sé, chica. No te preocupes. Es sólo que tú eres importante para mí y yo quiero que lo sepas.
-¿Sabes? En realidad ni siquiera sé bien lo que pasó esa noche…
-Sshhhh… déjalo.
-Sólo quería decirte que lo siento. No sé muy bien lo que hice, pero probablemente no lo correcto, no recuerdo nada.
-¿No recuerdas lo que pasó?
-Casi nada.
-¿No recuerdas cuando me mandaste para el carajo porque te quería llevar a tomar el aire?

Diana rio.

-No.
-¡Chica! Te pusiste bien brava de repente.
-Sé que estuve besándome contigo y que luego terminé con el alemán. Pero porque me lo contó él.
-¿Cómo? Tú tienes que tomar menos, muchacha.
-Eso creo yo –confirmó la española sonriendo.
-Pues sí. Tú me besaste, pero andabas muy tomada, ni te mantenías de pie sola. Así que yo te dije: “Vamos para fuera a que te dé un poco de aire”. Y tú dijiste que sí, pero, cuando estábamos saliendo del bar, te revolviste como una gata furiosa y me empezaste a gritar que te dejara, que yo no era quién para decirte lo que tenías que hacer y qué sé yo. En ese momento, se acercó el yuma, el alemancito ése que yo conozco ya, porque él se la pasa cada Navidad en el Rumbos, tomado y de chica en chica, y me dijo que te dejara. ¿Y qué iba a hacer yo? Te dejé con él y le dije que el te cuidara, que yo me desaparecía de allí. Yo no podía buscarme pleitos con un extranjero, ¿tú estás loca? Eso es meterse de cabeza en la cárcel. Cuando te volví a ver al rato, tú estabas besuqueándote con él. Y eso fue lo que pasó.

Aquella versión le parecía bastante verosímil, porque los arrebatos de dignidad en los que no dejaba que nadie le dijera lo que tenía que hacer eran bastante comunes en sus borracheras. Además, explicaba todo lo que Thomas no le había sabido decir de esa noche, la parte de Omar y por qué dejó a aquel adonis (siempre que no hablara mucho) mulato para irse con el yupi bávaro.

Diana no supo qué decir, así que le abrazó. De ahí al comienzo de los besos no hubo apenas movimiento, fue algo lógico, húmedo y cercano, la mejor manera de hacerle comprender, por su parte, lo mucho que sentía no haberse quedado con él.

Era su rastas guapo, el que le miraba desde la otra punta de la plaza, o del Rumbos, el que le cantó reggae por la ventana de la Casa de la Cultura, donde ensayaba con su grupo.

-¿Vamos a mi casa? –dijo él.
-Vale.
-¿Prometes no enojarte en el camino?
-Lo prometo.

viernes, 14 de enero de 2011

Tres- ¿Quieres casarte conmigo?

¿QUIERES CASARTE CONMIGO?

En el Puntón la noche transcurría casi normal. Las noticias de la detención de Omar y de las preguntas sobre Helen habían inquietado a todos, pero no era la primera vez. Y la mejor solución era siempre beber más y más rápido.

Yuri y Bárbara se habían desmarcado de Diana y Omar y aprovechaban un rincón en la playa, detrás de unos setos, para hacer el amor. Bárbara sentía la arena fría bajo su culo desnudo y la calidez de Yuri sobre él. El mulato se movía con suavidad mientras le susurraba.

-Mi linda… Cómo me gusta hace el amor contigo, Bárbara.
-A mí también, Yuri. No pares, por favor…
-Date la vuelta.

Ella obedeció sin preguntar. Le encantaba que él la convirtiera en su juguete, que quisiera hacer cosas con ella, que le diera instrucciones. Entonces sintió cómo su polla se apretaba contra su culo.

-¡No! ¡Por ahí no, Yuri!
-¿Por qué no, chica? ¿Es que no te gusta o qué?

La española se resistió entre risas.

-En serio, yo eso no lo hago.
-¿Por qué? ¿Nunca probaste?
-Pues no, pero no creo que tú seas el mejor para probarlo.
-¿Cómo es eso?
-¿Has visto el tamaño de tu polla?
-¡Mejor, muchacha!
-No en este caso.
-Ok, ok. Tranquilízate. Vamos a seguir. Yo te la meto por donde siempre, ¿ok? Pero quédate así.

Y se la metió hasta que ya no había nada más que meter, una y otra vez, buscando el fondo y llegando al orgasmo. Todavía con la verga dentro, se acercó al oído de Bárbara.

-Adoro chingar contigo. Eres muy sexy, Bárbara. No te vayas.
-Ya quisiera yo poder quedarme un poquito más, pero mi padre está harto –la española se zafó del mulato y empezó a vestirse.

Yuri corrió a la orilla con la camisa aún puesta y el culo al aire, metió los pies en el agua y se agachó para limpiarse. Bárbara volvió a desvestirse se acercó corriendo al agua y allí agarró al mulato hasta meterlo dentro, con camisa y todo.

-Pero tú te marchas mañana y yo no te voy a volver a ver -el mulato siguió con la conversación entre besos.
-¿Quién sabe? A lo mejor vuelvo o viajas pronto a España.
-Ya. Seguro.

Bárbara sabía que era cierto. Más allá de que aquel chico le gustara, más allá de lo bien que lo habían pasado, más allá de que no estuviera enamorada de él, le dolía saber que ella se iba y él se quedaba y se quedaría, porque no podía hacer otra cosa.

-Es nuestra última noche. Vamos a gozarla, ¿no?
-Pero yo quiero gozarte hoy y mañana y todos los días. Yo quiero casarme contigo.
-Claro, chico -bromeó Bárbara.
-Hablo en serio, Bárbara. Cásate conmigo.
-¿Qué dices, Yuri?
-¿Por qué no?
-¡Pues porque no!

Dos- John

JOHN

Encendió la moto y se adentró en el camino de tierra que llevaba al centro de la ciudad. Pensaba que encontraría a Yolenys en el trayecto, pero no la vio. Tampoco vio la piedra que le hizo resbalar y terminar magullado y lleno de barro. Al llegar a la ciudad, confundido y hecho mierda, fue a casa de la madre de la mulata, de su suegra (la que primero había sido su cuñada).

Nadie contestó.

Llamó a la casa de enfrente. Alejandra le abrió la puerta con desgana. Detrás de su ex mujer estaba la madre de Yolenys, sentada en un sofá de flores viejas.

-¿Qué pasó, John? ¿De dónde tú sales con tremenda pinta? –Preguntó Alejandra.
-¿Está Yolenys? -dijo el canadiense sin hacer demasiado caso a la mulata.
-¿Ya se hartó de ti? -siguió Alejandra.
-Shut up, Ale. Esto no es tu problema.
-Tienes razón, esto no es problema mío, gracias a Dios yo ya no tengo nada que ver con un viejo como tú…
-Ya estuvo Alejandra -intervino la hermana, que se había acercado a la puerta a contemplar de cerca cómo llegaba su nuero.
-¿Qué creías? ¿Qué ella iba a estar contigo para siempre? ¡Ay! ¡Tan viejo y tan tonto, óyeme! -continuaba fastidiando la ex mujer.
-Alejandra, por Dios, cállate… ¿no ves cómo viene? John, ¿Qué pasó? ¿Discutieron?
-Todas las mujeres cubanas son unas putas -respondió el canadiense.
-¡Tú estás tomado! -dijo su suegra.

La madre de Yolenys intentaba capear la situación mientras Alejandra, en un segundo plano, no pensaba perder la oportunidad de humillarle. Nunca lo hacía.

-Óyeme, gringuito: no te voy a consentir que vengas a mi casa a insultar. Así que te estás marchando y arreglas tus problemas con quien los tengas que arreglar, que acá… -siguió Ale.

No había terminado aún la frase y John ya había salido de la casa. Volvió a encaramarse en la moto y arrancó hacia el Rumbos. Esperaba encontrar a Yolenys bailando como si nada con cualquier joven, con Yoandri, riéndose y disfrutando de la salsa que él no dominaba.

Pero allí tampoco estaba, ni ella ni él, sólo un montón de gente ya borracha, moviéndose sobre la pista mojada sin ni siquiera prestar atención a aquel señor lleno de barro que recorría la terraza con la mirada.

No estaban ni ella ni él.

Cogió de nuevo la moto y condujo lo más rápido que pudo.

jueves, 13 de enero de 2011

Un- Omar

OMAR

Cuando el mulato apareció en el fuerte hacía más de una hora que las chicas estaban allí. Llegó serio, como siempre, con su paso ladeado y su turbante perfectamente conjuntado con la camisa, ambos de estampado africano y ambos impolutos.

-¿Qué pasó, asere? ¿Te perdiste en el camino o qué? –gritó Yuri en cuanto lo vio aparecer.
-Calla, calla.

Entonces se dieron cuenta de que estaba nervioso.

-¿Tienen un cigarrico?

No paraba de moverse. Se sirvió algo de ron, lo que quedaba, y se lo bebió de un trago.

-¿Entonces? ¿Qué te ocurrió?
-Me pararon lo perros. Yo no hice nada: iba para la casa de Eddy cuando me pararon. ¡Carajo! Eran tres perros, los tres preguntándome que a dónde iba, que qué hacía a esas horas por ahí. ¿Y yo porque no voy a poder estar en la calle? ¡Hijos de perra! Óyeme que de verdad pasé miedo. Tú sabes que cuando ellos quieren joderte lo hacen.
-Asere… ¿Y te dejaron marchar sin más?
-Después de hacerme mil preguntas sobre yo no sé qué de una droga… Me preguntaron por Helen, que si le conocía, que si le había visto hoy… yo no sé en qué anda, pero es un lío gordo.
-Ahora se explica porque no apareció, ¡mi madre!
-No, como lo agarren este no ve la calle en un tiempito. Allí no te sueltan, eso lo sé yo. Mira, pero yo pasé miedo de verdad, yo no quiero volver a allá dentro ¿eh?
-Tú no hiciste nada, asere. Estate tranquilo.
-Como si eso fuera una garantía. Muchacho, ¿en qué mundo vives? Ellos me dijeron: “sabemos quién es, le tenemos vigilado a usted y a todos sus amigos… váyase a casa y no salga”. Eso me dijeron.
-¿Y tú viniste aquí?
-No. Yo me fui a casa. ¿Dónde crees que estuve hasta ahora? Pero no podía, chico. Estaba histérico. Estuve como siglos allá. Ya no podía más. Comemierdas, eso es lo que son. Pero eso ya pasó, ya estuvo. Vamos a celebrar que estoy libre, ¿no?
-Seguro, muchacho. Vamos.

Y se sirvieron más pócima de olvido y tranquilidad, a cuatro euros tres cuartos de litro en la barra de cualquier bar. Sin limón, sin hielo, sin ningún tipo de suavizante, puro y ardiente olvido servido en vasos de plástico que no todo el mundo podía comprar. Desmemoria para cabezas que tenían demasiado que recordar, para una isla que vivía atrapada bajo el peso de una historia que le quedaba grande (demasiado grande).

Siete- La espera



*Pincha en la imagen para escuchar la música que suena en la escena



LA ESPERA


Pasaron más de 40 minutos y Omar no volvió. Pidieron otra cerveza, la tercera o la cuarta… decidieron cambiar al ron. La gente bailaba entre las mesas, sonaban las mismas canciones de cada noche y Bárbara se dio cuenta de que no iba a ser diferente a las anteriores. Con el alcohol, su fiesta empezaba a parecerle algo lejano e irreal. Yuri la miraba desde cualquier punto de la terraza y a ella le estaban entrando unas ganas locas de besarle y bailar con él. Hacía una eternidad que se había marchado Omar y más de dos horas desde que había quedado con Eddy y el resto para comenzar la fiesta. No sabía lo que había sucedido, pero tenía claro que seguir esperando no iba a ser la solución. Se levantó y caminó hacia el baño, pasando, “casualmente”, al lado de su mulato.

-Vámos para el Puntón.

Y se fueron los que estaban: Yuri, delante; Bárbara y Diana detrás, como siempre. Una botella de ron y pasos algo ebrios.

miércoles, 12 de enero de 2011

Seis- Celos

CELOS

Cuando Yolenys llegó a casa, John estaba borracho, sentado en el sofá frente a la televisión.

-¿Dónde estuviste toda la tarde?
-¿Estuviste bebiendo, John?
-¿Qué te importa?
-Mira, tú no eres ningún bebé, ¿me oyes? Yo no tengo que estar vigilándote para que te cuides.
John rió irónico sin dejar de mirar la televisión.
-Yo hago lo que quiero. Al menos no me dedico a joder a otros. ¿Y tú? ¿Con quién has estado? ¿Con algún mulato de ésos que te gustan?

Yolenys pasó delante de su marido y se metió en el cuarto.

-¿Cómo la tenía? -gritó John-. ¿Tenía la pinga gorda? ¿Chingaba mejor que el viejo de tu marido?
La chica se metió en el baño y comenzó a desmaquillarse como si no escuchara nada, ignorando las provocaciones de John. Oyó los pasos del canadiense y cerró con el pestillo. Él intentó abrir la puerta y, al ver que no podía, empezó a golpearla.
-¡No te pongas bruto, John! ¿Me oyes?
-¡Puta! ¡Tú eres una puta!
-¡John! No pienso hablar contigo hasta que no estés tranquilo, ¿me oyes? ¡Ya está bien! -al otro lado de la puerta, sonaron sollozos. Aquella escena no era nueva para la mulata-. Voy a salir, John, ¿ok?
-Tú no me quieres, Yolenys. Yo no soy más que un viejo.

Cuando la cubana abrió la puerta no había rastro del hombre fiera del que se había tenido que esconder hacía unos minutos. John estaba sentado en el sofá llorando como un crío y abrazado al bolso de la mulata.

-Ay, John. ¿Pero cómo tú estás así otra vez?
-No me trates como a un niño. No soy ningún niño.
-Pues te comportas como uno.
-Ah. Prefieres que sea un hombre.

Se levantó repentinamente recuperado, cogió a la cubana por las muñecas y se acercó mucho a su cara. Yolenys podía masticar el aliento alcohólico y cargado de rabia de John.

-Déjame, John. Me estás haciendo daño. ¡Déjame!
-No te voy a dejar. Nunca te voy a dejar para que te vayas con ése, con el que estuviste chingando esta tarde. ¿Crees que soy ciego? Se te ve en la cara. Tienes cara de haber chingado.
-Ya basta, John. ¡Déjalo! Eres un paranoico, ¿oíste? ¿Quieres saber con quién estuve toda la tarde? ¡Con Yoandri! ¿Ok? ¡Estuve con Yoandri jugando a las cartas en el Rumbos!
-¿Con Yoandri?
-¡Suéltame, John! ¡Déjame!

El canadiense le apretaba cada vez más las muñecas, mientras seguía respirándole cerca.

-¿Jugando a las cartas? ¿Quién se cree eso?
-¡Suéltame! ¡Déjame en paz!

El viejo la soltó y ella se dio la vuelta rápida, dispuesta a marcharse.

-¿Dónde vas?
-¡Pá el carajo! –Respondió ella.
-¡Pues vete! ¡Vete a chingarte a quien quieras, pero no te llevarás nada de aquí! -Yolenys agarró el bolso y John se lo arrancó de las manos–. Esto te lo compré yo, como todo lo que tienes. Si te vas de aquí, te vas como llegaste: sin nada.
-¡Eres un viejo odioso, John! Yo no me merezco esto… estoy harta de tus celos y tus desconfianzas. Me voy. No necesito nada de ti. ¡Nada!

----- Vuelta a la realidad

VUELTA A LA REALIDAD

De nuevo era de noche. La almohada estaba empapada de saliva y su cabeza hundida, atascada en ella. Hizo un esfuerzo que sintió como tremendo, encendió la luz. Las nueve. Tenía que salir de allí. Corrió al baño, se lavó la cara con agua fría, recompuso lo mejor que pudo la expresión hinchada que mostraba el espejito sobre el lavabo y salió de casa. Blanca le ofreció la cena y le dijo que Bianca había estado allí. Diana ni siquiera se había dado cuenta. “No, Blanca, no quiero comer nada, gracias. Me he quedado dormida y ahora tengo mucha prisa”. Ella protestó, por supuesto, cómo se iba a ir así, con el estómago vacío… la pregunta real era, aunque nunca la pronunciara, si iba a pagarle esa comida que no había probado.

“A las n
ueve en el Rumbos”, le había dicho Bárbara cuando se la cruzó a la hora de comer. Cuando volvía de la estación de no despedir al desgraciado del alemán.

Diana llegó algo tarde pero allí estaban.

-¿Y tú padre? ¿No viene hoy?
-No ha querido. Dice que esta fiesta es demasiado para él.
Bárbara, Yuri, Omar y ella.
-¿Dónde está el resto? ¿No han llegado aún? -Preguntó a Bárbara.
-Que va. Pero ya sabes que tienen otro ritmo.
-¿Crees que ha podido pasar algo?
-No creo. Vamos, espero que no...
-¿Una birra?
-Ok. Una Bucanero mientras tanto. ¿Y Bianca?
-No lo sé. La dejé aquí con Yoandri después de lo del paseo. Ha pasado por casa, pero como estaba dormida no me he enterado de nada…
-Se te nota en la cara –le contestó Barbara con sonriendo.
-Ya. No sé qué me pasa, pero estoy agotada, en serio… De todas formas, creo que Bianca no viene, porque hoy iba con comida del mercado y me parece que iba a cenar con Yoandri.
-Joder, pues nos vamos a hinchar... Tengo entendido que van a traer el ron por bidones.
-Si es que eres muy bestia.
-Bueno. ¡Que no falte de nada!
-¡Y menos de ron! Voy por unas cervezas.

A Diana le apetecía emborracharse, divertirse, desfasar y sacar toda la energía que le habían robado.

Allí, sentadas las dos solas en una mesa, se bebieron otra Bucanero mientras esperaban. Pero no llegó nadie.

Omar pasó a su lado:

-Voy en busca de Eddy. Esto no es normal, chica. No me demoro...

A Diana ni siquiera le miró.

martes, 11 de enero de 2011

Cinco- Desgana

DESGANA

Tras el incidente en el paseo, Diana fue directamente a casa. No tenía hambre ni ganas de andar. Le apetecía encerrarse en la habitación y estar sola, leer un poco quizás. Procuró esquivar a Yaquelín al llegar, pero ella se escurrió dentro del dormitorio.

-Mira, ¿tú no me prestarías un poquito de esa laquita de uñas tan linda que tienes?
-Sí, claro- contestó la española, a la vez que se sentaba en la cama y abría su bolsa de aseo buscando el pintaúñas-. Toma...
-¿Quieres que te las pinte? -le preguntó la cubana.

Yaquelín quería hablar y Diana estar sola. Sin embargo, sentía la cama demasiado blanda debajo de ella e intuía que la iba a atrapar. De pronto, la perspectiva de una conversación cualquiera, ajena a la desgana que se empeñaba en poseerla, le pareció luminosa, agradable.

-Aquí en Cuba nos gusta tener las uñas siempre bien y los chicos cubanos miran mucho eso, ¿sabes?
-Ah, ¿sí?
-Sí. Y tú las tienes abandonadas, chica...
-La verdad es que sí. Estoy descuidada... –contestó Diana sonriendo.
-Eso lo arreglo yo en un minutico. Trae acá esa mano.

Diana le extendió el brazo agradecida y se dejó acariciar por los dedos suaves de Yaquelín, con el pincel húmedo deslizándose en los segundos silenciosos que se colaban entre frase y frase de la cubana.

-Oye, el alemán ya se fue, ¿no es cierto?
-Sí. Se ha ido hoy.
-¿Estás triste?
-Bueno... quedan más hombres por aquí, ¿no?
-¡Ay, si! ¡Y bien lindos! ¿Qué te parece Fabrizio?
-¿Fabrizio? No es mi tipo...
-¡No, muchacha! ¡Si es para mí!
-¡Ah! ¿Para ti? Parece buen chico, ¿no?
-¡Ay, si! Es tan dulce... -la cubana sonreía mientras, sin dejar de pintar-. ¡Pero qué uñas tan horribles tienes!
-Siempre me las he mordido –reconoció la española entre risas.
-Esto es un desastre, chica. Lo que tú necesitas es una manicura pero de las de verdad.
-Gracias -contestó Diana con ironía, mientras observaba sus dedos de puntas deformes. Debajo de ellos estaban sus propias piernas, salpicadas de pelos a medio crecer. En todo el tiempo que llevaba en Cuba ni siquiera se había pasado la cuchilla. Alguna vez Thomas se había metido con los pelos de sus piernas, pero a Thomas, a pesar de llevar el vello púbico perfectamente recortado, le olían los sobacos, así que no tenía autoridad moral para criticar. Diana sonrió al recordarlo. Luego se dio cuenta de que le echaba de menos y se sintió tremendamente cansada otra vez.

Yaquelín seguía hablando mientras le limaba las uñas. Le contaba algo sobre Fabrizio, pero la española sólo asentía, deseando quedarse dormida.

Tres- Mientras tanto II

MIENTRAS TANTO II

-Bueno ¿y cómo va tu fiesta? ¿Has conseguido ya una banda de música en directo? ¿Has puesto carteles en el Rumbos y en la Casa del Chocolate?

Bárbara rió mientras devoraba su plato de moros y cristianos.

-Menos cachondeito, father, que tampoco va a ser para tanto: ron y algo de comer, eso es todo. ¿Por qué no vienes?
-Uy. Tú sabes que yo soy un padre enrollado, pero no me veo de fiesta con todos los jóvenes de Baracoa…
-No habrá tanta gente. Estaremos los de siempre. Te vienes, te tomas un mojito, o un ron sólo, y, cuando te canses, pues para casa.
-¿Los de siempre?
-Sí, ya sabes: Yuri, Helen y toda esta gente, más las chicas.
-¿Y Yaquelín también va?
-Espero que sí. No sé si éstas se lo habrán dicho. Anda perdida con otra amiga suya y unos italianos…
-¿Y dónde va a ser?.
-No sé, es un secreto… ¿a qué viene tanto interés por si estará Yaquelín?
-Bárbara, no empieces otra vez... Me parece que tú tienes más ganas que yo de que tenga algo con ella. ¿La quieres como madre o qué?

Bárbara volvió a reír.

lunes, 10 de enero de 2011

----- Mientras tanto

MIENTRAS TANTO

Bianca daba sorbos a su lata de Bucanero sin apartar la vista de la plaza.

-Déjalo, muchacha -le decía Yoandri-. Es inútil, tú no puedes hacer nada. Ni siquiera sabes en qué andaban esos chicos.

La italiana había llegado muy nerviosa al Rumbos, donde su mulato esperaba a Yolenys, para jugar a las cartas. Bianca le contó lo sucedido con Eddy y la policía.


-¿Para qué hiciste tú eso? -dijo al escuchar la parte en la que ella le puso la zancadilla a agente-. No puedes andar metiéndote en líos por gente que no conoces.
-Sí que lo conozco- espetó la italiana.

-¿Ah, sí? -continuó él-. ¿Hace cuánto que lo conoces? ¿Sabes por qué le andaba siguiendo la policía?
-Pues lo conozco hace más tiempo que a ti.

-Oye, chica, no cojas lucha... yo nada más lo hago por ti, para que no te metas en un lío por esa gente.
Ella seguía mirando a la calle.
-Esos chicos andan en cosas extrañas y tú estás de vacaciones. Así que déjalo ya, ¿ok? ¿Por qué no juegas un poco conmigo a las cartas?

Bianca notó cómo la mano de Yoandri se resbalaba desde el final de su espalda hasta introducirse en el pantalón. Primero por encima de la tela de las bragas y luego por dentro. Pero ella no estaba de humor para juegos, ni de cartas ni sexuales. Él volvió con los dedos a su espalda y ella pudo sentir el calor de aquella mano enorme de palma rosada. ¿Qué tenía ése mulato que la volvía tan loca? No podía resistirse, era físico, puramente físico, como si su cuerpo no tuviera nada que ver con su estado de ánimo.


Yoandri comprendió que el asunto de aquellos muchachos estaba olvidado. Rodeó la cintura de Bianca sin abandonar la camisa y, aprovechando la cercanía, metió de nuevo la mano en el pantalón, esta vez la otra, esta vez directamente dentro de sus bragas, esta vez por delante y hasta abajo, hasta que notó cómo ella estaba mojada.

-¿Qué haces?

-¿No lo sabes?
-¿Estás loco? ¡Nos puede ver todo el mundo!

El cubano había empezado a masturbarle mientras la miraba de cerca, sin besarla, sin acarciar su cuello, tan sólo frotando su gran dedo corazón contra el clítoris de la italiana.


Ella no le dijo que parara.


-Te gusta, ¿eh? –susurró el cubano, mientras seguía rozándole con tranquilidad, sin pausas.

Estaban en una mesa de las que pegaban a la calle, él de espaldas a la barra, ella casi de frente, pero alejados de los únicos ojos que en ese momento les podían ver.

-No hay nadie aquí. Relájate y disfruta...


-¡Hola, muchachos!


La voz de Yolenys sonó desde algún lugar. Les costó darse cuenta de que estaba al otro lado de la verja, en la calle, y que se disponía a entrar.


Yoandri sacó la mano de las bragas de la italiana y se limpió los dedos contra su pantalón. Bianca estaba absolutamente roja.


-¿Cómo les fue, muchachos? –Yolenys y su enorme sonrisa ya estaban allí.
-Mira, acá estamos tomando unas cervezas…
-A eso voy yo, por una Bucanero bien fresquita, que John me tiene loca…
-¿Qué pasó con el viejo, muchacha?

-¡Ay! Está otra vez con las piedras en el riñón. Ahora te cuento. Deja que vaya por mi cervecica. ¿Quieren algo?

Yoandri miró a Bianca.


-¿Quieres una cerveza?
-No, gracias. Es mejor que vaya a casa.
-¿Te vas a casa?
-Sí, Yoandri. Necesito una ducha. Te veo luego, a la hora de la cena, ¿ok?
-Ok, muchacha.

-¿Entonces?
–Yolenys seguía de pie, esperando.

-Está bien, no queremos nada.
-¿Tú tampoco? -le dijo al mulato.

-No, yo ya me tomé una. La mulata emprendió el camino a la barra.
-¿No quieres otra cerveza? –preguntó Bianca extrañada.
-No, de verdad, está bien así.

-¡Yolenys! –gritó-. ¡Otra cerveza, por favor! –y besó al Yoandri con complicidad. Luego dejó un dólar en la mesa y se despidió prometiéndole que más tarde iba a ser ella la que le hiciera disfrutar.

----- Un policía cabreado

UN POLICÍA CABREADO

A Roberto nadie se la jugaba. El chico desapareció en el horizonte, donde sólo había polvo y plantaciones y él se quedó pateando el suelo, herido en su poder. Harto de aquellos niñatos, caminó hasta un teléfono público y llamó al cuartel.

-¿Alo? ¿Es la policía? –Cambió su voz para que no le reconocieran- Miren, yo quiero poner una denuncia contra Helen Balbis, porque ese chico anda metido en historias de drogas. Él y otro amiguito suyo que yo no sé el nombre, pero que es del mismo grupito, y con unas muchachas extranjeras, una española con el pelo raro y otra que parece gringa, guerita, guerita, con los ojos claros y el pelo rojo. [...] Yo vi como la chica española le dio dinero a estos muchachos a cambio de drogas. [...] Estaban donde el barco hundido, allí los vi a todos.

Y colgó.

Era cuestión de tiempo que aquellas ratas cayeran en sus manos. Se secó el sudor de la frente, miró de nuevo hacia el lugar por donde había desaparecido el chico y se encaminó hacia el centro del pueblo.