lunes, 22 de noviembre de 2010

----- Desmemoria

DESMEMORIA

Aprender a olvidar era la clave. Pero el olvido era algo individual, y la memoria tenía mucho de colectiva. Eso era algo que sabía muy bien Diana, porque no era rara la mañana o la tarde en la que se despertaba y tenía que llamar a sus amigos para que le ayudaran a reconstruir la noche anterior.

Cada uno de los protagonistas era dueño de su propia colección de olvidos, que no podía compartir con nadie por dos razones: construida por vacíos, no había nada que enseñar, y encontrar a las personas que habían formado parte de esa experiencia significaba admitir una existencia por otra parte inevitable.

Pero el olvido funcionaba y era necesario.

Cuba era un pueblo que tenía que convivir con el peso de las fechas históricas que golpeaban desde las efemérides a través de los medios de comunicación; con toneladas de grandeza de un país pequeño que se había atrevido a desafiar a un gigante. Los cubanos tenían que engullir a diario sus méritos como una isla que quiso ser Utopía y aún no se ha dado por vencida. Hombres y mujeres paseaban sus carnes opulentas con descaro, al margen de cualquier culto a la delgadez, gordos de olvido, hartos de tragar escaseces y silencios. Solitarios ante un mundo que ya no quería ayudarles. Amistosos. Agradables.

Pero nadie conseguía borrar los años de Periodo Especial, los medicamentos que no llegaban, los familiares y amigos que no volvían, los deseos.

Sólo el ron, los cigarros y el sexo. Sólo saber que no hacía falta trabajar más. Y bailar en cualquier parte, cualquier persona. Ése era el olvido colectivo del lugar. Una ilusión óptica, un vacío que se colaba en el interior de las claves afrocubanas y que sólo existía cuando se golpeaban u sonaban o en un vaso que reclamaba ser rellenado.

Pero siempre había un momento sin ron ni claves en el que el espejismo se rompía y el pacto se quebraba.

Tras las puertas, entre los muros, en cada casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario