YAQUELÍN Y MANUEL
Ella había aparecido en su casa cuando volvían de la playa. La casera estaba en el porche, barriendo.
-Hola, Jimena, ¿Cómo estás?
-¡Hola, Yaque!- Saludó la casera- ¿Y este milagro? ¿Cómo tú por acá?
-Vengo a buscar a Bárbara y su papá, ¿están ellos aquí?
-¡Ah, claro! Ya me extrañaba a mí que vinieras tú a verme desde tu casa -rió la mujer-. ¡Descarada, que lo que tú eres es una descarada que me tienes olvidada!
-Ay, Jime, ¡tú siempre tan dramática, chica! No me regañes más y déjame pasar a ver a mis amigos.
-Cómo no, linda. Pero tú me tienes que prometer que otro día te vienes a tomar un cafecito conmigo, ¿me oyes?
-¿Y por qué no me ofreces ahora ese cafecito?
-Está bien, chica, está estupendo. Avisa a la pareja, allá está su cuarto.
Veinte minutos después estaban los cuatro sentados en la mesa de la cocina riéndose frente a una taza de café.
-Óyeme, ¿y que harán esta noche?
-Pues lo de siempre, supongo -contestó Bárbara-. Ir al Rumbos a tomar algo.
-Sí. No hay mucho más que hacer acá... Pero el Rumbos está bien lindo. Ayer estaba lleno lleno. ¿Fueron el 31?
-Sí, por allí estuvimos, pero había demasiada gente -contestó la española.
-La verdad, sí. Se puso increíble. A mí me gusta así, con mucha gente.
-Lo que a ti te gusta- intervino Jimena-, es que esté bien lleno de muchachos para gozar, como a todas, y que los policías no puedan controlarte. ¿Verdad?
-Ay, sí, chica -contestó Yaquelín–. Esto se está poniendo imposible. Cada día están parando a la gente y deteniendo. Óyeme, y no te libra ni el carné de arrendador. Hay que tener cuidado... -miró a Bárbara –. Tienes que tener cuidado con Yuri, porque él si se busca un lío por andar contigo, ¿sabes?
-Sí, sí, ya sé, si ni siquiera andamos juntos por la calle.
-Ya, pero en el Rumbos también, porque siempre hay secreta allá y si a lo mejor te ven bailar una vez con un cubano no pasa nada, pero en cuantico te vean varias veces van por él.
- ¿Y qué te hacen?
-¡Para la cárcel! -espetó Jimena.
-Depende –suavizó Yaquelín-, a veces sólo te cogen y te tienen unas horas o unos días y te interrogan y te asustan. Pero otras veces te pueden meter preso por asedio al turismo. Así lo llaman, porque lo que se supone que tú estás haciendo es molestar a los extranjeros, aunque ellos sean tus amigos. A mi tía Cari se la llevaron el año pasado porque andaba con un italiano, que él es su novio, pero eso a ellos no les importa. Ella se pudo librar porque como tiene el carné de arrendador...
-¿Y qué le pasó al final?
-Nada, nada. Pero ella ya quiere hablar con él, que él le aclare sus intenciones, porque ella se la está jugando.
El teléfono sonó y la señora de la casa se levantó a contestar.
-Pero todos van con extranjeros -intervino Manuel -. Aunque sea peligroso para ellos, todos se arriesgan.
-Es que son más bonitos -contestó Yaquelín divertida-. Los extranjeros te tratan mejor que los cubanos. Además, aquí vienen muchos y siempre nuevos, mientras que los de Baracoa ya nos conocemos todos, no hay misterio. Si te gusta alguien de acá, rápido puedes saber en qué anda y con quién se ha acostado... sólo tienes que investigar un poco y ya. Es más aburrido.
-Así que ya sabemos a quién preguntar, ¿eh, papá? -Bromeó Bárbara.
-De verdad, pregúntame lo que quieras, que yo te lo digo. Por ejemplo: Yuri. Yuri es un santo, de verdad. Es muy buen muchacho. Él lo pasó muy mal, ¿sabes? Porque su familia no es fácil: su madre se fue, su padre murió y su hermano está en la cárcel. Pero él es distinto y sigue cuidando a su abuela, ¿sabes?
-Sí, ya conozco a su abuela –contestó Bárbara-. Estuve en su casa...
-¿Y ya él te contó de su novia?
-No, ¿qué novia? ¿Tiene novia?
-No, no, no pienses mal, él no tiene novia –rio la cubana-, bueno sí: tú.
-¡Venga ya, Yaquelín!
-¡Yaqueliiiiiiiiiiiiiiiiiiin! –sonó la voz de Jimena desde el salón–. ¡Es tu mamá, quiere que le hagas un recado, ponte al teléfono!
La cubana desapareció esquivando las sillas y padre e hija se sonrieron. Jimena volvió a la cocina y les ofreció otro café, que ambos rechazaron, mientras ella se rellenaba la taza.
-¡Ay, esta Yaquelín! La verdad es que está linda... lo que le pasó a esa chiquilla con la cocina es una desgracia...
-Bueno, sigue siendo muy guapa –contestó Bárbara.
-Claro que sí –secundó Manuel.
-Por eso lo digo –se defendió Jimena-, porque imagínate cómo sería sin todas esa quemaduras...
La cubana había bajado la voz y gesticulaba más que de costumbre para compensar.
En la habitación contigua se oyó cómo Yaquelín colgaba el teléfono y la conversación volvió al antiguo volumen.
-Entonces, ¿qué les apetece cenar hoy?
-Mmm, pollo está bien, Jimena, ¿no, papá?
-Sí, por mí está bien el pollo –disimuló Manuel.
Yaquelín entró como un torbellino a la cocina y retiró su taza de la mesa.
-Óyeme, me tengo que marchar porque mi mamá quiere que le compre helado para ponérlo hoy de postre a las chicas... ¿ustedes ya fueron a la Casa del Chocolate?
-No –respondió Manuel-. Llevamos días queriendo ir, pero nunca la encontramos abierta cuando nos decidimos.
-Mira, ¿y por qué no se vienen conmigo y compran un poquito para ustedes también?
-Ah. ¡Me parece muy buena idea! –respondió Manuel casi entusiasmado-. ¿No, hija?
-¡Buffff! ¡Qué pereza, papá! ¿Porque no vas tú y me lo traes? Porfa... Así yo me tumbo un ratito, que no he dormido nada esta noche.
-¡Qué poca vergüenza tienes!
En cuanto Yaquelín y Manuel salieron por la puerta, Jimena volvió a hablar a medio tono.
-Oye, Bárbara, y ¿a tu padre le gustan las muchachas jóvenes?
-¿Por?
-No sé. Como antes dijo que Yaquelín era guapa...
-No creo que mi padre vea a Yaquelín de esa manera.
Ya en la habitación, con los ojos cerrados y un segundo antes de caer profundamente dormida, Bárbara se planteó la historia de Yaquelín y su padre. Igual ella le sabía conquistar. No estaría mal que su padre se dejara llevar un poco.
Ella había aparecido en su casa cuando volvían de la playa. La casera estaba en el porche, barriendo.
-Hola, Jimena, ¿Cómo estás?
-¡Hola, Yaque!- Saludó la casera- ¿Y este milagro? ¿Cómo tú por acá?
-Vengo a buscar a Bárbara y su papá, ¿están ellos aquí?
-¡Ah, claro! Ya me extrañaba a mí que vinieras tú a verme desde tu casa -rió la mujer-. ¡Descarada, que lo que tú eres es una descarada que me tienes olvidada!
-Ay, Jime, ¡tú siempre tan dramática, chica! No me regañes más y déjame pasar a ver a mis amigos.
-Cómo no, linda. Pero tú me tienes que prometer que otro día te vienes a tomar un cafecito conmigo, ¿me oyes?
-¿Y por qué no me ofreces ahora ese cafecito?
-Está bien, chica, está estupendo. Avisa a la pareja, allá está su cuarto.
Veinte minutos después estaban los cuatro sentados en la mesa de la cocina riéndose frente a una taza de café.
-Óyeme, ¿y que harán esta noche?
-Pues lo de siempre, supongo -contestó Bárbara-. Ir al Rumbos a tomar algo.
-Sí. No hay mucho más que hacer acá... Pero el Rumbos está bien lindo. Ayer estaba lleno lleno. ¿Fueron el 31?
-Sí, por allí estuvimos, pero había demasiada gente -contestó la española.
-La verdad, sí. Se puso increíble. A mí me gusta así, con mucha gente.
-Lo que a ti te gusta- intervino Jimena-, es que esté bien lleno de muchachos para gozar, como a todas, y que los policías no puedan controlarte. ¿Verdad?
-Ay, sí, chica -contestó Yaquelín–. Esto se está poniendo imposible. Cada día están parando a la gente y deteniendo. Óyeme, y no te libra ni el carné de arrendador. Hay que tener cuidado... -miró a Bárbara –. Tienes que tener cuidado con Yuri, porque él si se busca un lío por andar contigo, ¿sabes?
-Sí, sí, ya sé, si ni siquiera andamos juntos por la calle.
-Ya, pero en el Rumbos también, porque siempre hay secreta allá y si a lo mejor te ven bailar una vez con un cubano no pasa nada, pero en cuantico te vean varias veces van por él.
- ¿Y qué te hacen?
-¡Para la cárcel! -espetó Jimena.
-Depende –suavizó Yaquelín-, a veces sólo te cogen y te tienen unas horas o unos días y te interrogan y te asustan. Pero otras veces te pueden meter preso por asedio al turismo. Así lo llaman, porque lo que se supone que tú estás haciendo es molestar a los extranjeros, aunque ellos sean tus amigos. A mi tía Cari se la llevaron el año pasado porque andaba con un italiano, que él es su novio, pero eso a ellos no les importa. Ella se pudo librar porque como tiene el carné de arrendador...
-¿Y qué le pasó al final?
-Nada, nada. Pero ella ya quiere hablar con él, que él le aclare sus intenciones, porque ella se la está jugando.
El teléfono sonó y la señora de la casa se levantó a contestar.
-Pero todos van con extranjeros -intervino Manuel -. Aunque sea peligroso para ellos, todos se arriesgan.
-Es que son más bonitos -contestó Yaquelín divertida-. Los extranjeros te tratan mejor que los cubanos. Además, aquí vienen muchos y siempre nuevos, mientras que los de Baracoa ya nos conocemos todos, no hay misterio. Si te gusta alguien de acá, rápido puedes saber en qué anda y con quién se ha acostado... sólo tienes que investigar un poco y ya. Es más aburrido.
-Así que ya sabemos a quién preguntar, ¿eh, papá? -Bromeó Bárbara.
-De verdad, pregúntame lo que quieras, que yo te lo digo. Por ejemplo: Yuri. Yuri es un santo, de verdad. Es muy buen muchacho. Él lo pasó muy mal, ¿sabes? Porque su familia no es fácil: su madre se fue, su padre murió y su hermano está en la cárcel. Pero él es distinto y sigue cuidando a su abuela, ¿sabes?
-Sí, ya conozco a su abuela –contestó Bárbara-. Estuve en su casa...
-¿Y ya él te contó de su novia?
-No, ¿qué novia? ¿Tiene novia?
-No, no, no pienses mal, él no tiene novia –rio la cubana-, bueno sí: tú.
-¡Venga ya, Yaquelín!
-¡Yaqueliiiiiiiiiiiiiiiiiiin! –sonó la voz de Jimena desde el salón–. ¡Es tu mamá, quiere que le hagas un recado, ponte al teléfono!
La cubana desapareció esquivando las sillas y padre e hija se sonrieron. Jimena volvió a la cocina y les ofreció otro café, que ambos rechazaron, mientras ella se rellenaba la taza.
-¡Ay, esta Yaquelín! La verdad es que está linda... lo que le pasó a esa chiquilla con la cocina es una desgracia...
-Bueno, sigue siendo muy guapa –contestó Bárbara.
-Claro que sí –secundó Manuel.
-Por eso lo digo –se defendió Jimena-, porque imagínate cómo sería sin todas esa quemaduras...
La cubana había bajado la voz y gesticulaba más que de costumbre para compensar.
En la habitación contigua se oyó cómo Yaquelín colgaba el teléfono y la conversación volvió al antiguo volumen.
-Entonces, ¿qué les apetece cenar hoy?
-Mmm, pollo está bien, Jimena, ¿no, papá?
-Sí, por mí está bien el pollo –disimuló Manuel.
Yaquelín entró como un torbellino a la cocina y retiró su taza de la mesa.
-Óyeme, me tengo que marchar porque mi mamá quiere que le compre helado para ponérlo hoy de postre a las chicas... ¿ustedes ya fueron a la Casa del Chocolate?
-No –respondió Manuel-. Llevamos días queriendo ir, pero nunca la encontramos abierta cuando nos decidimos.
-Mira, ¿y por qué no se vienen conmigo y compran un poquito para ustedes también?
-Ah. ¡Me parece muy buena idea! –respondió Manuel casi entusiasmado-. ¿No, hija?
-¡Buffff! ¡Qué pereza, papá! ¿Porque no vas tú y me lo traes? Porfa... Así yo me tumbo un ratito, que no he dormido nada esta noche.
-¡Qué poca vergüenza tienes!
En cuanto Yaquelín y Manuel salieron por la puerta, Jimena volvió a hablar a medio tono.
-Oye, Bárbara, y ¿a tu padre le gustan las muchachas jóvenes?
-¿Por?
-No sé. Como antes dijo que Yaquelín era guapa...
-No creo que mi padre vea a Yaquelín de esa manera.
Ya en la habitación, con los ojos cerrados y un segundo antes de caer profundamente dormida, Bárbara se planteó la historia de Yaquelín y su padre. Igual ella le sabía conquistar. No estaría mal que su padre se dejara llevar un poco.
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