miércoles, 1 de diciembre de 2010

Siete- Yaquelín y Manuel

YAQUELÍN Y MANUEL

Ella había aparecido en su casa cuando volvían de la playa. La casera estaba en el porche, barriendo.

-Hola, Jimena, ¿Cómo estás?
-¡Hola, Yaque!- Saludó la casera- ¿Y este milagro? ¿Cómo tú por acá?
-Vengo a buscar a Bárbara y su papá, ¿están ellos aquí?
-¡Ah, claro! Ya me extrañaba a mí que vinieras tú a verme desde tu casa -rió la mujer-. ¡Descarada, que lo que tú eres es una descarada que me tienes olvidada!
-Ay, Jime, ¡tú siempre tan dramática, chica! No me regañes más y déjame pasar a ver a mis amigos.
-Cómo no, linda. Pero tú me tienes que prometer que otro día te vienes a tomar un cafecito conmigo, ¿me oyes?
-¿Y por qué no me ofreces ahora ese cafecito?
-Está bien, chica, está estupendo. Avisa a la pareja, allá está su cuarto.
Veinte minutos después estaban los cuatro sentados en la mesa de la cocina riéndose frente a una taza de café.
-Óyeme, ¿y que harán esta noche?
-Pues lo de siempre, supongo -contestó Bárbara-. Ir al Rumbos a tomar algo.
-Sí. No hay mucho más que hacer acá... Pero el Rumbos está bien lindo. Ayer estaba lleno lleno. ¿Fueron el 31?
-Sí, por allí estuvimos, pero había demasiada gente -contestó la española.
-La verdad, sí. Se puso increíble. A mí me gusta así, con mucha gente.
-Lo que a ti te gusta- intervino Jimena-, es que esté bien lleno de muchachos para gozar, como a todas, y que los policías no puedan controlarte. ¿Verdad?
-Ay, sí, chica -contestó Yaquelín–. Esto se está poniendo imposible. Cada día están parando a la gente y deteniendo. Óyeme, y no te libra ni el carné de arrendador. Hay que tener cuidado... -miró a Bárbara –. Tienes que tener cuidado con Yuri, porque él si se busca un lío por andar contigo, ¿sabes?
-Sí, sí, ya sé, si ni siquiera andamos juntos por la calle.
-Ya, pero en el Rumbos también, porque siempre hay secreta allá y si a lo mejor te ven bailar una vez con un cubano no pasa nada, pero en cuantico te vean varias veces van por él.
- ¿Y qué te hacen?
-¡Para la cárcel! -espetó Jimena.
-Depende –suavizó Yaquelín-, a veces sólo te cogen y te tienen unas horas o unos días y te interrogan y te asustan. Pero otras veces te pueden meter preso por asedio al turismo. Así lo llaman, porque lo que se supone que tú estás haciendo es molestar a los extranjeros, aunque ellos sean tus amigos. A mi tía Cari se la llevaron el año pasado porque andaba con un italiano, que él es su novio, pero eso a ellos no les importa. Ella se pudo librar porque como tiene el carné de arrendador...
-¿Y qué le pasó al final?
-Nada, nada. Pero ella ya quiere hablar con él, que él le aclare sus intenciones, porque ella se la está jugando.

El teléfono sonó y la señora de la casa se levantó a contestar.

-Pero todos van con extranjeros -intervino Manuel -. Aunque sea peligroso para ellos, todos se arriesgan.
-Es que son más bonitos -contestó Yaquelín divertida-. Los extranjeros te tratan mejor que los cubanos. Además, aquí vienen muchos y siempre nuevos, mientras que los de Baracoa ya nos conocemos todos, no hay misterio. Si te gusta alguien de acá, rápido puedes saber en qué anda y con quién se ha acostado... sólo tienes que investigar un poco y ya. Es más aburrido.
-Así que ya sabemos a quién preguntar, ¿eh, papá? -Bromeó Bárbara.
-De verdad, pregúntame lo que quieras, que yo te lo digo. Por ejemplo: Yuri. Yuri es un santo, de verdad. Es muy buen muchacho. Él lo pasó muy mal, ¿sabes? Porque su familia no es fácil: su madre se fue, su padre murió y su hermano está en la cárcel. Pero él es distinto y sigue cuidando a su abuela, ¿sabes?
-Sí, ya conozco a su abuela –contestó Bárbara-. Estuve en su casa...
-¿Y ya él te contó de su novia?
-No, ¿qué novia? ¿Tiene novia?
-No, no, no pienses mal, él no tiene novia –rio la cubana-, bueno sí: tú.
-¡Venga ya, Yaquelín!
-¡Yaqueliiiiiiiiiiiiiiiiiiin! –sonó la voz de Jimena desde el salón–. ¡Es tu mamá, quiere que le hagas un recado, ponte al teléfono!

La cubana desapareció esquivando las sillas y padre e hija se sonrieron. Jimena volvió a la cocina y les ofreció otro café, que ambos rechazaron, mientras ella se rellenaba la taza.

-¡Ay, esta Yaquelín! La verdad es que está linda... lo que le pasó a esa chiquilla con la cocina es una desgracia...
-Bueno, sigue siendo muy guapa –contestó Bárbara.
-Claro que sí –secundó Manuel.
-Por eso lo digo –se defendió Jimena-, porque imagínate cómo sería sin todas esa quemaduras...

La cubana había bajado la voz y gesticulaba más que de costumbre para compensar.

En la habitación contigua se oyó cómo Yaquelín colgaba el teléfono y la conversación volvió al antiguo volumen.

-Entonces, ¿qué les apetece cenar hoy?
-Mmm, pollo está bien, Jimena, ¿no, papá?
-Sí, por mí está bien el pollo –disimuló Manuel.
Yaquelín entró como un torbellino a la cocina y retiró su taza de la mesa.
-Óyeme, me tengo que marchar porque mi mamá quiere que le compre helado para ponérlo hoy de postre a las chicas... ¿ustedes ya fueron a la Casa del Chocolate?
-No –respondió Manuel-. Llevamos días queriendo ir, pero nunca la encontramos abierta cuando nos decidimos.
-Mira, ¿y por qué no se vienen conmigo y compran un poquito para ustedes también?
-Ah. ¡Me parece muy buena idea! –respondió Manuel casi entusiasmado-. ¿No, hija?
-¡Buffff! ¡Qué pereza, papá! ¿Porque no vas tú y me lo traes? Porfa... Así yo me tumbo un ratito, que no he dormido nada esta noche.
-¡Qué poca vergüenza tienes!

En cuanto Yaquelín y Manuel salieron por la puerta, Jimena volvió a hablar a medio tono.

-Oye, Bárbara, y ¿a tu padre le gustan las muchachas jóvenes?
-¿Por?
-No sé. Como antes dijo que Yaquelín era guapa...
-No creo que mi padre vea a Yaquelín de esa manera.

Ya en la habitación, con los ojos cerrados y un segundo antes de caer profundamente dormida, Bárbara se planteó la historia de Yaquelín y su padre. Igual ella le sabía conquistar. No estaría mal que su padre se dejara llevar un poco.


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