miércoles, 3 de noviembre de 2010

Dos - Bianca

BIANCA

Bianca abrió los ojos, fresca y malhumorada. La noche anterior se había retirado a una hora prudente, harta de borrachos que se empeñaban en bailar con ella. Tan sólo el sabor a tabaco le recordaba que era Uno de enero y que había estado de fiesta. “Bueno, fiesta”, pensó la italiana con la ceja levantada. Lo de empezar el año lejos de casa parecía haberse convertido en una tradición para ella. No más lentejas ni zampone, siempre en un sitio diferente y siempre la misma mierda. “Bueno”, pensó, “al menos no me duele la cabeza”. Estaba en Cuba, no tenía que trabajar ese día, ni el siguiente, ni los otros; tal vez no fuera el oasis de paz que había soñado, pero no estaba mal. Se miró al espejo. “Venga, Bianca, estás igual. No has cogido ni un rayo de sol”.

Uno de sus objetivos era volver convertida en mulata, ella que parecía más irlandesa que italiana, con su pelo naranja y esa piel acribillada a pecas, tan harta de vivir en una tierra en la que el sol se intuía tras el agua. Había quedado con Diana en ir a la playa ese primero de año, pero en la cama de al lado no había ninguna señal de su compañera. Se levantó, se duchó, desayunó el café solo y los huevos que le había preparado Blanca, su tocaya cubana y casera, y se fue a dar un paseo por la ciudad.



Era festivo en la isla, se conmemoraba el momento en que Fidel Castro proclamó el triunfo de la Revolución no muy lejos de Baracoa, en Santiago de Cuba. Hacía 49 años de eso y nada, salvo el escenario que se había levantado en el centro del parque, hacía sospechar que fuera un día distinto al resto. La gente se movía por las calles, seguía sentada en los bancos de la plaza o en los trancos y porches de las casas y la música sonaba en algún lugar difícil de definir. “Música”, pensó Bianca, “siempre música en esta isla”. Ella odiaba bailar. No era capaz de conseguir un movimiento que tuviera ritmo y le parecía cosa de brujería lo de amoldar los pasos a un sonido. Le gustaba la música, pero era una inepta para el baile, lo que le estaba costando el humor allí. Siempre, siempre, siempre, había un cubano dispuesto a enseñarle cómo hacerlo.

Quizás por eso le había llamado la atención Eddy.

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