viernes, 26 de noviembre de 2010

----- Thomas

THOMAS

Era bávaro, de Múnich. Su madre poseía varias galerías de arte contemporáneo en Alemania y Nueva York, y él trabajaba con ella haciendo de todo un poco y no se sabía muy bien qué. Viajaba mucho, tenía que ir a las ferias de arte de todo el mundo, comprar, vender..., guardando siempre Cuba para sus vacaciones. A sus 30 años, hacía 12 que iba a la isla, casi siempre por Navidad: 20 días que repartía entre La Habana y Baracoa. La primera vez que fue, lo hizo con su padre como parte de los festejos de su mayoría de edad. Vivía solo desde los 16.

Sus padres se separaron cuando tenía 14 y él se quedó con su madre. Pero ella era una mujer muy ocupada y eso a Thomas le dolía de una manera extraña, como no le pasaba a ninguno de sus amigos con padres separados. Como buen niño rico, no le faltaba de nada, pero nada le parecía bien, y su madre, una mujer dura y acostumbrada a ganarse todo a base de horas de trabajo, no estaba dispuesta a ceder a los caprichos de su hijo.

El padre, Dominic, le quería a rabiar, algo que él sabía, sin embargo no podían vivir juntos, entre otras cosas, porque no soportaba a su nueva novia. Thomas era posesivo, o quizás un simple niño-hijo-único-consentido que vio cómo su mundo se desmoronaba y sus padres tenían vidas en las que él no era indispensable. Siempre habían sido tres comportándose como uno y pasó a ser uno partiéndose en tres.

Tenía 14 años y se sintió solo. Con 16, definitivamente lo estaba, o lo vivía.

Intentó estudiar varias carreras, la primera de ellas arquitectura, como el gran Dominic. No terminó el primer año. No se sentía capaz de acercarse siquiera a lo que había visto. ¿Para qué esforzarse? Escogió el refugio de su estatus de niño bien y dedicarse a vivir la vida, a morderla y bebérsela noche tras noche. Adicto a la evasión, el olvido alcohólico, el moco amargo que anunciaba el bienestar de la cocaína.

En algún momento comenzó a trabajar con una productora de cine. Era chófer, electricista, carpintero, lo que hiciera falta. Y por las noches, Thomas de nuevo, en un entorno que le ponía fácil el seguir comiéndose todo lo que no le gustaba de sus días.

En Navidad pedía un viaje a Cuba a su papi, porque necesitaba desconectar pero no tenía dinero. Y papi juraba que era la última vez que se lo pagaba, algo que nunca era capaz de cumplir al año siguiente, cuando su hijo llegaba consumido y ojeroso pidiendo oxígeno.

A Thomas le fascinaban de Cuba las relaciones familiares, donde todo el mundo vivía junto y nadie respetaba los espacios ni la intimidad; donde todos sabían de todos y se contaban, y opinaban, y hablaban a diario. Desde el primer año volvía a la misma casa en La Habana, la misma donde le había llevado su padre 12 viajes antes. Ella era su mami, incluso le regañaba por llegar borracho o llevar chicas, pero dejándole siempre hacer.

Muchas cosas habían cambiado desde la primera vez que pisó la isla. Se había cortado el pelo y trabajaba en algo serio junto a su madre, tenía un hijo, al que no le gustaba referirse como accidente, pero que no había buscado tener, y la voluntad imperiosa de cambiar su estilo de vida. Año tras año.

Su madre era severa. Para ella, Thomas no era el único, aunque sí el más pequeño. Nadine tenía otros dos hijos de un matrimonio anterior que vivían en Nueva York. Rozaba los 70 y quería retirarse, por eso había permitido a Thomas entrar en el negocio, planeando que aprendiera y se hiciera cargo de todo. Confiaba en él, a pesar de sus noches, y en que las responsabilidades le harían cambiar.

Thomas demostraba una y otra vez que era incapaz de llevar su vida por el camino que le habían trazado. Ni siquiera podía conducir un coche. Le quitaron en carné por ir borracho y no se lo volvió a sacar, prefería ir en taxi. En Cuba, en los bicitaxis.

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