lunes, 8 de noviembre de 2010

----- John y Yolenis

JOHN Y YOLENYS

Lo suyo podía haber sido una historia sencilla a pesar de la diferencia de edad. Eran comunes las uniones con extranjeros en Cuba, especialmente en Baracoa, donde casi todo el mundo tenía un novio o novia (sino varios, por si acaso) en el exterior. Por lo general, existía una solidaridad sagrada entre los vecinos que hacía que se ayudasen cuando iban con extranjeros, siempre que se siguiera una norma básica: no entrometerse en la relación de otro.

Cuando se conocieron, ella tenía 16 años y él 60. Por aquellos días John estaba recién casado con la tía de Yolenys, Alejandra, y andaban realizando todos los trámites para irse a vivir al frío de Canadá y volver a Cuba sólo de visita. Pero la burocracia en la isla nunca era cosa de un par de días y el viejo pasó demasiado tiempo en el porche esperando, por donde pasó demasiadas veces Yolenys. Aquella muchacha en uniforme que se acortaba descaradamente la falda y paseaba con sus amigas calle arriba y calle abajo. Al principio ella coqueteaba con el viejo de manera inocente, sabiendo que el marido de su tía tenía dinero y que le podía comprar cosas lindas, vendiendo su sonrisa. Esa niña que no era tan niña a los ojos de John. Pronto se descubrió esperando a que apareciera su sobrina sentado en la mecedora delante de la casa y comprándole regalos antes de que le pidiera nada.

Yolenys no tardó en darse cuenta del efecto que causaba en el canadiense y en utilizarlo: él sucumbía a los caprichos de la joven y ella aceptaba ser el capricho de aquel señor. Las visitas coincidían siempre con las salidas de Alejandra al agropecuario o a casa de amigas. Muchas veces, Yolenys se escapaba de clase con la connivencia de algún profesor, que se convertía en sordo y mudo por un par de dólares, y se iba a sentarse sobre las rodillas de ese hombre. Unas veces niña y otras mujer.

La intención de la joven no era la de casarse con John, ni separarle de su tía. Ella tan sólo buscaba las cosas brillantes que solamente los extranjeros podían ofrecerle y que hacía tiempo que se había aprendido a ganar. Cuando el canadiense la tocó por primera vez, había cumplido ya los 17 pero hacía mucho que no era virgen. En sus encuentros solitarios, su sonrisa se convertía en sonoras carcajadas mientras le mostraba a John las palabras que sabía en inglés, bajito y cerca de la oreja del viejo.

Aunque todo ocurría entre las paredes de aquella casa, no existía en Cuba muro suficientemente grueso como para resguardar a una pareja furtiva de ojos y oídos ajenos. Siempre había un hueco, un agujero, una persona dispuesta a preguntarse qué hacía aquella muchacha yendo cada día a esa casa.

Una mala mañana, Alejandra entró hecha un torbellino poco tiempo después de haber salido y descubrió justo lo que esperaba descubrir. Sintió asco. Porque ella no era más que una muchacha, porque él podía ser su abuelo, porque no había visto nada menos inocente en su vida (y había visto muchas cosas), porque era su familia y le había estado jodiendo mientras le sonreía a diario.

-¡Yo esto no lo voy a permitir!

Primero les lanzó el bolso, luego la chancla, un florero... todo lo que fue encontrando a su alrededor, hasta que se decidió a lanzarse ella misma contra quien primero topara. Yolenys salió corriendo. John tuvo que caminar toda la semana siguiente con los arañazos que Alejandra le había hecho en la cara.

La escena desembocó en divorcio, a pesar de los intentos de Alejandra por arreglarlo sabiendo que, si conseguía salir de allí con él, Yolenys ya no volvería a ser un problema. El canadiense, sin embargo, estaba decidido y siguió adelante con el proceso. El ambiente se volvió agresivo y las acusaciones de infidelidad y malos tratos empezaron a cruzarse entre los dos ex amantes. Durante la guerra, Yolenys permaneció casi escondida, sin más vida que su casa y la escuela, procurando no existir más lo necesario.

Hasta que las habladurías y las falsas acusaciones empezaron a ser peligrosas y ambos comprendieron que convenía llegar a un acuerdo: John le pasaría a Alejandra una pensión que le permitiera vivir bien en Cuba y ella no pondría objeciones a la separación.

Asunto zanjado.

O casi.

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