martes, 30 de noviembre de 2010

Seis- Tres son multitud









TRES SON MULTITUD

Cuando Yoandri se acercó a la mesa de Fabrizio y Bianca, no se dio cuenta de que los dos italianos callaron de repente. Bianca le estaba contando a Fabrizio lo sucedido la noche anterior, cabreada sólo a medias, riéndose de la ocurrencia de besar al cubano, de besar a todos los cubanos que se encontraba en el camino cuando llevaba un par de rones encima. El italiano sonreía y pensaba en lo injusto que era que él no pudiera hacer lo mismo e ir besando a todas las cubanas que se acercaban, fuera sobrio o borracho, ni siquiera a Bianca. La italiana hablaba sin parar, como nunca. Eddy, Yoandri; Yoandri, Eddy. Que ella se quedaba con Eddy, que lo de la noche anterior había sido una tontería, que esperaba no tener que ver a Yoandri esa noche, que lo que no sabía era dónde se había metido Eddy esos días...

Pero su “amorsito” seguía sin aparecer mientras el que estaba allí era el mulato de pelo raro. Y fue el mulato el que se acercó para sacarla a bailar.

-¡No, no! ¡Lo siento!
Su negativa sonriente fue como gasolina para el cubano, que siguió insistiendo convencido de que era cuestión de tiempo.

-¡Venga, Bianca! -le animó el italiano harto de la escena y seguro de que no tenía nada que hacer con ella–. ¡Baila con él!
-¡Venga! -insistía Yoandri–. Que yo te enseño cómo hacerlo. -¡No, no! -se oponía Bianca, ruborizada por la cercanía de Yoandri, por aquella mano grande que la cogía del brazo–.

No puedo, de verdad, no me gusta bailar. Necesito más ron.

-¡Ah! O sea, que lo que tú necesitas es emborracharte para bailar. Eso no es un problema, podemos beber hasta que estés preparada. Yo voy a beber contigo hasta que tú quieras bailar conmigo. ¿Puedo sentarme a tu lado?
-La silla no es mía, ¿sabes? -respondió la italiana, sin dejar de mirarle con sus ojos claros. -Ya sé. Tampoco es mía. Aquí no hay nada de nadie –le contestó el cubano sonriendo.

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