Su madre le había dado un sobre cerrado. “Para tu padre, para su cumpleaños”, le dijo.
El ron de la noche anterior se había apoderado de su cabeza y no tenía fuerzas para ver la cara de Manuel al abrir aquel sobre. Si se trataba de olvidar, eso no ayudaría.
El alcohol le golpeaba las sienes y la carta latía bajo su toalla, amenazando con salir sin permiso.
La arrugó y la mantuvo apretada en su puño cerrado, luego se dirigió al agua. Para que la resaca de las olas se la tragara y la llevara lejos, muy lejos; para que la deshiciera.
Yemeyá, diosa del mar, madre de todos los dioses.
Y Bárbara que caminaba por la arena sin querer pensar más, que se metía en el agua sintiendo cómo el frío iba empapando su piel paso a paso, cómo ese frío se le colaba en el estómago y el pecho, traspasaba la braga del bikini y soplaba su sexo. Cómo engullía la bola de papel mojado.
Rompió a llover y tuvieron que refugiarse en el techado del chiringuito. Allí compartieron mesa con las chicas y ella lo agradeció, dejando que la conversación fluyera sin necesidad de participar, permitiendo que fuera Manuel el que se entretuviera solo, confiando en él por un momento.
El ron de la noche anterior se había apoderado de su cabeza y no tenía fuerzas para ver la cara de Manuel al abrir aquel sobre. Si se trataba de olvidar, eso no ayudaría.
El alcohol le golpeaba las sienes y la carta latía bajo su toalla, amenazando con salir sin permiso.
La arrugó y la mantuvo apretada en su puño cerrado, luego se dirigió al agua. Para que la resaca de las olas se la tragara y la llevara lejos, muy lejos; para que la deshiciera.
Yemeyá, diosa del mar, madre de todos los dioses.
Y Bárbara que caminaba por la arena sin querer pensar más, que se metía en el agua sintiendo cómo el frío iba empapando su piel paso a paso, cómo ese frío se le colaba en el estómago y el pecho, traspasaba la braga del bikini y soplaba su sexo. Cómo engullía la bola de papel mojado.
Rompió a llover y tuvieron que refugiarse en el techado del chiringuito. Allí compartieron mesa con las chicas y ella lo agradeció, dejando que la conversación fluyera sin necesidad de participar, permitiendo que fuera Manuel el que se entretuviera solo, confiando en él por un momento.
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