viernes, 12 de noviembre de 2010

----- Y con Noah

Y CON NOAH

A alguna hora, cuando Diana había conseguido cerrar los ojos, alguien abrió la puerta del dormitorio. Noah, se movía torpe por la habitación, buscando algo en el interior de una maleta ya hecha. Ni siquiera se había preguntado dónde dormiría el belga aquella noche. Permaneció callada y quieta, sin ni siquiera echarse la sábana por su cuerpo desnudo, observando lo que hacía Noah en la oscuridad. Él no reparó en la escena de la cama de al lado hasta que ni hubo terminado con su equipaje. Miró durante unos segundos el cuerpo de Diana sin darse cuenta de que estaba despierta. Se sentó en la cama frente a ella y siguió observándola mientras empezaba a tocarse dentro del calzoncillo. La española sonrió encantada y se incorporó despacio. El belga, con los ojos cerrados, estaba tan absorto en su tarea que no se dio cuenta. Cuando volvió a abrirlos se percató de que ella se había levantado y paró en seco. Diana se arrodilló frente a él, cogió su polla aún dura y la empezó a lamer.

Le encantaba chupar pollas, le ponía más que cualquier otro preliminar. Le fascinaba ver cómo los penes crecían bajo las caricias de su lengua, cómo los hombres se volvían locos y su respiración se aceleraba. Ella solía decir que era culpa de sus padres, que casi la matan antes de nacer gracias a un calentón. Su madre era una mujer que perseguía la felicidad de una manera casi obsesiva, una “happy”, como le decía Diana, que siempre se esforzaba por hacer las cosas bien y por ver el lado positivo de todo, a costa de lo que fuese necesario. El día en que Diana nació, su madre, en lo que pretendía ser un absoluto acto de amor durante uno de los momentos más felices de su vida (el parto para ella fue una experiencia maravillosa de la que no recordaba dolor alguno), convenció a su padre para que hicieran el amor antes de ir al hospital (y después de haber roto aguas). El resultado de ese momento de unión fue que el líquido amniótico salió sucio y la afición de Diana a comer pollas. Según ella, su amor por el sabor saladito del miembro masculino provenía de su primerísima infancia, porque fue lo primero que probó de este mundo, antes incluso que la leche materna.

No pensaba en sus padres mientras se la estaba comiendo al belga, que contenía los gemidos. El suelo estaba frío y Noah empezaba a emocionarse demasiado. Diana paró antes de que se corriera, le hizo tumbarse en la cama y se colocó sobre él. Cogió uno de los condones de Thomas de la mesilla de noche, lo abrió y se lo puso. La polla comenzó a desinflarse.

-Ah, con que eres de ésos... -le dijo al belga en el oído.
-No, no. Es que estoy un poco borracho.
-Podemos seguir con lo que estábamos.

Cogió la mano de Noah y la acercó a su coño empapado y blando. El belga comenzó a masturbarle mientras ella reanimaba a su polla, después volvió a usar la boca, esta vez dándose la vuelta y poniendo su clítoris al alcance la de la lengua de él. No tardó mucho en correrse sin dejar de chupar y menear el pene de Noah. Cuando él también hubo terminado, ella se limpió en las sábanas, le deseó buenas noches y volvió a la cama junto a Thomas.

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