martes, 23 de noviembre de 2010

Un- Tampones en Baracoa

TAMPONES EN BARACOA

Le había bajado la regla aquella mañana y no tenía más que una compresa. “Estupendo”, pensó, y fue a la tienda.

-¿La última?

En Cuba era importante aprender el mecanismo de la cola. Todo se regía por los turnos, sin más método para establecerlos que la palabra. Había que pedir la vez incluso en las paradas de bus urbano, algo lógico si se tenía en cuenta la escasez de transportes, por la escasez de petróleo, y todas las otras escaseces materiales a las que se había visto sometida la isla desde que Estados Unidos le impusiera el bloqueo.

La cola que encontró en la tienda, y la espera, no era nada comparado con las que habían vivido Bianca y ella en los puntos amarillos, cuando buscaban un medio de viaje más económico que los turísticos Viazul, donde, además, corrían el peligro de morir congeladas bajo el inmoral chorro de aire acondicionado. Los autobuses Viazul funcionaban bien, llegaban puntuales, eran fresquitos, nuevos y limpios y, por supuesto, se pagaban en divisa y a precios de muy lejos. Eran el medio de transporte para yumas y la manera más fácil de moverse por la isla. Sin embargo, tanto Diana como Bianca comprendieron pronto que eso no era lo que buscaban. Primero intentaron viajar en otras compañías, en los omnibus que utilizaban los autóctonos, aunque tardaran más, aunque fueran más incómodas. Pero no era tan fácil y el caos con el que se encontraron en la estación de autobuses de La Habana, les hizo desistir en su exótica aventura. Unos días después, en Playa Larga, decidieron probar con el autoestop, o la “botella”, como le decían en Cuba. Descubrieron que no era una empresa imposible si se te veía en la cara que no eras de allí. Los coches no tardaban demasiado en parar, ellas les daban un par de dólares por acercarles hasta donde fuesen y todos contentos. A las salidas de las ciudades descubrieron los puntos amarillos, una ingeniosa solución del Gobierno para paliar, al menos en parte, la falta de combustible y de vehículos. El mecanismo era sencillo: la gente que necesitaba transporte iba hasta esos puntos, donde había unos “guardias” vestidos de color mostaza (de ahí lo de amarillos) que se encargaban de regular el autoestop. Esos guardias, por un lado, colocaban a las personas según la dirección a la que fueran, que se ponían a la cola conforme iban llegando (colas que nunca eran colas en sí), y por otro, paraban a los coches del Estado, e iban rellenando las plazas libres con las personas que esperaban. Esas colas podían ser rápidas o eternas y en los puntos amarillos, sobre todo en aquellos más alejados, la espera podía dar lugar a auténticos micromundos en los que dos turistas suponían todo un pasatiempo.

Claro que la cola que encontró en la tienda, y la espera, no era nada comparado con las que habían vivido Bianca y ella en los puntos amarillos.

-¿Tampones tienes?
-¿El qué?
-Tampones, para la menstruación.
-No sé qué es.
-Es como un cilindro de algodón que se mete dentro...
-Lo que ella quiere son esos palitos que tienen algodón, los que sirven para los oídos- intervino una señora.
-¡Ah!, no, de eso no tengo.
-Que no, que no es eso. Es para la regla, para el periodo. En vez de las toallitas higiénicas.
-Toallas higiénicas sí que tengo.
-Ya. Pero yo no quiero toallas higiénicas.
-Pues yo lo que tengo son toallas. Prueba en la otra tienda.
-Ok, gracias.

En la otra tienda:

-Buenas tardes, quería tampones.
-¿El qué?
-Tampones, para el periodo, con los que te puedes bañar...
-¿Para el periodo?
-Sí.
-Tengo estos dos tipos de toallas, mira.
-Está bien dame un paquete de las que tienen alas. Entonces, ¿tampones no tienes?
-No sé qué es…
-¿Y sabes si hay alguna tienda en la que los pueda encontrar?
-¿Has preguntado en la del Parque?
-Sí, pero no tienen.
-Es que no sé qué es.
-Yo sí sé -intervino la mujer de atrás-, pero eso aquí no hay mi niña. No.
-¿No hay en ningún sitio de Baracoa?
-No -continuó la señora-. En Santiago a lo mejor. Si no, en La Habana.
-Vale. ¿Cuánto le debo?
-Uno con veinte.


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