martes, 23 de noviembre de 2010

----- Las tiendas panamericanas

LAS TIENDAS PANAMERICANAS

Eran las tiendas que vendían en divisas. En ellas podías encontrar casi todo, incluyendo Cocacola, de la auténtica, de la imperialista y yanqui, hasta los mejores productos Nestlé. Quien tenía dólares, podía tener un champú de marca.

Eso era así y los cubanos lo sabían: doble moneda, doble realidad. El problema venía cuando había productos básicos que sólo se encontraban en esas tiendas, como el jabón o las compresas. Un paquete de compresas costaba poco más de un dólar. Un cubano cualquiera cobraba alrededor de 12 dólares mensuales. La regla era mensual. Las cuentas no salían. Bueno, sí lo hacían, con malabarismos y sumando todo lo que se pudiera. Extra, siempre extra.

-Las tiendas de divisas se hicieron, como dice su nombre, para recolectar todos los dólares que tenían los cubanos guardados en casa. Los que mandaban desde Miami- explicaba a Diana el abuelo de Yaquelín sentado en una silla frente a su casa-. Tener un dólar, para un cubano, era ilegal. Te metían en la cárcel. Pero el dólar era lo que valía, más en los 90, y el Gobierno tuvo que aceptarlo. Así que pusieron esas tiendas para que se gastaran los dólares, que le vienen muy bien al Estado. Igual que con el turismo. Todo, todo lo ha hecho Fidel, para conseguir más dolarcitos para el pueblo.
-Pero, ¿eso no es capitalismo? Lo de la doble moneda y el turismo...
-Mira, mi niña, Cuba no es ni va ser nunca capitalista. Hemos aceptado esos dólares porque eran una realidad, pero todas las tiendas Panamericanas son del Estado, y lo que ganan también. Hay empresas mixtas y turismo, porque necesitamos comprar cosas, el dinero, y tenemos recursos; pero siempre seremos socialistas. Todos los problemas por los que hemos pasado vienen de lo mismo: del bloqueo. Aquéllos se creen que nos vamos a rendir y nos joden. Pero no nos rendimos. Somos pequeños y, sin embargo, óyeme, ¿quién más se ha atrevido a derribar dos aviones yanquis? Y no nos atacaron entonces, ni lo harán ahora, porque saben que no nos ganarán. Cada uno de los cubanos- el viejo movía las manos con entusiasmo- tiene, guardadica, un arma, para cuando vengan a atacarnos. Y yo voy a ir el primero, con mis 84 años.
-Y, ¿qué cree que pasará cuando muera Fidel? ¿Cree que cambiará?
-No, muchacha, aquí no va a cambiar nada. Porque está su hermano Raúl, y porque a los cubanos nos gusta vivir así. Como se vive aquí, no se vive en ningún otro sitio del mundo.
-¡Ah! ¿Usted ha viajado?
-¿Yo? Fui hasta la Habana y volví, eso es lo más lejos que llegué. Pero no necesito más. Yo estoy bien. Tú tenías que haber conocido esto en los años 80 o en los 70... ¡Ni habías nacido! Entonces, no nos faltaba nada, todo estaba en las bodegas. Hasta que llegó aquél día, el del discurso de Fidel en el que dijo aquello de: “vienen tiempos difíciles. Los shorcitos rotos del niño, los blumercitos que llevan, lo que tienen, no tiren nada, porque lo van a necesitar”. Y es cierto que fueron años un poco más complicados, pero a mí nunca me faltó de comer. Que tenemos que comer una vez al día, pues lo hacemos y ya, pero no nos morimos por eso. Ni nos rendimos por eso.

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