jueves, 25 de noviembre de 2010

Tres- El sol a primera hora

EL SOL A PRIMERA HORA

Bárbara despertó confusa y cabreada. El sol dándole directamente en la cara, el cuerpo encogido y pegado a Yuri. Hacía frío a pesar de la manta y el suelo estaba demasiado duro, pero él parecía no darse cuenta de nada.

La noche anterior no había sido muy buena y Bárbara sentía remordimientos por haber querido salir corriendo en cuanto entró a casa del mulato. En cuanto cruzó el portal y empezó a subir las escaleras medio derruidas del edificio.

En cuanto comprendió lo que él estaba haciendo entre susurros.

-¿Qué haces, Yuri?- le había preguntado al verle aparecer con un embrollo de sábana y manta.
-No te preocupes, a ella no le importa. Ven, sígueme.
-¿Quién era? ¿A quién le has quitado las sábanas? ¿A tu abuela?
-No pasa nada, chica, no te preocupes, ella está bien.

El pequeño apartamento contaba con un salón, una cocina y una habitación que parecía improvisada en una esquina. Sin puerta y con una pared abierta mediante un gran arco, albergaba una vieja cama de matrimonio iluminada a medias por una de las pocas farolas que funcionaban del paseo, tenue por lejana y por cansada.

Todo se adivinaba cochambroso a su alrededor, viejo y gastado, hubiera jurado que amarillo. Sí, a pesar de la oscuridad, pudo sentir las manchas de humedad en las paredes.

Salieron al balcón, para alivio de Bárbara, que quiso huir de la lástima que le causaba aquella decadencia. Yuri extendió la sábana en el suelo y puso la manta encima. Ambas tenían el mismo aspecto viejo de todo lo demás.

-¿Viste qué romántico es esto? Desde aquí se ve el mar y las estrellas. ¿Quién te puede ofrecer algo así?
-Es precioso- mintió Bárbara, que pensaba en la abuela y en Yuri; en la cama que compartían y en esa mujer sin sábanas.


De un golpe la fiesta y la libido se habían ido. Siguieron bebiendo el ron que les quedaba, lo necesitaba para acostumbrarse a aquel dormitorio al aire libre y verlo como Yuri le había pedido que lo viera: como un lujo frente al Caribe. Se abrazó a él, se besaron y se dejó desnudar mientras desnudaba. Hicieron el amor o follaron; se dejó hacer el amor o follar.

Tras el orgasmo de Yuri, ella hubiera huido, pero no fue capaz. Se abrazó al cuerpo suave y enjuto del mulato y cerró los ojos acurrucada bajo la manta.

Lo siguiente fue despertar con el sol aún tímido de las ocho. La luz era la razón perfecta para volver a casa, a su casa cubana pagada en dólares donde le esperaba una cama, su padre y el desayuno.

Besó a Yuri. Él apenas reaccionó. Le habló al oído y se incorporó para vestirse.

La puerta del balcón chirrió y Bárbara vio cómo asomaba la cara sonriente de la abuela del mulato.

-Buenos días, linda. ¿Quieres desayunar? Tengo un poquito de pancito y mantequilla.
Bárbara se sintió como pillada por una madre.
-Gracias señora. Muchas gracias, de verdad, pero, en realidad me tengo que ir porque me espera mi padre para desayunar. Pero muchas gracias, de verdad, muy amable.
-Ok. Como quieras. Él no se va a despertar hasta un rato. Él es siempre así, le gusta muuuuucho dormir, desde chiquitico. Pero es bueno, un santo.

Bárbara sonrió.


-Claro, señora, eso lo sé.

La sonrisa de aquella abuela le acompañó de vuelta a casa.

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