jueves, 16 de diciembre de 2010

Un- El día después, el último día

EL DÍA DESPUÉS, EL ÚLTIMO DÍA

Thomas la despertó besando su cuello, acariciándole la cintura, frotando el pene contra su culo. Las pestañas de Diana se pegaron un poco cuando decidió abrir los ojos. La cabeza le dolía y su saliva era un pegamento amargo. “¡Mierda!”, pensó, “¡Otra vez igual!”.


El alemán seguía tocándole desde la espalda, pasaba las manos por sus pechos y bajaba al vello púbico sin que ella le dejara llegar más lejos, más dentro. ¿Para qué?, si no había nada allí, si aquello estaba seco, y pocas cosas le resultaban tan lejanas al placer sexual como que le tocaran el coño cuando no estaba lubricado.


Entonces recordó que había llorado, que había estado muy dolida.


El alemán seguía dándole pollazos en las nalgas.


Luego él le mordió.


Ella siguió haciendo memoria de lo que había pasado. Con la luz y sin el ron, le parecía absurdo y triste lo de llorar a solas mientras Thomas dormía a su lado.


Y él metió la mano entre las piernas de ella para descubrir que aquello sí que estaba lubricado. Diana había olvidado que seguía con la regla. Thomas intentó masturbarle pero ella apretó más las piernas, sin mirarle.


-¿Qué pasa?


Pasaba que la noche anterior se había comportado como un auténtico cretino.


-Ayer te portaste como un gilipollas.

-Ah, sí. ¿Lo dices porque me quedé dormido? Lo siento, en serio. Ahora te puedo recompensar.
-No es porque te quedaras dormido, que también, es por cosas que me dijiste.
-¿Qué cosas?

-Pues cosas como que con quien te querías enrollar era con Bárbara y que...

De repente se vio absurda diciéndolo, cabreada por esas frases que no tenían sentido sacadas de contexto, y se enfadó más aún.


Él era gilipollas y punto, no tenía que darle más explicaciones.


Gilipollas le pareció la primera vez que le vio, todo de blanco y con el pelo engominado hacia atrás. Y resultó ser cierto.


-¿Qué importa eso?
-En realidad -comenzó- tienes razón. No puedo enfadarme, porque para mí fue casi lo mismo.
-¿El qué?
-Sí. A mí quien me gustó fue Noah, ¿sabes? Pero él prefirió a Bárbara y yo me emborraché mucho y, después, me desperté contigo. Pero me seguía gustando Noah, de todas formas.


Al alemán le cambió la cara. Era justo lo que buscaba la española, pero no sabía que Thomas no estaba acostumbrado a callar ante un ataque.

-Pero te tuviste que conformar conmigo. Eres una perdedora -el tono de Thomas era amenazante, como el que había aparecido la noche anterior, pero sin alcohol ni risas-. Eso es lo que eres, no hay nada que hacer. Y siempre serás una perdedora que coge lo que no quiere nadie más...

-¿Estás hablando de mí o de ti? Porque a ti te gustaba Bárbara, ¿verdad? Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué terminaste conmigo? Quizás porque tú eres el perdedor. Te asusta la mediocridad, ¿no? Yo no tengo necesidad de ser la mujer con más éxito del mundo, no estoy buscando a un hombre rico y no me importa ser mediocre.
-Por supuesto que no te asusta la mediocridad porque es como has vivido siempre.

-Tú eres un prepotente. ¿Sabes una cosa? Yo conseguí lo que quise. Besé a Noah y tuve sexo con él y le hice una mamada a tu lado, ¡mientras tú estabas dormido, absolutamente borracho, en su última noche!
-¡Eso no es cierto!-Gritó el alemán.

A Diana le sorprendió la violencia de su voz. Le sorprendió y le asustó porque Thomas no dejaba de tener un lado siniestro, oscuro, su lado Drákula.


Luego el vábaro se sentó en la cama y comenzó a llorar. Eran lágrimas suaves, más propias para el final de una película que para aquella discusión absurda que había derivado en una competición de heridas. Lloró y abrazó a Diana con fuerza, pidiéndole perdón al oído, diciéndole que siempre hacía lo mismo, que era un imbécil, que no le tuviera en cuenta nada de lo que había dicho. De repente era un buen chico, un alma descarriada pidiendo auxilio para volver al camino correcto. O el niño mimado que sabía perfectamente cómo ganarse a los suyos después de cualquier putada.


Eso cabreó más aún a la española.


-No me importa, Thomas. No tenemos nada. Tú puedes decir lo que quieras y hacerlo. Y lo mismo por mi parte -le contestó sin levantar la voz ni responder a su abrazo.


Thomas se secó las lágrimas, miró el reloj y comenzó a recoger sus cosas.


-Me tengo que ir. El autobús sale a las dos y media.
-Ok. Entonces adiós. Que tengas un buen viaje y cuídate, ¿ok?

Él se puso las gafas de sol y le deseó también lo mejor.


Diana le dio un beso de los que se dan en la frente pero en los labios y se fue.

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