martes, 21 de diciembre de 2010

Seis- Tres o cuatro en el Puntón

TRES O CUATRO EN EL PUNTÓN

Helen esperó un tiempo y salió de los matojos algo confuso. Había mentido al policía y sabía que aquél no tardaría demasiado tiempo en descubrirlo. No podía ir a casa. Pero no podía ir ni en ese momento ni más tarde. ¿Dónde carajo se había metido su amigo? Maldijo en voz baja a todo lo que pudo y pensó en las opciones que tenía. Estaba la casa de Eddy, pero era poco probable que su compañero estuviera allí. Luego estaba el Puntón, que era más seguro, incluso de día. Entonces recordó que ellos habían quedado allí con la chica española para que les diera el dinero de la fiesta. También podía haberse ido con el yuma y estar camino de La Habana o cualquier parte, mientras él se iba a comer una gran mierda.

-Una gran mierda -dijo en voz alta y le entraron ganas de llorar. Empezó a andar hacia el Puntón. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Se cruzó con varios vecinos que volvían del agroalimentario cargados de lo que habían podido comprar, entre ellos la madre de Eddy, que le preguntó por su hijo, y Bianca, que le preguntó por su amigo. Saludó con prisa. “¿Por qué carajo corro?”, pensó. No eran horas para prisas, no era tierra para prisas y tampoco tenía un motivo real para tener prisa. Pero no podía dejar de correr.

Cuando alcanzó la altura del Puntón, se adentró en la playa. A esa hora el lugar no tenía nada que ver con el paraje solitario en que se convertía de noche. Entre el barullo de los últimos compradores del mercado y los que iban o venían de la estación de autobuses, donde acababa de salir el bus de La Habana, el Puntón no tenía nada de discreto.

Al lado de la muralla del fuerte vio a Bárbara y a Eddy. Respiró.

-¡Muchacha! ¿Cómo tú por acá?- bromeó procurando que no le notara nervioso-. ¡Asere! –Saludó a Eddy.
-Estaba echándole la bronca a tu compañero… ¡Menuda puntualidad la vuestra! Llevo casi media hora esperando.
-¿Cuál es tu apuro, chica? –Le preguntó Helen sonriendo.
-Sí, chica. Ya sabes que acá las cosas son distintas, van a otro ritmo… -añadió Eddy en el mismo tono de guasa.
-Bueno, vamos al grano, a los negocios. Que he quedado con mi padre y llego tarde –dijo la española mientras les entregaba un sobre devolviéndoles la sonrisa.

Eddy lo abrió y contó el dinero sin sacarlo.

-Ok, muchacha. Ya no tienes que preocuparte de nada, que estás de vacaciones –le dijo a la española.
-Está bien, nos vemos esta noche entonces. ¡No lleguéis muy tarde!
-¡Cuídate! ¿Me oíste? –Se despidió Helen.
-¡Te oí!

Y salió deprisa hacia el paseo.

Helen se tuvo que contener para no empezar a gritar en cuanto Bárbara se dio la vuelta.

-Me cago en toda tu...
-¡Carajo, Helen! –Exclamó Eddy en voz baja.
-¿Por qué cojones te fuiste?
-No, asere. ¿Por qué cojones te fuiste tú? ¿Eh? ¿Sabes qué hizo el yuma en cuantico me dejaste? Se fue, asere, con sus dos paticas.
-¿Y cómo lo dejaste marchar? ¿Porque no le disparaste o algo? ¿Qué eres tú, un comemierdas?
-Acá el único comemierdas eres tú, que te fuiste y me dejaste tirado. Me gustaría saber qué tú habrías hecho. Tú nunca haces nada bien.
-¿Qué yo nunca hago nada bien? ¿Quién dejó al yumita ése escaparse con todo?
-¡Porque tú me dejaste sólo para irte a buscar a la policía! ¡A la policía, asere!
-¡Sí! ¡A la policía! ¿Y sabes qué? Que ahora estoy en un lío gordo, todo por tu culpa, ¡por no estar allí cuando deberías haber estado!
-¡No jodas! ¿Sabes dónde estuve? Siguiendo al yuma y preguntándome dónde carajo te metiste.
-¿Que dónde me metí? ¿Buscando ayuda? Solucionando, asere, eso es lo que estaba haciendo hasta que tú lo jodiste todo.
-Solucionando el qué. No hay nada que solucionar. El yuma se fue. Alquiló un taxi y se fue.
-¿Adónde?
-¿Adónde? ¿Y cómo crees que lo voy a saber? ¡Olvídate! ¡Se acabó! No hay nada para tí ni para mí. Esta historia se acabó. Volvemos a la misma mierda. Aquí no pasó nada.

No se había acabado, no para Helen, que se dejó caer en la arena y escondió la cabeza entre las manos.

-Asere. No te pongas así -Eddy cambió el tono-. Qué ingenuos somos. Cómo va a cambiar nada...
-Estoy jodido, Eddy.
-No te lamentes, Helen. Es lo que hay, ya fue, ¿para qué lamentarse? Nada va a cambiar, mejor aceptarlo.
-No es por eso. Yo tengo al policía encima. Él cree que tú te marchaste con la droga y que le estamos engañando.
-¿Tú le dijiste quién era yo?
-¡No, asere! ¿Cómo crees? No soy bobo. Pero le tuve que decir un nombre...
-¿Qué nombre?
-Uno que me inventé, ya ni me acuerdo.
-¿Entonces?
-Entonces estoy jodido. Porque en cuanto que descubra que no existe va a ir por mí. Y estoy jodido.
-¡Pinga, Helen! ¿Para qué tuviste que meter a la policía en esto? Esos perros no son de fiar, lo sabes...
-No me jodas, Eddy. Tú estás libre, así que deja de insultarme y ayúdame.
-¿Y cómo quieres que yo te ayude? ¿Cómo?
-Ayúdame a buscar una solución, qué sé yo. ¿Qué hago, asere? ¿Qué carajo hago? ¿Dónde voy?
-Tienes que esconderte, al menos hasta que encontremos una solución o hasta que se le olvide.
-¿Por qué no hablas tú con él y se lo explicas todo?
-¿Tú estás loco, muchacho? ¿Es qué no sabes que no me quieren? En cuanto ésos me pongan la mano encima, olvídate de mí. Y de ti.
-No sé qué hacer.
-¡Carajo! ¡Pinga! ¡Mierda! ¡Te dije que no metieras a la policía en esto! ¡Carajo!
-Ya déjalo, asere.
-Mira. Yo tengo aquí el dinero de la española, el de la fiesta, son como 100 dólares. En verdad no hace falta tanto dólar. Yo te doy una parte y tú te vas ahora mismo, en cuanto te lo dé. Te vas adonde el río, ¿sabes dónde?
-Sí, sí. Donde vamos siempre.
-Ahí. Y vas a la casa que hay al otro lado, la única que hay en esa zona, una amarillita.
-Sí.
-Allí preguntas por Francisco, ¿me oyes?
-Sí, sí.
-Él es amigo mío. Le dices que tienes problemas, nada grave, y que necesitas desaparecer un poco. Le dices que tienes dinero, que le vas a pagar, que a ver si te puede ayudar a esconderte unos días. ¿Ok?
-¿Francisco?
-Eso es. Dile que eres mi amigo, ¿ok?

Eddy sacó el sobre y repartió el dinero. Se fue él primero.

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