viernes, 3 de diciembre de 2010

----- Dos chicos y dos chicas

DOS CHICOS Y DOS CHICAS

Fabrizio había terminado con un italiano. Allí estaba él, junto a Yaquelín, su amiga y un guaperas con pinta de tamarro que pagaba una ronda tras otra. Durante su estancia en Cuba había evitado caer al lado de un ejemplar como aquél y, llegando al final, allí estaba, brindando con él. Gian Carlo era de Milano, como él, y, como él, tenía los ojos y el pelo claro, pero era más alto, más fuerte y más guapo que Fabrizio. También había viajado a Cuba solo, pero no escondía que su motivo principal eran las mujeres cubanas y el sexo fácil. Había llegado a Baracoa, con una maleta llena de maquillaje y pequeñas alhajas y un coche alquilado en el que le gustaba pasear a las chicas. Ellas se montaban ilusionadas y le enseñaban todos los escondrijos de los alrededores, los lugares apartados en los que podían hacer lo que quisieran y hacerle lo que él quisiera, mientras él disfrutaba la sensación de ser la estrella.

En Milán vivía con sus padres y trabajaba en la construcción, donde conseguía embolsar cantidades ingentes de dinero con los que se podía permitir fiestas, un buen coche, buena ropa y un viaje a Cuba sin reparar en gastos. Era la tercera vez que viajaba a la isla y había aprendido a hacer las cosas allí y a valorar el cariño de aquellas mujeres a las que no importaba que no tuviera que ir con chaqueta al trabajo. Sabía que cualquiera se iría con él sin pensarlo, que, si él quería, lo dejarían todo y cambiarían el clima tropical por los grises del norte de Italia, y eso le hacía sentirse importante.

La amiga de Yaquelín, Zulema, se movía al ritmo de la música sin dejar de sonreír a Gian Carlo. Era delgada, de facciones delicadas, pelo pintado de rubio y tez color bronce matizada por polvos claros. A diferencia de la mayoría de los cubanos, Zulema solía ser reservada y guardar las palabras para intervenciones que merecieran la pena. Parecía que Gian Carlo era una de esas intervenciones.

-¡Oigan! Y ¿por qué no vamos mañana al río? Con el auto de Gian Carlo...
-Ay, sí -le secundó Yaquelín-. Podemos almorzar allá. ¡Qué lindo!
-Me parece bien...
-Tú también vienes...-dijo Yaquelín mirando a Fabrizio-. ¿No?
-No sé, quería ir a Playa Blanca...
-Ay, pero si puedes ir otro día. Pero con el auto podemos conocer sitios más alejados. Además, ¿es que prefieres ir tú solo por ahí que con nosotros o qué?
-No, no es eso...
-Entonces vienes.

Había terminado con un italiano, planeando una excursión a un lugar apartado junto a dos cubanas despampanantes.

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