miércoles, 15 de diciembre de 2010

Siete- Ron para todo el mundo

RON PARA TODO EL MUNDO

El Puntón se había convertido en el lugar natural de las noches de Bárbara, el sitio donde de verdad estaba la fiesta y sucedían las cosas. Lo demás, el Rumbos y el Parque, no eran más que un pretexto o un paso que no se podía saltar por su padre, por Manuel. Aquella noche hubo más ron y cháchara junto al barco oxidado y vacío, reguardados por la penumbra y los muros del fuerte. Pensó que aquello no era muy diferente a sus otros veranos, a las noches y noches que había pasado en Castelldefels, con su pandilla de amigos “de la playa”, con 12 o 13 años, sin nada mejor que hacer que beber algo y charlar, soñando con todo lo que harían y que la mayoría nunca llegó a hacer. Hacía tiempo que no veraneaba allí. Desde que entró en la Universidad, sus agostos se habían llenado de planes que ganaban a cualquier noche de hastío. Se imaginó cómo hubiera sido el no salir de allí, el permanecer en esas mismas noches durante años, creciendo y quieta, madurando y encerrada por siempre en la adolescencia, sin autonomía.

Yuri movía sus enjutas carnes mientras gesticulaba frente a Eddy. Hablaban de pelota, el béisbol de los norteamericanos, deporte nacional del país. Aquellos muchachos.

Aquellos que conocía sólo de unos días (mejor dicho, unas noches) y que se le hacían tan cercanos.

Eddy, con sus batallitas, era el más “cómico”, pero su risa siempre tenía un regusto amargo, sarcástico.

Yuri era distinto. Aparentaba menos años de los que tenía; siempre con su sonrisa blanca y su voz encantadora, rehuyendo hablar de malos tiempos, bailando y bebiendo ron, cambiando el tema de conversación cuando notaba que las voces habían girado hacia tonos más graves.

Helen era feo y también cómico, el complemento, el que corroboraba todas las historias, la pareja de Eddy, su amigo, su compañero, el que caía bien a todos y exageraba su fealdad a base de chistes.

Omar era el de los silencios y el misticismo rastafari. Vestido con trajes africanos, con la estrella de David tatuada en la mano izquierda, cerca del pulgar, y sus amuletos siempre colgando del cuello. No bebía alcohol y hablaba de sus raíces africanas… o bebía alcohol e intentaba ligar con alguna muchacha... dependía del día y del momento.

Otros venían a veces.

Y todos reían las batallitas de Eddy mientras se incendiaban en la oscuridad de aquella esquina sin farolas ni vigilantes, hablando de lo que harían al salir de allí, de lo que hubieran hecho si no estuvieran allí. Criticaban y rectificaban. Siempre con miedo a decir las cosas de una manera absoluta. Hasta que el tono pasaba de enérgico a resignado. Era entonces cuando Yuri introducía el tema de la pelota y todos sabían que era la señal para volver a olvidar y seguir bebiendo. Se habían vuelto a equivocar dejándose enredar en quejas.

Bárbara callaba, harta de argumentar en contra de todos ellos, intentándoles convencer de que no estaban tan mal. Esa noche, no quería hacerles comprender que el mundo que tanto anhelaban estaba muy lejos de la perfección.

-Me gustaría verlo –dijo Yuri como leyéndole los pensamientos-. Al menos poder ver que no es así. Si no es como espero, me vuelvo para Cuba. Ya está.
-Yo daría lo que fuera por irme, por mandar al carajo a los que fastidian todos los días, por no tener que andar escondiéndome de cada cosa que hago –añadió Eddy.
-¿Todo, asere? Preguntó Yuri en tono de guasa.
-No, todo no, ya tu sabes que no…
-Pues yo no quiero irme -interrumpió Bárbara, intentando dar un giro a la conversación.
-Hagamos una cosa: nos cambiamos -propuso Helen-. Yo creo que tu padre ni se da cuenta. Mira, tengo el pelo larguico, nada más tengo que hacerme las trencicas esas que tú tienes y ya. ¡Como hermanas!
-Podemos probar... Pero creo que sería más fácil si emborrachamos a mi padre primero –respondió Bárbara riendo.
-Eso no hay problema. Tú lo traes para acá y nosotros le vamos dando ron poquito a poquito, hasta que ya no reconozca ni a su hija.
-No, si acá, si alguno consigue la visa el ron no es problema. Se hace la fiesta del siglo- dijo Eddy.
-Baracoa coge candela -añadió Helen.
-¿Y sólo se hacen fiestas cuando se va alguien?
-No, chica. Pero sí es un festejo grande, como los quince de las muchachas... no una fiestecica como las que tenemos todos los días. Una grande -prosiguió Helen.
-Como las que no vimos nunca -bromeó Yuri.
-¿Y porque no hacemos una? -preguntó Bárbara.
-¿Una qué? ¿Una fiesta? -Eddy le devolvió la pregunta.
-Claro. Podemos hacer una fiesta antes de que yo me vaya. Una de esas fiestas grandes... Yo corro con los gastos.

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