lunes, 6 de diciembre de 2010

Cinco- El día después

EL DÍA DESPUÉS

Al despertar, el desastre le importó un poco más. No porque Thomas estuviera sucio, lo que le molestaba era estarlo ella. Se levantó y fue como pudo al baño a limpiarse. Por el pasillo se encontró a “mami”, tan sonriente y cabreada como siempre. “Perfecto”, pensó. Y se cabreó ella también. Estaba resacosa, ensangrentada y sin ropa para cambiarse ni toalla con la secarse. Ni siquiera papel higiénico. Se apañó como pudo en el baño, procurando no dejar restos de su paso en esa ocasión, colocó la compresa limpia que había guardado sobre las bragas empapadas y se dispuso a correr hasta su casa.

Por supuesto Thomas no estaba de acuerdo, pero esa vez no cedió: no había alcohol de por medio. Lo único que había era un ligero y molesto dolor de cabeza y el aliento mañanero que tanto asco le daba, por no hablar de las manchas de sangre en las sábanas y el colchón, que tampoco le invitaban a quedarse.

-¿Vamos a la playa hoy? -Le preguntó Thomas.
-No creo. Vamos, yo no, pero si tú quieres ir...
-Yo quiero ir. Lo necesito. Estoy blanco y vuelvo ya a Alemania -le miraba-. Pero quiero que vengas conmigo. Es mi último día en Baracoa. Es nuestro último día.

Tenía razón: era su último día en Baracoa. Era el último día de los dos.

Diana no estaba para demasiados sentimentalismos.

-Ok. Vamos a ver. Nos podemos encontrar en el Rumbos a las 12.00 y allí decidimos. ¿Vale?
-¿Por qué no te quedas aquí conmigo y nos vamos los dos juntos a la playa?
-¿Por qué? Porque necesito ir a casa, ¿ok? –estaba empezando a perder la paciencia. Quería salir de aquella casa y ducharse, quería desayunar y respirar tranquila, su espacio, su tiempo... sin dar explicaciones.

Salió al fin y la calle le pareció más amplia que nunca, aunque una mezcla de resaca, voces y sol le explotara en la cabeza en cuanto pisó el asfalto rajado frente a la puerta. Más adelante, en el porche de madera de una casa, una niña de unos cuatro años movía el culo obscenamente a ritmo de reggaetón, concentrada, al lado de su madre-hermana-amiga, que reía con las sacudidas de la pequeña. La escena le hizo sonreír. “Hay cosas que sólo se pueden aprender de muy pequeña”, pensó, y se reafirmó en su negativa a bailar reggaetón.

El jaleo le hizo caminar más deprisa. A Thomas, tan alemán él, le encantaba el ruido al otro lado de la ventana. Ése era el tipo de cosas que le atraían del país y que le hacía volver año tras año... y ya se iba. Volvía a Múnich, a la nieve, al frío en todos los aspectos. “¡Uf!”, pensó Diana, “no tiene que ser nada fácil”.

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