jueves, 9 de diciembre de 2010

Cinco- Langosta

LANGOSTA

Thomas maldecía a las nubes mientras cambiaba de posición una y otra vez.

-No puedes ponerte moreno en un día. Es tu culpa, no te enfades ahora -le chinchaba Diana.

Seguía buscando su posición cuando apareció un hombre entre los matorrales que rodeaban la arena y se acercó.

-¿Quieren algo de comer? ¿Algo rico y a buen precio?
-¿Tiene langosta? -preguntó el alemán procurando esconder su acento.
-Claro, amigo.
-¿Es fresca?
-Sí. Yo mismo la cogí.
-¿Cuánto cuesta?
-A nueve dólares la langosta y te traigo también su poquito de arroz, su ensalada y plátanicos.
-¿Nueve dolares? No amigo, la comí más barata.
-¿A cuánto la quieres?
-A seis -intervino Yoandri-. Déjanosla a seis, que te vamos a pedir para los tres.
-Con ustedes yo no hago negocio -protestó el furtivo sin perder la sonrisa-. Pero está bien, yo se la dejo a seis. ¿Ok?
-Ok -respondieron los tres sabiendo que no les hacía ningún favor.
-¿Caguama tienes? -preguntó el mulato.
-Sí, tengo. ¿Una para tí?
-Sí, por favor.
-¿Y ustedes?
-Para mí una langosta y para ella... ¿tú qué quieres?
-Para mí langosta también, así la pruebo.
-¿Nunca comiste langosta? -se sorprendió Yoandri.
-No. No sé. En mi país no es normal comer langosta, son carísimas.
-Dos langostas y un filetico de caguama, entonces. ¿A qué hora se lo traigo?
-Pronto -respondió Thomas.
-En cuanto las tengas -añadió Yoandri.
-El vendedor furtivo volvió a desaparecer entre la maleza.
-¿Cuánto cuesta una langosta en tu país? -siguió el cubano.
-Sinceramente, ni lo sé. Nunca me he molestado en comprobarlo porque es lo típico que no me puedo permitir o en lo que no me quiero gastar el dinero, mejor dicho.
-Me encantan las langostas -Se unió Thomas-. Si estas langostas están buenas, uuuhhh, vas a comer algo especial, en serio. La mejor langosta que yo comí fue aquí, en Cuba, bueno, y en Nueva York, en un restaurante japonés.

“La mejor langosta que comí fue aquí, en Cuba, bueno, y en Nueva York, en un restaurante japonés”, repitió Diana en su cabeza sin acabar de creerse lo que acababa de escuchar. ¿Con qué clase de pijo había ido a parar? Sonrió. Cuanto más motivos para odiarlo encontraba, más le gustaba ese personaje. Además, ambos compartían el gusto por el ron.

-Yo nunca he estado en Nueva York -contestó ella provocativa.
-¿En serio? Tienes que ir.
-Ya.

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