miércoles, 8 de diciembre de 2010

Un- Cuatro en un coche para seis

CUATRO EN UN COCHE PARA SEIS

Diana llegó tarde, pero llegó con tampón limpio y preparada para marcharse a un normal día de playa. Thomas, Yoandri, ella y un taxi para cuatro.

-¿Y qué pasó con tu amiga?- preguntó el cubano.
-Ya tenía planes, había quedado para ir al río.
-¿Con quién? Si se puede preguntar.
-Con Fabrizio, el italiano rubio, ¿sabes?
-Sí, sí, ya sé. La que no sabe es ella. Mira, ese italiano no le puede dar lo que le daría yo- replicó sonriendo.
-¡Por Dios, Yoandri! ¡Tú no! Creí que eras un poco más normalito...

El cubano rio.

-Es broma mujer, ¿tú no tienes sentido del humor o qué?
-Nunca he tenido mucho, pero últimamente creo que tengo menos...
-Pues muy mal, porque acá hace falta mucho sentido del humor para vivir, o te ríes o te hartas de llorar.
-Algo he notado, sí.

Yoandri iba en el asiento delantero junto al conductor, mientras que Thomas y Diana se camuflaban detrás, protegidos de miradas indiscretas por los cristales ahumados del coche, porque era ilegal que ellos fueran allí, los yumas tenían que usar los taxis oficiales. El almendrón, como se llamaba a los coches de los años 50 que aún circulaban por la isla, olía a gasolina y a viejo. Era un Chevrolet azul turquesa de ésos que tan bien quedaban en las postales y que volvían locos a los turistas. Pero esas enormes máquinas, en las que se podía llevar a tres pasajeros en la parte delantera y otros tres en la de atrás, eran más bonitas que útiles. Por dentro se notaban los múltiples remiendos que mantenían viva aquella reliquia a pesar de los años y las escaseces, los agujeros en el raído eskay de los asientos, el sonido de un motor mil veces resucitado. A Diana le pareció una metáfora de aquel país: todo viejo, remendado y persistente, funcionando, con muchos problemas, pero sobreviviendo. Entonces recordó la canción de Carlos Varela: Un amigo se compró un Chevrolet del 59, no le quiso cambiar algunas piezas y ahora no se mueve...

Thomas le abrazaba por la espalda mientras ella miraba el paisaje delante del coche. Los sobacos del bávaro olían ligeramente. Ella se lo hizo saber y él se rio. A Diana también le hizo gracia, le gustaba esa confianza basada en tan pocos días. La faceta cerda del yupi vestido de blanco que se sentó en la mesa del Rumbos su segunda noche en Baracoa. ¿Sería igual en su país? ¿Vendería obras de arte contemporáneo oliendo a sobaco?

En la parte delantera, los cubanos se habían inmerso en conversaciones propias, Thomas y ella también lo habían hecho, aunque en silencio.

Le miró a los ojos casi verdes, o miel. Las pupilas, de nuevo, vulneraban a Thomas contando lo que le costaba ser feliz, sus secretos que eran secretos sólo porque nadie se había parado a escucharlos. Diana prefería que no se los contara, se quedaba con las caricias y la sencillez, estar junto a él, sobre él. Ella tampoco quería pararse en él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario