viernes, 10 de diciembre de 2010

Siete- El pasado

EL PASADO

Yuri le había asegurado a Bárbara que eso de la infidelidad no iba con él.

Estuvo muy enamorado, pero tuvo un mal final. De eso hacía ya más de un año. Tenían los dos 17 cuando empezaron a salir. No fue la primera, pero sí la única. La única con quien siempre sintió que estaba creando algo. Iba a casarse con esa mujer, lo sabía. No tenían fechas ni planes, quizás cuando terminaran los estudios, ella quería ser enfermera y él, profesor de Educación Física. “Las enfermeras tienen más facilidades para salir”, le repetía ella. Y Yuri prefería no pensar en las misiones ni en las familias que se separaban durante años mientras uno de ellos se iba a Venezuela o donde tocara. Le gustaba más obviar que eso no pasaría y que, si pasaba, él encontraría la manera de irse con ella, que juntos huirían. Qué más daba no poder volver a Cuba, si se llevaban el uno al otro.

Ése era su pacto: nunca el uno sin el otro. El sueño de ambos y un futuro que se agrandaba cuando hablaban de él.


-Pero tú tienes que buscarte otra profesión. Los profesores de gimnasia nunca salen de aquí- le decía ella-. Tienes que hacerte artista.

-Pero si yo no sirvo para esas cosas. ¿No lo ves? Bailo lo justo y canto con el culo –se reía él-. ¿Qué tú quieres que yo haga?

-¡Ay! Pero ustedes se la pasan escuchando música y organizando conciertos y qué se yo. Algo tendrás, ¿no? Énganchate con tus amiguitos, los que tienen la banda ésa.
-Lo que tú eres es una ingenua. ¿Cómo crees? La música que ellos hacen no le interesa a nadie acá. Y no es la música cubana que los extranjeros quieren escuchar.
-¡Pero nosotros tenemos que salir de aquí! Tenemos que irnos a Miami, o a España, donde sea, donde me pueda comprar ropas bien lindas.
-¿Pero qué ropa tú necesitas? Si tú sabes que como estás más linda es sin ella...
-¡Ah, claro!

Y su risa llegaba hasta el estómago de Yuri.

Las últimas veces que la vio, ya no se reía.

-Yuri, tengo que decirte algo.

-¿Qué sucede? Pero mira qué cara traes, alégrate, chica, que no puede ser tan grave...

Hacía días que le andaban llegando comentarios que él nunca quiso creer. Que su chica andaba con otro, “¿Con quién?”, “Yo no la vi, es lo que escuché”, “Entonces qué me vienes a contar. ¿Tú no sabes que acá la gente se aburre mucho, que tienen demasiado tiempo para inventar?”, “Yo sólo pensé que tenías que saberlo, asere, porque todo el mundo lo sabe”.


El otro era mayor, sí, uno de esos viejos solitarios o verdes que pisaban Cuba buscando jovencitas a las que “salvar” a cambio de compañía, sexo y la vitalidad que ya no tenían.


-Me voy, Yuri. Me caso con Roberto, él es bueno y yo le quiero. Entiéndeme.


Tenía 19 años y la cabeza llena de sueños.

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