miércoles, 22 de diciembre de 2010

----- Yaquelín y Fabrizio

YAQUELÍN Y FABRIZIO

-¿Sabes que Cristobal Colón hablaba del Yunque en sus cuadernos?
-No lo sabía -respondió Fabrizio.
-¿No te interesa? -preguntó Yaquelín divertida-. Porque a los extranjeros siempre les gustan estas historias.
-Estás mucho con extrajeros, ¿no?
-Mi mamá alquila, mi amor. ¿Qué tú crees?

El italiano rio ante el descaro de Yaquelín.

- Ya lo sé... ¿Tú sabes que Cristóbal Colón era italiano? De Génova.
-Esto dicen todos los italianos.
-¿No me crees?
-Lo que tú me digas, yo me lo creo.

Y le besó.

Estaban en medio del bosque verde y fresco que rodeaba la gran montaña, el Yunque. Habían llegado hasta allí junto a Gian Carlo y Zulema, en el mercedes alquilado del italiano, en un dos para dos que ya no incomodaba a Fabrizio. La otra pareja se había perdido hacía ya rato y Yaquelín guiaba al italiano entre las plantas de la zona con más especies endémicas de la isla, cumpliendo con su papel de anfitriona y guía turística. Pero Fabrizio no era capaz de escuchar las historias de la cubana, tan sólo oía su voz suave, la entonación, las risas que se colaban entre frase y frase, su sonrisa, sus ojos castaños que siempre parecía mirar más lejos de donde él se encontraba, su piel maltrecha y suave.

Él la besó. Cerciorándose de que lo del día anterior en el río no había sido una invención y de que su cuerpo seguía oliendo como lo recordaba, a aceite y a coco, dulce, como era ella. Yaquelín cerró los ojos al contacto de los labios de Fabrizio y se agarró blanda al italiano, que siguió besándola por las mejillas, por el cuello, por la oreja. Ella se apoyó en un árbol y dejó que él siguiera bajando beso a beso. El italiano se paró en su pecho, lo absorbió, lo saboreó, casi lo masticó, mientras sus manos atraían el cuerpo de Yaquelín contra el suyo y la cubana se deshacía de las bragas. Fabrizio se arrodilló y levantó aquella falda vaquera de una talla mucho más pequeña que la de Yaquelín. La misma falda que llevaba torturándole todo el día, desde que salieron de Baracoa, el trozo de tela que amenazaba con reventar, dejando toda esa carne al aire.

El pubis de Yaquelín también olía a coco, a coco y a sal, como a bronceador y a mar. Fabrizio hundió la nariz en el coño abierto de Yaquelín, que gemía y se agarraba al tronco del árbol. Saboreó su clítoris hinchado y caliente y lo lamió como si fuera el agua que llevaba kilómetros deseando, mientras agarraba los muslos de la cubana con las manos, hundiendo los dedos en la carne, en esa piel que le volvía loco. Yaquelín seguía gimiendo, cada vez más fuerte, a punto de reventar, sudando, hasta que, de un espasmo, cerró los muslos inmovilizando la cabeza del italiano, que dio sus últimos lametones y sonrió satisfecho.

La cubana volvió a abrir las piernas, miró hacia abajo y sonrió. Se agacho sobre Fabrizio, desabrochó sus pantalones, sacó la polla de los calzoncillos, y se sentó encima del italiano. La imagen de Yaquelín, a medio desvestir, su piel, sus gemidos... Fabrizio luchó por aguantar, pero la excitación era demasiado fuerte y terminó corriéndose dentro de la cubana.

Ella le dio un beso y se quedó sobre él.

-¿Tú estás loco o qué? -bromeó-. ¿Andas haciendo esto con todas las muchachas?
-¿Yo? No. Ojalá –rio el italiano.
-Mira, ¿y si me dejaste embarazada?
-Entonces me quedo contigo en Baracoa.

La cubana rio.

-¿Y porque no me llevas mejor a Italia?
-Italia es un fastidio. Nada funciona allí.
-¿Y aquí sí?
-Aquí por lo menos hay baile, ¿no?

Ella se tumbó a su lado.

-Eso es verdad. ¿Cuándo vamos a tener otra lección de baile? -dijo Yaquelín.
-Cuando quieras.
-¿De verdad tu querrías vivir acá? ¿En Baracoa?
-¿Por qué no?
-No sé. Es aburrido.
-No creo.
-Sí lo es. Tú eres turista y es distinto. Ni siquiera los extranjeros que se han casado con gente de acá vive acá. Ellos van y vienen.
-¿Tú quieres irte para siempre?
-No sé. Todo el mundo quiere irse. A mi me gustaría conocer otros lugares, pero también me gusta esto, aunque sea aburrido.
-A mí me gustaría conocer mejor cómo vive la gente aquí. No me gusta ser siempre el extranjero.
-¿Tú quieres conocer cómo vive la gente acá?
-Sí, claro.
-Ven a cenar a mi casa esta noche.
-¿De verdad?
-Por supuesto, chico. No hay problema. Mi papá estará encantado. Él disfruta hablando con la gente y te contará todo lo que tú quieras saber.

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