lunes, 13 de diciembre de 2010

Dos- Carne roja

CARNE ROJA

Yaquelín era la carne y la conciencia de la piel. A Bianca no le gustaba la carne, era vegetariana, y lo pasaba realmente mal en Cuba, donde la base de la dieta era el cerdo y el pollo.

Nunca ternera, ni carne de res en general. Con excepciones, claro. A Yaquelín le recomendaron comer carne de vaca, porque aumentaba los glóbulos rojos, según ella misma contaba. Por prescripción médica, la familia podía comprar algo que para la inmensa mayoría de los cubanos estaba más que prohibido. Ella necesitaba producir más de esos glóbulos para su operación, la que pensaba hacerse en La Habana cuando le dijeran que estaba todo listo y que le desharía de sus cicatrices. Los pedazos de piel anudados que cubrían parte de su torso, y que le recordaban cada día que estuvo apunto de morir y aún no había vuelto a ser la que era.


Y Blanca, la casera, su siempre madre, se afanaba por conseguir los pedazos de vaca que no eran fáciles de encontrar por mucha prescripción médica que se tuviera. La mayoría de las ocasiones, la tenía que comprar de contrabando, fuera res o caballo, lo que hubiera.


Las vacas en Cuba estaban destinadas a la producción de leche para los más pequeños o los ancianos y no tenían demasiadas, así que matarlas para convertirlas en estofado podía costarle la cárcel al responsable. Eso no quería decir que no se hiciera, muchas vacas morían por causas ajenas y esa carne se podía aprovechar a escondidas. El ingenio caribeño había desarrollado diversos métodos para camuflar de accidente el asesinato de cabezas de ganado con el fin de vender su carne en el mercado negro. Era relativamente común que una vaca muriera mientras cruzaba las vías del tren, algo raro teniendo en cuenta la escasez de trenes y de vacas que había en la isla. Y lo mismo sucedía muchas veces con los caballos. Con unos cuantos dólares, Yaquelín podía comer su carnecita de vez en cuando y ya aprovechaba Blanca para servírsela a los turistas que pasaran por su casa a un buen precio.


Así se lo explicaba la cubana a Fabrizio, que no podía evitar la risa al imaginar a los guajiros empujando a las pobres vacas para que se quedaran atravesadas en las vías justo en el momento en que pasaba el tren.


A Bianca aquello le parecía absurdo. Como absurdo le parecía que sirvieran ternera en los hoteles para turistas, en esos reductos donde no existía ninguna restricción ni problema, donde nunca se cortaba la luz ni faltaban ingredientes, donde no podían entrar cubanos a pesar de que la Constitución estableciese que eran lugares públicos y que en ningún lugar público se le podía impedir el acceso a los ciudadanos.


Fabrizio imaginó una Carta Magna rehecha según las conveniencias y en Rebelión en la Granja, un libro escrito antes de la Revolución cubana... pero no quería pensar más, prefería dejarse llevar por Yaquelín y aprender a bailar.


Después pensó en el Ché y como al poco de dar comienzo a todo, dijo aquello de que las revoluciones eran imperfectas porque salían de la pasión del pueblo. Lo dijo porque vio que no era tan fácil. Él buscó la manera de mejorar la idea, quiso la creación de un socialismo que abarcara toda América Latina. El Ché estaba muerto. Yaquelín le arrastró del brazo y lo colocó en posición de baile.

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