martes, 14 de diciembre de 2010

Cinco- El fin del principio

EL FIN DEL PRINCIPIO

De lo que pasó aquella noche Diana guardaba un recuerdo confuso. Thomas había pasado por su casa mientras ella estaba cenando. Fue una visita inesperada. Él apareció cuando acababa de sentarse a cenar, aún sin duchar, y se sentó a mirarla. Como lo hacía siempre: callado y firme. Era la primera vez que iba a la casa adoptiva de la española. Luego se marchó convencido de que Diana no llegaría a la hora prometida. Antes de cruzar la puerta, ella le prometió que su última noche sería una gran noche y él le respondió que tenía una sorpresa. Bianca y Blanca sonreían en algún punto detrás de Diana.

Se encontraron en el Rumbos, tal y como habían quedado. Ella llegó puntual y Thomas recién duchado. Bebieron con todos gracias a la excusa de que Thomas se marchaba. Ron de la cosecha de Diana, de la del alemán, de la de John, de la de Bianca, de la de la isla.


Omar, el dreloman, pasó cerca sin saludar. Thomas sonrió y eso les llevó a hablar de la noche en que acabaron durmiendo juntos, la que apenas había existido para Diana. Entonces Thomas le recordó cómo se habían conocido.


En quien él se había fijado era en Bárbara. Se quedó prendado de la chica de las rastas y los grandes pechos, pero ella no le hacía demasiado caso y estaba ya muy solicitada, sobre todo por su amigo, Noah, el belga, que no se despegaba de Bárbara. Después estaba Diana, que se fue con el rastafari con el que estuvo besándose, sentada encima de él en alguna silla. Después empezaron a discutir. Omar le tiraba del brazo y ella le gritaba para que le soltara. Entonces, Thomas, que estaba contemplando aquella escena sin perderse detalle decidió intervenir para que el cubano dejara en paz a la chica. Omar la abandonó en manos del bávaro que la sentó en una silla junto a él. Compartieron ron y se besaron un poco. El rastafari seguía en algún lugar de la terraza. Llegó la hora de marcharse, era la segunda noche de Diana en Baracoa, estaba casi inconsciente, Bianca se había ido hacía rato y ella no sabía volver a casa. Thomas la llevó a con él y ella le vomitó las sábanas. Luego le colocó de lado para que no se ahogara si se le ocurría repetir la argucia y así la mantuvo, abrazándola-sujetándola, toda la noche.


Entonces Diana despertó sin saber dónde estaba ni quién era el que le abrazaba.


La española no supo si darle las gracias o escupirle.


Lo que más le dolía de todo aquello no era que se hubiese enrollado con ella sabiendo que no era consciente de lo que hacía, sino que le hubiera confesado que lo que él deseaba era enrollarse con Bárbara y que ella fue una especie de accidente o de “cosa que pasa” o, peor, que era más fácil por lo borracha que estaba.


Le dolió de la manera en que sólo le dolían las cosas cuando estaba bebida, con sinceridad.


Apretó la garganta y bebió algo de ron para que pasara.


La noche siguió.


Más alcohol. Después recordaba la conversación sobre los chupetones que tenía en el cuello, los que le había hecho él en sus ataques de pasión etílica. “¡Puto Thomas!”, le dijo mientras se los enseñaba y le amenazaba con hacerle lo mismo.


-¡Oh! ¡No! No puedes... No puedo. Tengo novia, ¿sabes? Bueno, tenemos una relación abierta. Ya sabes... -comenzó a explicarse.

-No me importa si tienes novia -respondió Diana.

Él se rio.


-Y ¿qué hubieras hecho si te importara? ¿Hubieras empezado a llorar? ¿Hubieras dicho: “¡Oh, no, Thomas! ¡Yo me quiero casar contigo!”?


Diana se sintió atacada, pero no pensaba darle el placer de entrar en sus provocaciones. Ignoró sus palabras de nuevo, acumulándolas junto a las que le habían dolido primero.


-Vale. Entonces, si a tu chica no le importa, porque tenéis una relación abierta, yo te voy a marcar esta noche como tú has hecho conmigo.


El bávaro rio.

-No cojas lucha, sweety... Lo siento. No quería hacerte esas marcas pero es que soy medio Drácula, ¿sabes?

-La verdad es que lo pareces un poco.

-La familia de mi madre es de Rumanía y a mí me gusta la vida nocturna y la mala vida, incluso la muerte, como a él.

Diana se echó a reír.


Del resto de la noche sólo había flashes. Todos malos.
Flash:

-¿Qué pensaste de mí la primera vez que me viste?
-Pensé que eras un pijo. -Yo sé lo que pensaste. Tú pensaste: “tiene mucho dinero, me puede dar lo que quiera”.

¿Qué coño insinuaba? Diana le mandó a la mierda procurando no perder la sonrisa y le explicó que no todas las mujeres se movían por interés y que no se tenía por qué preocupar, porque ella tenía muchísimo dinero. Esto último le debió de parecer muy gracioso a Thomas, que se rió, ofendiendo aún más a la española.


Siguieron bebiendo y olvidando por momentos.


Desmemoria.
Flash dos:

En casa de él intentaron hacer el amor, pero Thomas se quedó dormido mientras ella estaba encima. Ése fue el final. Entonces comprendió que él era un gilipollas y lloró a su lado, bajito.


Lloró por todo lo que le había dicho esa noche y por no haber sido capaz de admitir que le dolía. Lloró porque se sentía despreciada. Porque le apetecía llorar.

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