jueves, 2 de diciembre de 2010

Un- Sexo, sábanas y sangre

SEXO, SÁBANAS Y SANGRE

Thomas le esperaba tumbado en la cama y ella lo único que quería era no haber cedido nunca a sus deseos y estar en su habitación tranquila, limpia. Ya no importaba. Se lo sudaba. Le daba lo mismo todo. Si le había manchado el baño a la señora, eso no le iba a quitar el sueño. Y si le machaba la cama al bávaro, tampoco se iba a desvelar. Porque estaba cansada, cabreada, harta. Ellos no le importaban más que de pasada.

Sí, estaba de mal humor, y la principal culpable era ella misma, por imbécil, por haber accedido a los ruegos de aquel hombre con el que sólo quería pasar, supuestamente, buenos ratos.

Diana se tumbó junto a Thomas dispuesta a relajarse y dejarse mimar y convencida de que, como aquel hombre intentara con sus caricias conseguir algo más que hacerle sonreír, lo iba a pagar caro.

No fue así como sucedió. Diana se negó un poco y él siguió tocándole. Por debajo de la camiseta, rozando sus pezones, besándole en el cuello y en la oreja, rozando su clítoris suavemente a través de la braga. Pasada media hora, era ella la que se moría porque se la metiera.

Él se la metió. Y lo siguió haciendo mientras ella olvidaba por qué se había enfadado antes. A veces, Thomas se enganchaba a su cuello y le mordía hasta que le hacía daño y ella le detenía, violenta. A Diana le encantaba ver cómo se volvía loco sobre ella, ver su cara de estar a punto de correrse y hacerle aguantar, porque podría seguir así eternamente, sintiéndole chocar contra su vientre una y otra vez, mientras ella se movía en círculos... con la deliciosa y sucia lubricación de la sangre.

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