viernes, 17 de diciembre de 2010

Dos- La droga

LA DROGA

-Oye, yumita, no seas malo. Danos el paquete, venga... -Eddy decía esto mientras apuntaba al extranjero con una escopeta de balines. A su lado, Helen sujetaba un cuchillo amenazante, apoyando a su amigo-. Ese paquete es muy importante. Lo estábamos esperando. Te vas a meter en un lío. Sé bueno…
-¡Enga, cohones! Dame el paquete o te pincho, ¿me entiendes?- Gritó Helen.
-No.
-¡Me cago en todos los extranjeros! -Eddy no salía de su asombro ante el temple de aquel tipo-. ¡Pero tú estás loco, muchacho! ¿Es que tú quieres que te matemos o qué? Tú no tienes ni idea de en dónde te estás metiendo. Ni siquiera sabes lo que hay allá dentro.

El extranjero seguía sin moverse. Sin alterarse. Sólo negaba con la cabeza.

Eddy y Helen querían llorar. Aquello no debería ser así. No debería. Todo el mundo sabía que llegaban fardos de vez en cuando. Cocaína que el mar traía después de que aviones la soltaran buscando la orilla de Estados Unidos. Encontrarse alguno de esos paquetes en la playa era un sueño recurrente en los jóvenes y no tan jóvenes de Baracoa. Significaba mucho dinero. ¡Dinero!

Pero aquel yuma se les había adelantado, en cuestión de segundos. Igual una escopeta de perdigones no era lo más imponente, sin embargo, no tenían nada mejor. Pensaban que se cagaría al ver a dos cubanos amenazándole.

Pero no.

-¿Tú sabes lo que hay allá dentro, chico? ¿Me entiendes o te lo digo en inglés? ¿Du yu andestén?-Eddy seguía intentándolo-. Mira, muchacho. Eso es ilegal. Como yo llame a la Policía te vas a meter en un buen lío, te van a empingar y da igual de dónde vengas. Así que dámelo y vete tranquilo a tu casa, adonde sea, sigues con tus vacaciones, y acá no pasó nada. Los líos déjalos para nosotros, que ya estamos acostumbrados. ¿Ok?

El yuma seguía sin inmutarse. Comprendía perfectamente, tanto, que no pensaba ceder.

-Ok, asere, tú te lo buscaste-Helen intervino-. ¿Quieres que llamemos a la Policía? ¿De polís? Pues la llamamos. Yo mismo voy por ellos. Eddy, tú te quedas acá, que no se escape el comemierdas éste, ¿ok?
-¿Cómo que a la policía, chico? ¿Tú estás loco? –murmuró Eddy nervioso.
-No te preocupes, asere, yo sé lo que estoy haciendo. Confía en mí. Verás como el yumita éste suelta el paquete...
-¿Pero tú no sabes que me tienen perseguido? A mí me llevan en cuantico me vean y a ti también.

Helen se acercó impaciente al oído de su amigo.

-No te preocupes, muchacho, que no voy a buscar a cualquier policía. Es un amigo. Verás.
-¡Ah! ¿Y desde cuándo andas tú con policías? -gritó Eddy sin dejar de apuntar al extranjero. Lo del policía no le hacía ninguna gracia, pero Helen lo tenía muy claro, así que no siguió perdiendo el tiempo con explicaciones. En cuanto el mulato hubo desaparecido tras los arbustos, el yuma comenzó a andar si más, como si todo aquello no hubiera sido más que un estorbo para él.
-¿Ande pinga crees que tú vas, yumita? -gritó Eddy impaciente y asustado, sin bajar el arma.

El extranjero ni siquiera se inmutó. Eddy apretó el gatillo, pero le temblaban demasiado los brazos como para apuntar y el balín se clavo en la arena, cerca de los pies de aquel hombre que salió a correr. Con el siguiente disparo, de la escopeta no salió más que un ruido callado e indigno. No tenía más perdigones. Maldijo todo lo que supo a la vez que tiraba el arma y echaba a correr detrás de aquel hombre y del fardo; de sus sueños de dinero fácil y vida holgada.

Corrió sin tiempo para pensar. Corrió hasta que el hombre dejó de hacerlo llegados al paseo marítimo. El yuma andaba con paso firme, sin mirar atrás siquiera. Se metió en la plaza y continuó por las calles más transitadas hasta que entró en una casa de alquiler, no muy lejos del parque.

Eddy no tenía ningún plan. No sabía qué debía hacer en ese momento, ni después. Lo único que tenía claro era que no podía darse por vencido tan fácilmente. No podía irse a casa como si no hubiera ocurrido nada. No estando tan cerca.

Su sueño de dinero fácil y de vida holgada. El sueño de tantos.

Se sentó en un escalón algo alejado de la puerta por donde había entrado el yuma y vigiló.

Le pareció que pasaban horas sin que saliera nadie.

Luego vio a una chica rubia abandonar la casa. Era extranjera también y tenía las manos vacías. Cogió el camino del Parque Central. Eddy dudó si seguirla o no. Decidió quedarse. Su sitio estaba allí donde estuviera el paquete. Maldijo a Helen por haberle dejado solo. ¿Dónde carajo estaría?

Algo después de salir la chica, un almendrón paró frente a la casa de alquiler. Sonó el claxon y el yuma salió con un par de bolsas para meterse en el coche. Era el fin. Aquello era el final y Eddy no pudo hacer nada. El coche arrancó y el cubano empezó a correr tras él, a gritar y a maldecir a todos los extranjeros cabrones que les quitaban lo poco que tenían. El taxi desapareció al fondo de la calle, en un horizonte cercano y borrado por el polvo del suelo sin asfaltar. Sólo las caras de los vecinos que se habían asomado a ver qué pasaba le prestaban atención a aquel muchacho desesperado.

-¿Y ustedes qué miran? ¿Se puede saber qué carajo miran? Estoy jodido y grito, ¿Qué pasa? ¡Todos estamos jodidos!

Ya había dicho demasiado. Tenía salir de aquella calle y de aquellas miradas curiosas, de cualquier escándalo. Lloraba.

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