viernes, 10 de diciembre de 2010

Seis- Dentro del frío

DENTRO DEL FRÍO

Era agua dulce porque no tenía sal y porque se movía con una suavidad que parecía acariciar las orillas y la piel de los bañistas. Bianca aún no se había decidido a entrar, estaba demasiado fría, más si la comparaba con la calidez del Caribe en invierno.

Dulce pero fría: así se presentaba la italiana a los ojos de Fabrizio, que jugaba en el río. Yaquelín y él contra Gian Carlo y Zuleima, ellas sobre los hombros de ellos, luchando para mantenerse en pie. Fabrizio no tenía nada que poder frente al su musculoso compatriota, pero era divertido. La cubana se agitaba y sujetaba usando la fuerza de los muslos. La piel mojada de Yaquelín era suave y templada. Su tacto le hacía disfrutar del momento, no quería luchar para ganar, sino aguantar para seguir sintiendo ese abrazo húmedo y cálido sobre sus orejas y cuello.

El agua protegía y rodeaba al italiano. Agua por debajo de su cintura, agua compacta y abundante; agua sobre su torso, escueta, una pátina de agua que le hacía vulnerable al aire, que volvía rígidos sus poros, convirtiéndose en calor cuando Yaquelín le rozaba. Haciéndole sentir gratitud ante el tacto que creaban al tocarse.

La torre se desmoronó y se perdió el momento. Yaquelín, al incorporarse, le abrazó por detrás, protegiendo su espalda de la interperie, encalideciéndole y calentándole. Fabrizio notó sus pezones duros sobre los homóplatos, su pecho cogedor, su risa. Y vio a Bianca tumbada, ajena a todos ellos, distante, aburrida, misteriosa.

Yaquelín era la carne y la vida. Cicatrices en forma de nudos atravesaban su cintura, colmaban su hombro izquierdo y parte del brazo, el dedo gordo de la misma mano, salpicaban su cuello. Estuvo casi muerta y ahora vivía. Quería viajar lejos y, mientras esperaba, vivía. Su belleza era serena y estaba rota, pero la recomponía con una sonrisa. Esperaba ser operada, que le deshicieran esos nudos de piel y, mientras tanto, vivía.

Aquella isla esperaba todo, cualquier cosa, quizás nada. Y, mientras tanto, vivía.

Él también quería vivir.

Pero tenía miedo, miedos. Confiaba en la ideología y quería ser ante todo un hombre conforme a lo que pensaba. Allí todos tenían que pensar de la misma manera, la ideología se suponía, se mamaba, era algo que no iba a desaparecer nunca. ¿Para qué preocuparse por las ideologías?

Yaquelín estaba frente a él y le sonreía. Él tuvo tremendas ganas de besarla, de sentirla inmediatamente cerca de nuevo, esta vez cara a cara. Fue ella tomó la iniciativa mientras le sujetaba suavemente por la cintura y por la nuca. Él rozó su hombro liso y le acarició las heridas ya cerradas del principio de la espalda.

En Italia tenía que esforzarse para hablar con una chica. Allí las mujeres le sonreían, querían bailar con él, le torturaban con su sensualidad.

-Eres lindo, Fabrizio. Fa-bri-zio –repitió lentamente-. Me gusta tu nombre. Me gusta cómo suena el italiano y el acento de los italianos cuando hablan español. Es muy sexy.

Ella sí que era sexy.

-¿Y si fuera cubano, no me querrías?
-¡Ay, ya! Ya déjalo, mi amor. No pienses tanto, déjate llevar. Lo que tú tienes que hacer es aprender a bailar y gozar. Punto. Venga, apúrate, que yo te voy a enseñar.

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