miércoles, 19 de enero de 2011

Un- Una casa como cualquier otra

UNA CASA COMO CUALQUIER OTRA

Era una de esas casitas bajas con una puerta de madera vieja y medio destartalada. Al entrar, Diana adivinó, entre la oscuridad y el alcohol, lo que le pareció una mujer, tumbada en el suelo sobre una manta, que se agitó levemente cuando pasaron por su lado. Fueron directos a una habitación al fondo. Ya con luz vio un dormitorio de paredes color cemento, a medio terminar o a medio empezar o medio derruido, escaso, extraño, limpio. Había una cama de matrimonio cubierta con una sábana, una cuerda que cruzaba de pared a pared donde colgaban varias camisas impolutas (reconoció alguna de las que le había visto al mulato), unas fotografías pegadas al muro y el cartel de un concierto hecho con un folio.

-Es mi banda de reggae -le explicó Omar, al ver que se paraba a leerlo-. Éste es el concierto que nos suspendieron, con todo ya pagado y preparado. Ésta es una amiga del País Vasco -señalaba una fotografía tamaño D.N.I. de una chica morena y mona-. Ella nos ayuda con el grupo desde allí. Nos ayuda mucho.

Empezó a besarle el cuello por detrás. Diana, en ese momento, estaba más interesada por cualquier historia que le pudiera contar que por el sexo, pero se dejó hacer y pronto lo tenía encima de ella, frotando la polla contra su clítoris aún vestido, manoseándole los pechos mientras ella intentaba mantener los ojos cerrados para no seguir mirando esas paredes, la baja intensidad de la bombilla, la sábana, que era más pequeña que la cama y se iba arrugando debajo de su espalda. Para no pensar en la persona que dormía en el suelo al otro lado de la puerta mientras aquel colchón estaba vacío, esperando a que Omar trajera a alguna yuma quizás.

-¡Qué linda eres! -continuaba el cubano, mientras se quitaba el pantalón con la verga ya totalmente fuera.

Era grande y morena, bastante bonita. Era lo más bonito de la habitación y a Diana le dieron ganas de probarla, de metérsela en la boca y manosearla, de chupársela. Empezó a lamerla. Él sentado en el colchón y ella de rodillas sobre el cuerpo del mulato, con el pelo largo cayendo a los lados de su cara. En cualquier otra ocasión le hubieran molestado, se lo hubiera recogido, en ese momento le encantaba tenerlo allí protegiéndole, encerrándole en su microespacio con su macropolla y nada más.

-¡Pinga! ¡Qué rico!

Entonces sonaron unos golpes fuertes en la puerta y se la mordió sin querer. Omar auyó y maldijo, la bombilla dejó de zumbar y se volvieron a escuchar los golpes, esta vez más fuertes.

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