miércoles, 12 de enero de 2011

Seis- Celos

CELOS

Cuando Yolenys llegó a casa, John estaba borracho, sentado en el sofá frente a la televisión.

-¿Dónde estuviste toda la tarde?
-¿Estuviste bebiendo, John?
-¿Qué te importa?
-Mira, tú no eres ningún bebé, ¿me oyes? Yo no tengo que estar vigilándote para que te cuides.
John rió irónico sin dejar de mirar la televisión.
-Yo hago lo que quiero. Al menos no me dedico a joder a otros. ¿Y tú? ¿Con quién has estado? ¿Con algún mulato de ésos que te gustan?

Yolenys pasó delante de su marido y se metió en el cuarto.

-¿Cómo la tenía? -gritó John-. ¿Tenía la pinga gorda? ¿Chingaba mejor que el viejo de tu marido?
La chica se metió en el baño y comenzó a desmaquillarse como si no escuchara nada, ignorando las provocaciones de John. Oyó los pasos del canadiense y cerró con el pestillo. Él intentó abrir la puerta y, al ver que no podía, empezó a golpearla.
-¡No te pongas bruto, John! ¿Me oyes?
-¡Puta! ¡Tú eres una puta!
-¡John! No pienso hablar contigo hasta que no estés tranquilo, ¿me oyes? ¡Ya está bien! -al otro lado de la puerta, sonaron sollozos. Aquella escena no era nueva para la mulata-. Voy a salir, John, ¿ok?
-Tú no me quieres, Yolenys. Yo no soy más que un viejo.

Cuando la cubana abrió la puerta no había rastro del hombre fiera del que se había tenido que esconder hacía unos minutos. John estaba sentado en el sofá llorando como un crío y abrazado al bolso de la mulata.

-Ay, John. ¿Pero cómo tú estás así otra vez?
-No me trates como a un niño. No soy ningún niño.
-Pues te comportas como uno.
-Ah. Prefieres que sea un hombre.

Se levantó repentinamente recuperado, cogió a la cubana por las muñecas y se acercó mucho a su cara. Yolenys podía masticar el aliento alcohólico y cargado de rabia de John.

-Déjame, John. Me estás haciendo daño. ¡Déjame!
-No te voy a dejar. Nunca te voy a dejar para que te vayas con ése, con el que estuviste chingando esta tarde. ¿Crees que soy ciego? Se te ve en la cara. Tienes cara de haber chingado.
-Ya basta, John. ¡Déjalo! Eres un paranoico, ¿oíste? ¿Quieres saber con quién estuve toda la tarde? ¡Con Yoandri! ¿Ok? ¡Estuve con Yoandri jugando a las cartas en el Rumbos!
-¿Con Yoandri?
-¡Suéltame, John! ¡Déjame!

El canadiense le apretaba cada vez más las muñecas, mientras seguía respirándole cerca.

-¿Jugando a las cartas? ¿Quién se cree eso?
-¡Suéltame! ¡Déjame en paz!

El viejo la soltó y ella se dio la vuelta rápida, dispuesta a marcharse.

-¿Dónde vas?
-¡Pá el carajo! –Respondió ella.
-¡Pues vete! ¡Vete a chingarte a quien quieras, pero no te llevarás nada de aquí! -Yolenys agarró el bolso y John se lo arrancó de las manos–. Esto te lo compré yo, como todo lo que tienes. Si te vas de aquí, te vas como llegaste: sin nada.
-¡Eres un viejo odioso, John! Yo no me merezco esto… estoy harta de tus celos y tus desconfianzas. Me voy. No necesito nada de ti. ¡Nada!

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