viernes, 14 de enero de 2011

Dos- John

JOHN

Encendió la moto y se adentró en el camino de tierra que llevaba al centro de la ciudad. Pensaba que encontraría a Yolenys en el trayecto, pero no la vio. Tampoco vio la piedra que le hizo resbalar y terminar magullado y lleno de barro. Al llegar a la ciudad, confundido y hecho mierda, fue a casa de la madre de la mulata, de su suegra (la que primero había sido su cuñada).

Nadie contestó.

Llamó a la casa de enfrente. Alejandra le abrió la puerta con desgana. Detrás de su ex mujer estaba la madre de Yolenys, sentada en un sofá de flores viejas.

-¿Qué pasó, John? ¿De dónde tú sales con tremenda pinta? –Preguntó Alejandra.
-¿Está Yolenys? -dijo el canadiense sin hacer demasiado caso a la mulata.
-¿Ya se hartó de ti? -siguió Alejandra.
-Shut up, Ale. Esto no es tu problema.
-Tienes razón, esto no es problema mío, gracias a Dios yo ya no tengo nada que ver con un viejo como tú…
-Ya estuvo Alejandra -intervino la hermana, que se había acercado a la puerta a contemplar de cerca cómo llegaba su nuero.
-¿Qué creías? ¿Qué ella iba a estar contigo para siempre? ¡Ay! ¡Tan viejo y tan tonto, óyeme! -continuaba fastidiando la ex mujer.
-Alejandra, por Dios, cállate… ¿no ves cómo viene? John, ¿Qué pasó? ¿Discutieron?
-Todas las mujeres cubanas son unas putas -respondió el canadiense.
-¡Tú estás tomado! -dijo su suegra.

La madre de Yolenys intentaba capear la situación mientras Alejandra, en un segundo plano, no pensaba perder la oportunidad de humillarle. Nunca lo hacía.

-Óyeme, gringuito: no te voy a consentir que vengas a mi casa a insultar. Así que te estás marchando y arreglas tus problemas con quien los tengas que arreglar, que acá… -siguió Ale.

No había terminado aún la frase y John ya había salido de la casa. Volvió a encaramarse en la moto y arrancó hacia el Rumbos. Esperaba encontrar a Yolenys bailando como si nada con cualquier joven, con Yoandri, riéndose y disfrutando de la salsa que él no dominaba.

Pero allí tampoco estaba, ni ella ni él, sólo un montón de gente ya borracha, moviéndose sobre la pista mojada sin ni siquiera prestar atención a aquel señor lleno de barro que recorría la terraza con la mirada.

No estaban ni ella ni él.

Cogió de nuevo la moto y condujo lo más rápido que pudo.

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