lunes, 17 de enero de 2011

Cinco- Otra versión de la misma historia

OTRA VERSIÓN DE LA MISMA HISTORIA

Omar se había decidido por fin a devolverle la palabra a Diana. Su orgullo no era tanto con un par de copas de ron. Tras un breve “¿Y tú cómo estás?”, había pasado a decirle lo importante que ella era para él y lo mal que se sentía con “esa situación”, que él la quería mucho, como a una amiga, como a una hermana. Diana lo miraba borracha pero consciente, aguantando las ganas de reír ante sus palabras, recordando que ya lo había hecho mal antes y que no tenía por qué herirle más. Así que le dejó seguir mientras se confirmaba su teoría de que le gustaba más cuando estaba callado y continuaba dando sorbitos a su vaso de plástico con ron a secas.

-Mira, Omar. Lo siento, de verdad. Todo lo que ha pasado, o lo que he hecho, no ha sido con intención...
-Ya lo sé, chica. No te preocupes. Es sólo que tú eres importante para mí y yo quiero que lo sepas.
-¿Sabes? En realidad ni siquiera sé bien lo que pasó esa noche…
-Sshhhh… déjalo.
-Sólo quería decirte que lo siento. No sé muy bien lo que hice, pero probablemente no lo correcto, no recuerdo nada.
-¿No recuerdas lo que pasó?
-Casi nada.
-¿No recuerdas cuando me mandaste para el carajo porque te quería llevar a tomar el aire?

Diana rio.

-No.
-¡Chica! Te pusiste bien brava de repente.
-Sé que estuve besándome contigo y que luego terminé con el alemán. Pero porque me lo contó él.
-¿Cómo? Tú tienes que tomar menos, muchacha.
-Eso creo yo –confirmó la española sonriendo.
-Pues sí. Tú me besaste, pero andabas muy tomada, ni te mantenías de pie sola. Así que yo te dije: “Vamos para fuera a que te dé un poco de aire”. Y tú dijiste que sí, pero, cuando estábamos saliendo del bar, te revolviste como una gata furiosa y me empezaste a gritar que te dejara, que yo no era quién para decirte lo que tenías que hacer y qué sé yo. En ese momento, se acercó el yuma, el alemancito ése que yo conozco ya, porque él se la pasa cada Navidad en el Rumbos, tomado y de chica en chica, y me dijo que te dejara. ¿Y qué iba a hacer yo? Te dejé con él y le dije que el te cuidara, que yo me desaparecía de allí. Yo no podía buscarme pleitos con un extranjero, ¿tú estás loca? Eso es meterse de cabeza en la cárcel. Cuando te volví a ver al rato, tú estabas besuqueándote con él. Y eso fue lo que pasó.

Aquella versión le parecía bastante verosímil, porque los arrebatos de dignidad en los que no dejaba que nadie le dijera lo que tenía que hacer eran bastante comunes en sus borracheras. Además, explicaba todo lo que Thomas no le había sabido decir de esa noche, la parte de Omar y por qué dejó a aquel adonis (siempre que no hablara mucho) mulato para irse con el yupi bávaro.

Diana no supo qué decir, así que le abrazó. De ahí al comienzo de los besos no hubo apenas movimiento, fue algo lógico, húmedo y cercano, la mejor manera de hacerle comprender, por su parte, lo mucho que sentía no haberse quedado con él.

Era su rastas guapo, el que le miraba desde la otra punta de la plaza, o del Rumbos, el que le cantó reggae por la ventana de la Casa de la Cultura, donde ensayaba con su grupo.

-¿Vamos a mi casa? –dijo él.
-Vale.
-¿Prometes no enojarte en el camino?
-Lo prometo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario