lunes, 10 de enero de 2011

----- Mientras tanto

MIENTRAS TANTO

Bianca daba sorbos a su lata de Bucanero sin apartar la vista de la plaza.

-Déjalo, muchacha -le decía Yoandri-. Es inútil, tú no puedes hacer nada. Ni siquiera sabes en qué andaban esos chicos.

La italiana había llegado muy nerviosa al Rumbos, donde su mulato esperaba a Yolenys, para jugar a las cartas. Bianca le contó lo sucedido con Eddy y la policía.


-¿Para qué hiciste tú eso? -dijo al escuchar la parte en la que ella le puso la zancadilla a agente-. No puedes andar metiéndote en líos por gente que no conoces.
-Sí que lo conozco- espetó la italiana.

-¿Ah, sí? -continuó él-. ¿Hace cuánto que lo conoces? ¿Sabes por qué le andaba siguiendo la policía?
-Pues lo conozco hace más tiempo que a ti.

-Oye, chica, no cojas lucha... yo nada más lo hago por ti, para que no te metas en un lío por esa gente.
Ella seguía mirando a la calle.
-Esos chicos andan en cosas extrañas y tú estás de vacaciones. Así que déjalo ya, ¿ok? ¿Por qué no juegas un poco conmigo a las cartas?

Bianca notó cómo la mano de Yoandri se resbalaba desde el final de su espalda hasta introducirse en el pantalón. Primero por encima de la tela de las bragas y luego por dentro. Pero ella no estaba de humor para juegos, ni de cartas ni sexuales. Él volvió con los dedos a su espalda y ella pudo sentir el calor de aquella mano enorme de palma rosada. ¿Qué tenía ése mulato que la volvía tan loca? No podía resistirse, era físico, puramente físico, como si su cuerpo no tuviera nada que ver con su estado de ánimo.


Yoandri comprendió que el asunto de aquellos muchachos estaba olvidado. Rodeó la cintura de Bianca sin abandonar la camisa y, aprovechando la cercanía, metió de nuevo la mano en el pantalón, esta vez la otra, esta vez directamente dentro de sus bragas, esta vez por delante y hasta abajo, hasta que notó cómo ella estaba mojada.

-¿Qué haces?

-¿No lo sabes?
-¿Estás loco? ¡Nos puede ver todo el mundo!

El cubano había empezado a masturbarle mientras la miraba de cerca, sin besarla, sin acarciar su cuello, tan sólo frotando su gran dedo corazón contra el clítoris de la italiana.


Ella no le dijo que parara.


-Te gusta, ¿eh? –susurró el cubano, mientras seguía rozándole con tranquilidad, sin pausas.

Estaban en una mesa de las que pegaban a la calle, él de espaldas a la barra, ella casi de frente, pero alejados de los únicos ojos que en ese momento les podían ver.

-No hay nadie aquí. Relájate y disfruta...


-¡Hola, muchachos!


La voz de Yolenys sonó desde algún lugar. Les costó darse cuenta de que estaba al otro lado de la verja, en la calle, y que se disponía a entrar.


Yoandri sacó la mano de las bragas de la italiana y se limpió los dedos contra su pantalón. Bianca estaba absolutamente roja.


-¿Cómo les fue, muchachos? –Yolenys y su enorme sonrisa ya estaban allí.
-Mira, acá estamos tomando unas cervezas…
-A eso voy yo, por una Bucanero bien fresquita, que John me tiene loca…
-¿Qué pasó con el viejo, muchacha?

-¡Ay! Está otra vez con las piedras en el riñón. Ahora te cuento. Deja que vaya por mi cervecica. ¿Quieren algo?

Yoandri miró a Bianca.


-¿Quieres una cerveza?
-No, gracias. Es mejor que vaya a casa.
-¿Te vas a casa?
-Sí, Yoandri. Necesito una ducha. Te veo luego, a la hora de la cena, ¿ok?
-Ok, muchacha.

-¿Entonces?
–Yolenys seguía de pie, esperando.

-Está bien, no queremos nada.
-¿Tú tampoco? -le dijo al mulato.

-No, yo ya me tomé una. La mulata emprendió el camino a la barra.
-¿No quieres otra cerveza? –preguntó Bianca extrañada.
-No, de verdad, está bien así.

-¡Yolenys! –gritó-. ¡Otra cerveza, por favor! –y besó al Yoandri con complicidad. Luego dejó un dólar en la mesa y se despidió prometiéndole que más tarde iba a ser ella la que le hiciera disfrutar.

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