martes, 11 de enero de 2011

Cinco- Desgana

DESGANA

Tras el incidente en el paseo, Diana fue directamente a casa. No tenía hambre ni ganas de andar. Le apetecía encerrarse en la habitación y estar sola, leer un poco quizás. Procuró esquivar a Yaquelín al llegar, pero ella se escurrió dentro del dormitorio.

-Mira, ¿tú no me prestarías un poquito de esa laquita de uñas tan linda que tienes?
-Sí, claro- contestó la española, a la vez que se sentaba en la cama y abría su bolsa de aseo buscando el pintaúñas-. Toma...
-¿Quieres que te las pinte? -le preguntó la cubana.

Yaquelín quería hablar y Diana estar sola. Sin embargo, sentía la cama demasiado blanda debajo de ella e intuía que la iba a atrapar. De pronto, la perspectiva de una conversación cualquiera, ajena a la desgana que se empeñaba en poseerla, le pareció luminosa, agradable.

-Aquí en Cuba nos gusta tener las uñas siempre bien y los chicos cubanos miran mucho eso, ¿sabes?
-Ah, ¿sí?
-Sí. Y tú las tienes abandonadas, chica...
-La verdad es que sí. Estoy descuidada... –contestó Diana sonriendo.
-Eso lo arreglo yo en un minutico. Trae acá esa mano.

Diana le extendió el brazo agradecida y se dejó acariciar por los dedos suaves de Yaquelín, con el pincel húmedo deslizándose en los segundos silenciosos que se colaban entre frase y frase de la cubana.

-Oye, el alemán ya se fue, ¿no es cierto?
-Sí. Se ha ido hoy.
-¿Estás triste?
-Bueno... quedan más hombres por aquí, ¿no?
-¡Ay, si! ¡Y bien lindos! ¿Qué te parece Fabrizio?
-¿Fabrizio? No es mi tipo...
-¡No, muchacha! ¡Si es para mí!
-¡Ah! ¿Para ti? Parece buen chico, ¿no?
-¡Ay, si! Es tan dulce... -la cubana sonreía mientras, sin dejar de pintar-. ¡Pero qué uñas tan horribles tienes!
-Siempre me las he mordido –reconoció la española entre risas.
-Esto es un desastre, chica. Lo que tú necesitas es una manicura pero de las de verdad.
-Gracias -contestó Diana con ironía, mientras observaba sus dedos de puntas deformes. Debajo de ellos estaban sus propias piernas, salpicadas de pelos a medio crecer. En todo el tiempo que llevaba en Cuba ni siquiera se había pasado la cuchilla. Alguna vez Thomas se había metido con los pelos de sus piernas, pero a Thomas, a pesar de llevar el vello púbico perfectamente recortado, le olían los sobacos, así que no tenía autoridad moral para criticar. Diana sonrió al recordarlo. Luego se dio cuenta de que le echaba de menos y se sintió tremendamente cansada otra vez.

Yaquelín seguía hablando mientras le limaba las uñas. Le contaba algo sobre Fabrizio, pero la española sólo asentía, deseando quedarse dormida.

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