CENA PARA DOS
Bianca cocinó como pudo, con una olla que tenía un tamaño más apropiado para calentar leche que para hervir pasta y una sartencilla con pinta de no haberse usado en mucho tiempo, y haberse usado hasta la saciedad tiempo atrás. Espagueti con verduras, algo con lo que soñaba desde que llegó a Cuba. Metida en aquella cocina-salón-dormitorio, de repente, se sentía bien, como en casa. Las paredes ya no le parecían destartaladas, ni el espacio desordenado. A golpe de pasar horas allí, buenas horas de sexo y risas, todo había adquirido un sentido y nada de lo que encerraban esos 20 metros cuadrados sobraba.
Para beber, algunas cervezas calientes, y agua del grifo hervida. Puede que no fuera lo que Bianca había pensado o deseado, pero cada bocado le supo a regalo. Puede que la pasta estuviera pasada y que la bucanero perdiera mucho cuando no estaba fría, pero aquél estaba siendo, sin duda, su mejor momento en la isla.
Luego vino el sexo y las palabras bonitas hasta caer dormidos, ella abrazada a él, pequeña entre tanto cuerpo, feliz.
Hasta que sonaron unos golpes en la puerta desvencijada.
-Yoandri González, ¿está usted adentro?
Silencio y miedo.
-Ok. Sabemos que usted está, no nos haga entrar por la fuerza.
Bianca cocinó como pudo, con una olla que tenía un tamaño más apropiado para calentar leche que para hervir pasta y una sartencilla con pinta de no haberse usado en mucho tiempo, y haberse usado hasta la saciedad tiempo atrás. Espagueti con verduras, algo con lo que soñaba desde que llegó a Cuba. Metida en aquella cocina-salón-dormitorio, de repente, se sentía bien, como en casa. Las paredes ya no le parecían destartaladas, ni el espacio desordenado. A golpe de pasar horas allí, buenas horas de sexo y risas, todo había adquirido un sentido y nada de lo que encerraban esos 20 metros cuadrados sobraba.
Para beber, algunas cervezas calientes, y agua del grifo hervida. Puede que no fuera lo que Bianca había pensado o deseado, pero cada bocado le supo a regalo. Puede que la pasta estuviera pasada y que la bucanero perdiera mucho cuando no estaba fría, pero aquél estaba siendo, sin duda, su mejor momento en la isla.
Luego vino el sexo y las palabras bonitas hasta caer dormidos, ella abrazada a él, pequeña entre tanto cuerpo, feliz.
Hasta que sonaron unos golpes en la puerta desvencijada.
-Yoandri González, ¿está usted adentro?
Silencio y miedo.
-Ok. Sabemos que usted está, no nos haga entrar por la fuerza.
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