miércoles, 2 de febrero de 2011

Vuelta

En el cuartico, Eddy negaba una y otra vez tener nada que ver con ninguna droga, pero los dos policías no se daban por vencidos. Allí estaba Roberto, acusándole de haber recibido dinero de una de las turistas y de haber salido corriendo al verle, y el teniente Varela, en el papel de poli bueno, de experimentado y paternal detective.

-¿Y por qué lo hiciste? ¿Por qué saliste corriendo si no habías hecho nada malo? -insistía Roberto con la cara muy cerca del chico.

Y él callado, con el impulso de escupir al mulato cuando se acercaba para seguir jodiéndole.

-¿Qué fue lo que te dio esa chica? -seguía el policía.
-Cien dólares, para una fiesta que íbamos a organizar.
-¿Otra vez la maldita fiesta?- Roberto se regodeaba en su poder ante el chico que lo había mareado-. Ustedes se creen muy listos, ¿verdad? Pero nosotros no somos imbéciles. ¿Dónde está el dinero ahora?
-Lo perdí.
-Ya. ¿Entonces cómo podemos saber cuánto era?
-Pregúntenle a la chica, ella les dirá lo mismo.
-Pero es que a ella tampoco la creemos.
-Oiga, Eddy -intervino el teniente-. Según la denuncia, usted estaba con otro chico, Helen Balbís. ¿Dónde está él?
-Yo no sé.
-¿Cómo que no sabe? ¿Lo conoce?
-Sí, lo conozco. Acá se conoce a todo el mundo.
-¿Cuándo le vio por última vez?
-Qué sé yo... la otra noche.
-¿La otra noche? ¿Ayer?
-Ayer yo no lo vi.
-¡Ya estás mintiendo otra vez! -Exclamó Roberto-. ¿Viste? No se puede confiar en él... Yo les vi juntos, muchacho. Él estaba contigo en el momento en que la muchacha les dio el dinero...
-¿Y para qué preguntas nada si tú ya lo sabes todo?
-Mira, chico, esto es serio y tú estás jodido, así que no te pongas bravo...
-Tiene razón Roberto, muchacho, esto es grave. Y si tú estás metido, será mejor que colabores con nosotros. Eso te puede ayudar, podemos hacer que la justicia sea más benevolente contigo, si tú nos ayudas primero, claro.
-Yo no colaboro con perros.
-Yo no sé por qué tú nos consideras tus enemigos. Nosotros sólo somos enemigos de quien no hace lo que debe...
-Relájese, Roberto. Vamos a dejarle tiempo para que lo piense. El muchacho está abrumado. Escúchame, Eddy. Esto se nos fue un poco de las manos a todos. Yo no creo que tú seas un peligroso narcotraficante, ni nada parecido, pero estás en un lío de drogas porque alguien te denunció. Hay testigos que te vieron con el paquete. También sabemos que hay turistas involucrados, pero necesitamos saber exactamente dónde está la mercancía y quiénes son el resto de culpables. Allá fuera hay siete personas detenidas. Todas ellas niegan tener que ver con lo sucedido, pero todas tienen algún motivo por el que estar detenidas. Bastaría que tú nos aclarases todo para que esto se terminara. El que es inocente, para su casa, y el que es culpable para el cuartel. Si tú nos ayudas, te ayudaremos. Esto puede ser un delito menor o un escándalo, y tú sabes que el castigo cambia mucho según el ruido que se haga.

Eddy miraba el suelo y callaba. No sabía que había testigos, no tenía ni idea de la información que manejaban aquellos dos y estaba cansado.

Comenzó a llorar.

-¿Por qué lloras, chico? ¿Es porque tu padre no te quiere? -empezó a molestar Roberto-. Sí, muchacho, estuve preguntado por ahí y es algo que todo el mundo sabe, que tu papá no te lleva con él a Miami porque no confía en ti, porque eres un maleante, lumpen. Tú y tus amigos. Nos conocemos todos en esta ciudad. Me enteré de más cosas: que te gusta el juego, por ejemplo, y la droga. Tienes debilidad por todo lo ilegal, ¿verdad?
-Tú no sabes nada de mí -acertó a decir Eddy con los sollozos cada vez más acusados.
-Bueno, algo sé. Igual sé hasta más de lo que tú sabes. Por ejemplo, sé que tu padre pasó acá la Navidad y no les dijo nada ni a tu madre ni a tus hermanos. Pregúntale a su otra familia y verás que es verdad. Ni siquiera tu padre quiere tener que ver contigo. ¿Por qué será? Porque eres basura.
-¡Y tú un hijo de puta! -respondió Eddy-. ¿Por qué quieres joderme? ¡Él es el peor maleante! ¡Lo que le jode es no tener él la droga! -dijo el chico dirigiéndose a Varela.
-Está bien, está bien. Tranquilo, muchacho, tranquilo. Oye, Roberto, puede traerle un vasico de agua. Le vendrá bien al chico para tranquilizarse –en cuanto el policía hubo salido de la habitación, el teniente continuó con su discurso conciliador-. Ésa no es manera de hablarle a un policía, muchacho. ¿Qué tú quieres? ¿Estar más jodido todavía? ¿Por qué acusaste a Roberto?

Eddy calló de nuevo consciente de que se había dejado llevar.

-Escucha. Ese mulato es un imbécil. Lo conozco bien. Es sólo un guajiro de ésos que quieren irse para La Habana. Lo de defender la ley le importa un carajo, la única ley para él es la del mínimo esfuerzo y nunca le vi esforzarse tanto como con este asunto. Lo que yo me pregunto es por qué este policía se está preocupando tanto con este caso. ¿Lo sabes tú?
-Yo no sé nada.

En ese momento entró Roberto con el vaso de agua.

-Oiga, compañero, ¿qué pasó con el viejo del incendio? -le preguntó el teniente.
-¿Con el canadiense? Allá está, durmiendo.
-Ya durmió suficiente, esto no es un hotel. Despiértelo y averigüe lo que pueda.
-Pero eso puede esperar. Es mejor terminar primero con el muchacho.
-Haga lo que le dije. Del muchacho me encargo yo.
-Pero...
-Es una orden.

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