lunes, 7 de febrero de 2011

Siete- Libres

LIBRES

Más o menos libre, así se sentía Bianca a las puertas de la comisaría. Alrededor suya la gente caminaba despacio, llevada por la inercia de saber que podían moverse. Durante horas habían compartido mucho: la angustia, la duda, el miedo. ¿Qué se suponía que tenían que hacer después? Amanda les aconsejó que se fueran a casa a descansar.
Descansar. Les hacía falta. Las caras emblanquecidas tras horas de exposición al tungsteno, los ojos confundidos y a medio abrir, el desconcierto... Todo podía desaparecer con unas horas de sueño real y no sobre el suelo. Bianca miró a Yoandri y lo abrazó.

-Ya está, ¿viste? -le dijo.
-Esto no terminó. Vete a casa. Duerme y báñate. Haz caso a la mujer, te vendrá bien.
-¿Y tú?
-Yo voy a ver cómo está mi familia.

Donde le apetecía dormir era en la casita de Yoandri, pero se unió al resto de extranjeros y se fue caminando hacia su “casa”. Nadie hablaba, ni quiera Manuel. Hasta él parecía estar harto.

Cuando llegaron a casa de Blanca todo el mundo estaba en el salón: Yaquelín, su padre, Blanca, Zuleima, Fabrizio. Hubo tantas preguntas y tenían tan pocas respuestas que la curiosidad de la comitiva no hacía más que aumentar, mientras Bianca y Diana sólo querían acostarse. Cuando consiguió alcanzar la cama, le costó dormirse y, cuando despertó, era de nuevo de noche.

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