A LAS OCHO FRENTE AL HOTEL
Aquella mañana llovía como no solía hacerlo a esas horas y eso añadió prisa a los pasos de Diana. El fango de la calle se colaba entre la chancla y el pie, haciendo que se resbalara y dificultándole el camino hasta el hotel. Allí estaba Manuel, sereno y sonriente hasta el final. Bárbara: gafas de sol, pocas ganas de marcharse y muchas de caer dormida en la parte de atrás del taxi.
Mojados y extraños, se refugiaron bajo el marco de la puerta de entrada del hotel y esperaron. El chófer estaba allí, el coche también, incluso Amanda, Yaquelín y Fabrizio, que habían ido a despedirse, pero faltaba la italiana que no había dormido en su cama.
Y esperaron a que llegara Bianca.
Tras un café caliente y largo, la comisión partió en un monovolumen nuevo, de ésos que no olían a gasolina ni a excursiones añejas, sin la italiana. Los tres españoles y un cuarto chaval al que no conocían de nada y que, muy amable, había accedido a esperar con acento argentino.
Aquella mañana llovía como no solía hacerlo a esas horas y eso añadió prisa a los pasos de Diana. El fango de la calle se colaba entre la chancla y el pie, haciendo que se resbalara y dificultándole el camino hasta el hotel. Allí estaba Manuel, sereno y sonriente hasta el final. Bárbara: gafas de sol, pocas ganas de marcharse y muchas de caer dormida en la parte de atrás del taxi.
Mojados y extraños, se refugiaron bajo el marco de la puerta de entrada del hotel y esperaron. El chófer estaba allí, el coche también, incluso Amanda, Yaquelín y Fabrizio, que habían ido a despedirse, pero faltaba la italiana que no había dormido en su cama.
Y esperaron a que llegara Bianca.
Tras un café caliente y largo, la comisión partió en un monovolumen nuevo, de ésos que no olían a gasolina ni a excursiones añejas, sin la italiana. Los tres españoles y un cuarto chaval al que no conocían de nada y que, muy amable, había accedido a esperar con acento argentino.
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