viernes, 4 de febrero de 2011

----- Más media voz

MÁS MEDIA VOZ

Manuel y Amanda también se habían separado algo del resto y, de pie, charlaban sin levantar mucho el volumen. En el consulado español estaban al tanto de todo lo que habían hablado el teniente Varela y la cubana y permanecían pendientes de la evolución del caso. La declaración de Eddy podía cambiar radicalmente la situación de los detenidos.

“Paciencia, Manuel”, le dijo. Y él estuvo a punto de responder que de eso sabía mucho, que llevaba toda su vida esperando a que las cosas salieran tal y como las deseaba y que no le había funcionado demasiado bien. Pero eran temas que no tenían nada que ver, ni siquiera sabía por qué le había venido ese pensamiento a la cabeza, tal vez porque Amanda desprendía confianza, o porque llevaba tres semanas sintiéndose un extraño, una persona fuera de contexto, de lugar, de sí. Todo aquel viaje, su sueño de conocer la Cuba de Fidel, no había sido como esperaba, porque él mismo no era el que quería ser. Tenía que disfrutar sus días en la isla, pero lo único que le apetecía en realidad era salir corriendo, volver a España y a su casa, con la mujer con la que siempre quiso querido compartir la vejez. Ella se había escapado y él había tenido que huir de la mano de su hija, dolorosamente parecida a la madre. A punto de jubilarse y más cerca que nunca de la tercera edad le dolía pensar que todo lo recorrido durante años no había servido para nada y se resistía a aceptar que las cosas no pudieran ser lo perfectas que él esperaba que fueran.

Podía esperar un poco más.

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