viernes, 11 de febrero de 2011

Fin- Baracoa

BARACOA

Los paisajes bajo la lluvia, los colores mojados e intensos de los montes, del río, de las palmeras. La carretera de La Farola, ésa que llevó el progreso a Baracoa y donde se vendían los cucuruchos de coco que tanto gustaban a los turistas. Verde, verde y verde, que de tan verde se veía azul y morado cuando ya estaban lejos.

Cuando ya estaban lejos.

Media vuelta- Nombre de Rock'n Roll

NOMBRE DE ROCK'N ROLL

Ya de camino, Bárbara sacó un papel doblado del bolso.

-Toma -dijo a Diana-, me la dio Omar para ti.

La española lo desdobló. Era una carta llena de palabras cariñosas y faltas de ortografía, escritas con bolígrafo y letra de niño. Al dar la vuelta a la hoja vio que era el cartel del concierto, el que estaba colgado en su habitación la noche que les detuvieron.

-¿Cuándo te la dio?
-Después de marcharte tú él se fue, y al rato volvió con esto.

Diana rompió a llorar, sintiéndose más ridícula aún que la noche anterior. Bárbara le abrazó sin decir nada. Manuel, sentado delante y enfrascado en una viva conversación con el conductor, no se percató, y el muchacho argentino le animó como pudo sin conocerla de nada.

-Eh, compañera, ¿cómo os llamás?
-Diana.
-Da-ia-na -repitió con impostado acento americano-, ¡tenés nombre de Rock'n Roll!

Ella no pudo menos que reír por lo ridículo de la frase. Miró al muchacho por primera vez desde que le había visto y se encontró con un chico que no estaba nada mal. Se acordó de Thomas, ¿qué habría sido de él? “Era un imbécil”, se repitió. Luego pensó que igual lo llamaba al llegar a La Habana. Siguió llorando hasta quedarse dormida entre los brazos y sobre las piernas de Bárbara, que le acariciaba el pelo.

jueves, 10 de febrero de 2011

Media vuelta- A las ocho frente al hotel

A LAS OCHO FRENTE AL HOTEL

Aquella mañana llovía como no solía hacerlo a esas horas y eso añadió prisa a los pasos de Diana. El fango de la calle se colaba entre la chancla y el pie, haciendo que se resbalara y dificultándole el camino hasta el hotel. Allí estaba Manuel, sereno y sonriente hasta el final. Bárbara: gafas de sol, pocas ganas de marcharse y muchas de caer dormida en la parte de atrás del taxi.

Mojados y extraños, se refugiaron bajo el marco de la puerta de entrada del hotel y esperaron. El chófer estaba allí, el coche también, incluso Amanda, Yaquelín y Fabrizio, que habían ido a despedirse, pero faltaba la italiana que no había dormido en su cama.

Y esperaron a que llegara Bianca.

Tras un café caliente y largo, la comisión partió en un monovolumen nuevo, de ésos que no olían a gasolina ni a excursiones añejas, sin la italiana. Los tres españoles y un cuarto chaval al que no conocían de nada y que, muy amable, había accedido a esperar con acento argentino.

Cinco- Diana

DIANA

Pero había sido un error. Omar, esa noche, ya no tenía sentido. Diana era incapaz de seguir bebiendo y riendo. No podía ignorar lo que había pasado, lo visto, lo vivido.

No sabía qué palabras exactas le habían empujado lejos de allí. Fue la conversación de los chicos, que volvía por los caminos del futuro, de los lugares que les esperaban al salir, de los sueños. Entonces le pareció demasiado cruel todo, demasiado duro saber que no eran iguales ellos y ella, que su paseo terminaba y no tenía los ovarios para alargarlo más porque cuanto más tiempo pasaba entre esas personas más profunda era su convicción de que no querría estar en su pellejo y más difícil se le hacía salir corriendo sin más. O fue el tono que habían adquirido las voces, volviéndose graves.

Estaba allí y quería darles ánimos sin saber qué coño decir, con el único impulso de esconderse bajo la manta y dormir hasta que llegara el día y el momento de marcharse.

Quiso ser una viajera y adentrarse en la auténtica Cuba de Fidel y necesitaba salir como una turista, rápido y sin sudar, con todas las comodidades y la mayor eficiencia.

No aguantó más. Se iba. Omar quiso besarle como despedida. Ella aceptó su beso porque no encontró una respuesta mejor. Luego se adentró en las calles de tierra y trozos de asfalto y caminó rápido, sin mirar atrás, ni a los lados, ni siquiera delante... como si con los ojos pudiera cavar agujeros en los que cobijarse antes de romper a llorar o de que rompiera a llover.

miércoles, 9 de febrero de 2011

----- Él






ÉL


Sentado en la mesa del Rumbos, con su mojito (aún era incapaz de beber ron a secas), Manuel charlaba con Amanda de cualquier cosa menos de lo sucedido en la comisaría. Había amado al socialismo casi como a su mujer, de manera constante y fiel, y no estaba dispuesto a tirar el trabajo de todos esos años, a dejar que se terminara ese amor por nada de lo que allí viera. Creía en la igualdad por encima de todo, en un mundo en el que no hubiera clases ni grandes diferencias, era por lo que había luchado siempre y lo que le guiaba en su día a día. Amanda, tan madura y formada, una cubana que estaba a gusto en su país, culta, educada, viajada y con Internet, alguien con el que podía obviar que las cosas estaban bien, que valoraba lo que tenía porque había visto mucho y que apoyaba la Revolución cubana.

Cuarenta años trabajando en una fábrica, alternando turnos de noche con los de día, leyendo, viviendo en un entorno hostil a sus ideas, tan perfectas, y seguía creyendo en lo que había creído en su juventud, en lugares donde no había diferencias y donde los amores eran para siempre. Cuarenta años queriendo cambiar el mundo y amando cada detalle de su rutina.

Tres- Ella






ELLA


Bárbara estaba cansada, pero aún quería ser feliz en Baracoa. Salió a dar una vuelta por el parque, esperando ver a Yuri o alguno de los chicos.

Tras un rato largo volvió a aparecer en el Rumbos para secuestrar a Diana. Había encontrado a Yuri y a Omar y el mulato quería verla. La española no tenía ni putas ganas de relacionarse. Aquella noche era invisible. Seguía esforzándose para terminar el vaso de ron a secas y no quería más que compañía que no le exigiera conversación. Compañía gratis.

Sin embargo se fue con ella, dejando a Amanda y a Manuel solos.

martes, 8 de febrero de 2011

Dos- Bianca

BIANCA

Bianca estaba allí, pero podía haber estado en cualquier otra parte, porque aquélla no era su historia. Su historia se movía en algún lugar de la ciudad resolviendo sus propios problemas. La policía le importaba un carajo, le cabreaba, vale, pero en ese momento, lo único que quería era saber cómo estaba Yoandri, qué había ocurrido. Manuel anunció que ellos se irían a la mañana siguiente, en un taxi colectivo que salía hacia Holguín y ella ni siquiera se inmutó, con la mirada escupida hacia la puerta de rejas del local.

-Me voy -le dijo a Diana al oído.
-¿Adónde?
-A buscar a Yoandri

Diana sólo le miró. Fue entonces cuando Bianca le dijo que ayudaría al mulato en lo que fuera necesario, que lo había pensado y que no se podía marchar sin más.

-Quizás soy una estúpida, otra tonta a la que están engañando, pero no me importa. Me gusta Yoandri y no sé cómo sería en otra situación, pero le voy a ayudar. Con una carta de invitación, buscándole un trabajo, no sé, con lo que sea. Y si me está engañado, ya lo veré. Me da igual, por lo menos le habré ayudado a salir.

Un- La huida






LA HUÍDA


Era de noche de nuevo. El día pasó todo lo rápido que pudo como para compensar la interminable velada anterior. Diana odiaba despertar cuando estaba oscuro, como le sucedía con las resacas. El alcohol de la noche estaba demasiado lejano como para doler. Cuba, sin embargo, le dolía en exceso, estaba demasiado cerca, adherida, herida.

Bianca y ella se fueron al Rumbos, como cualquier otra noche. Y allí estaban los extranjeros y Amanda, a los cubanos no se les veía. Se sentaron con ellos. El ron le quemaba la garganta. Era incapaz de tragar y, sin embargo, no dejaba de intentarlo con sorbos pequeños, queriendo volver a la Cuba de la fiesta y el baile.

Habían encontrado a Helen y ambos confesaron haber visto la droga, que, sin embargo, no tenían. La investigación seguía abierta y buscaban a una pareja de extranjeros, los que se habían llevado la mercancía, con los que les habían confundido. La información de los detenidos les descartaba.

“La policía lamenta lo ocurrido”, repitió la cubana, diplomática. Diana también lo lamentaba.

lunes, 7 de febrero de 2011

Siete- Libres

LIBRES

Más o menos libre, así se sentía Bianca a las puertas de la comisaría. Alrededor suya la gente caminaba despacio, llevada por la inercia de saber que podían moverse. Durante horas habían compartido mucho: la angustia, la duda, el miedo. ¿Qué se suponía que tenían que hacer después? Amanda les aconsejó que se fueran a casa a descansar.
Descansar. Les hacía falta. Las caras emblanquecidas tras horas de exposición al tungsteno, los ojos confundidos y a medio abrir, el desconcierto... Todo podía desaparecer con unas horas de sueño real y no sobre el suelo. Bianca miró a Yoandri y lo abrazó.

-Ya está, ¿viste? -le dijo.
-Esto no terminó. Vete a casa. Duerme y báñate. Haz caso a la mujer, te vendrá bien.
-¿Y tú?
-Yo voy a ver cómo está mi familia.

Donde le apetecía dormir era en la casita de Yoandri, pero se unió al resto de extranjeros y se fue caminando hacia su “casa”. Nadie hablaba, ni quiera Manuel. Hasta él parecía estar harto.

Cuando llegaron a casa de Blanca todo el mundo estaba en el salón: Yaquelín, su padre, Blanca, Zuleima, Fabrizio. Hubo tantas preguntas y tenían tan pocas respuestas que la curiosidad de la comitiva no hacía más que aumentar, mientras Bianca y Diana sólo querían acostarse. Cuando consiguió alcanzar la cama, le costó dormirse y, cuando despertó, era de nuevo de noche.

Seis- No trabajar para Babylon

NO TRABAJAR PARA BABYLON

Lo hizo. Eddy accedió a colaborar con la policía en aquel caso. Con condiciones, pero lo hizo. Había roto uno de sus principios, el de no trabajar ni con ni para los perros. Estaba en una situación a la que no encontraba salida. Aquellos hijos de puta le tenían cogido por los huevos y contra el testimonio de un policía se podía hacer bien poco. ¿Quién era él? Nadie: un delincuente a los ojos de Babylon, el lumpen de Fidel. ¿Quién era? Ni siquiera él podía responder a esa pregunta tras delatar a su amigo. Pero había negociado pensando en los dos. El foco se dirigía en ese momento a Roberto y su implicación en el asunto. Era necesario que hablara Helen. Pero, una vez confesado, ¿quién le aseguraba que las promesas de Varela se fueran a cumplir?

Eddy lloró cuando le dejaron a solas, y lloraba aún cuando volvieron los uniformados a la habitación en la que le tenían encerrado. Estaba derrotado, atado y sin opcione, a merced de aquéllos a los que más odiaba y ante los que se arrodillaría sin pensarlo a cambio de clemencia. El día anterior acariciaba la gloria en forma de dinero y no sólo se quedó sin ella sino que tuvo que perder lo único que siempre supo suyo: sus principios. No le importaba que le vieran llorar.

viernes, 4 de febrero de 2011

Cinco- El movimiento

EL MOVIMIENTO

La puerta del cuarto en el que interrogaban a Eddy se abrió y el teniente asomó medio cuerpo.

-¡Necesito algunos hombres ya! -los policías se movieron apresurados ante el tono de Varela. Incluso Roberto abandonó la habitación en la que estaba para presentarse ante el teniente–. Usted, Funes, siga con el canadiense. Después hablaremos.
-No, si acá ya está todo dicho, mi teniente.
-¡Obedezca, Funes!

Cinco uniformados siguieron al teniente hasta la oficina y segundos después los mismos estaban saliendo con paso apresurado de la comisaría. Detrás de ellos, el teniente se quedó en el centro de la estancia, mientras los detenidos le miraban intentando comprender lo que estaba sucediendo.

-Está bien, chicos. Tuvieron suerte: Eddy confesó. Según el señor Eddy Guerrero, él y su amigo son los únicos protagonistas de esta extraña historia. No es que yo le crea del todo, porque faltan algunos puntos que aclarar, pero no vamos a retenerles aquí si no están acusados. Así que se pueden marchar. Eso sí: con condiciones, ¿me oyen? –en este punto miró a Amanda-. Lo primero y más importante es que tienen que estar disponibles y localizables, no pueden salir de la ciudad hasta que no encontremos al otro acusado y aclaremos por completo esto. ¿Ok?
Ninguno se atrevió a hablar. Ni una disculpa ni unas buenas palabras, ni siquiera un “gracias por su tiempo”. Pero ninguno dijo nada. Todos compartían la necesidad de terminar con aquello cuanto antes, de salir, de ver que era de día de verdad y que la vida seguía allí fuera, como si sólo hubiera sido una pesadilla.
-Bueno, ¿qué? ¿Es que no se quieren ir?

El primero en salir fue Omar, mudo y precipitado. El resto imitaron al cubano como borregos, dejando las preguntas, las quejas y, sobre todo, las respuestas para el otro lado de la puerta.

----- Más media voz

MÁS MEDIA VOZ

Manuel y Amanda también se habían separado algo del resto y, de pie, charlaban sin levantar mucho el volumen. En el consulado español estaban al tanto de todo lo que habían hablado el teniente Varela y la cubana y permanecían pendientes de la evolución del caso. La declaración de Eddy podía cambiar radicalmente la situación de los detenidos.

“Paciencia, Manuel”, le dijo. Y él estuvo a punto de responder que de eso sabía mucho, que llevaba toda su vida esperando a que las cosas salieran tal y como las deseaba y que no le había funcionado demasiado bien. Pero eran temas que no tenían nada que ver, ni siquiera sabía por qué le había venido ese pensamiento a la cabeza, tal vez porque Amanda desprendía confianza, o porque llevaba tres semanas sintiéndose un extraño, una persona fuera de contexto, de lugar, de sí. Todo aquel viaje, su sueño de conocer la Cuba de Fidel, no había sido como esperaba, porque él mismo no era el que quería ser. Tenía que disfrutar sus días en la isla, pero lo único que le apetecía en realidad era salir corriendo, volver a España y a su casa, con la mujer con la que siempre quiso querido compartir la vejez. Ella se había escapado y él había tenido que huir de la mano de su hija, dolorosamente parecida a la madre. A punto de jubilarse y más cerca que nunca de la tercera edad le dolía pensar que todo lo recorrido durante años no había servido para nada y se resistía a aceptar que las cosas no pudieran ser lo perfectas que él esperaba que fueran.

Podía esperar un poco más.

jueves, 3 de febrero de 2011

Tres- Cierra el paréntesis

CIERRA EL PARÉNTESIS

Yuri estaba sentado aparte, apoyado en la pared frente al resto de presos, ausente a la expectación de sus compañeros, con las manos juntas y los dedos entrelazados y prietos. Bárbara se colocó a su lado sin hacer ruido y le echó el brazo por el hombro. El mulato se ablandó con el contacto de la chica, relajó las manos e inclinó la cabeza hacia el pelo enredado de la española.

-Bárbara, yo quisiera pedirte perdón por lo que te dije antes –le susurró al oído.
-¿Por qué?
-Por lo de que te casaras conmigo.
-Déjalo, Yuri. Olvídalo. Está bien así.
-Yo sé que tú no eres estúpida. No quería que te enojaras así. Entiéndeme, estoy encerrado aquí, en esta isla. Yo sólo necesito que una persona me ayude a salir. Tengo un amigo en España que siempre me dice que él me ayuda, me paga el viaje y me da el trabajo cuando llegue… Pero no me puede invitar, porque eso no sirve con el Gobierno de vuestro país. Por eso te lo dije.
-Pero, Yuri, yo no me puedo casar contigo así, sin más. Las cosas no son tan sencillas.
-Ya sé, Bárbara, no te preocupes. Yo sólo quería pedirte perdón y explicarte. Olvídalo. Pero una cosa es verdad, y quiero que lo sepas, que tú me gustas, mi flaca, por eso sí no te puedo pedir perdón.

La española le besó en la mejilla y se apoyó en su hombro.

-De todas formas, a ver si salimos de aquí algún día.

Un- La esperanza

LA ESPERANZA

Amanda reapareció sin que nadie reparara en ella. No le preguntaron de dónde venía ni se sorprendieron de que se hubiera marchado en algún momento. No le contestaron cuando preguntó, con cotidianidad, cómo se encontraban. Todos estaban absortos en la conversación que escuchaban a pedazos y que se desarrollaba en el cuartico de la derecha. Tan sólo Manuel se dirigió a ella para indicarle que guardara silencio llevándose el dedo a los labios.

-Han encontrado a uno de los chico -le explicó en voz baja.
-No me digan. Eso puede cambiarlo todo…

Nadie la miraba. La salvación en esos momentos estaba en otro lado.

También había miedo, mucho miedo, a que la detención de Eddy no cambiara nada, a que las cosas fueran a peor y seguir atrapados en aquel absurdo. Diana se sentía perdida, en un punto ni geográfico ni temporal, en un hueco en su mundo en el que ella no tenía nada que decir ni que hacer, en el que no tenía ningún control ni ninguna norma a la que acogerse. Escuchaba las voces del cuartico pero no sacaba nada en claro, ni lo oía bien, ni podía evitar hundirse en pensamientos sobre los posibles finales de aquella historia.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Dos- El despertar

EL DESPERTAR

John volvió en sí zarandeado por Roberto y su mujer. El canadiense no entendía nada y recordaba la noche anterior a trompicones. La discusión con Yolenys, los celos, todo parecía haber ocurrido hacía años. El policía le habló del fuego, de la casa de Yoandri, le preguntó por qué quiso quemar la vivienda, mientras el viejo se debatía entre su dolor de cabeza y el mal humor que le estaba entrando ante la actitud del aquel mulato.

Tras la confusión inicial y unos cuantos insultos a todas las autoridades del mundo, el viejo empezó a recordar lo que había pasado la noche anterior: sus celos, sus ganas de matar a Yoandri, la casa, las llamas, la moto…

-¡Oh, fuck! ¿Cómo está Yoandri?
-Él está bien, chico –respondió su esposa-. ¿Qué pasó? ¿Qué tú hiciste que tienes esa cara?
El canadiense no respondió, se limitó a mirar al policía con expresión de derrota.
-Estaba borracho.
-Eso no es excusa, compañero. De todas formas, a mí lo que me interesa saber es por qué tú prendiste candela a la casa de tu compañero –le preguntó el policía.
-Yo estaba borracho y furioso, no la encontraba y creí que…
-¡Pero tú estás enfermo! –gritó Yolenys–. ¿Quién tú crees que eres para ir quemando las casas de la gente? ¿Es que no sabes las escaseces que pasa esa familia? ¿Es que querías matar a alguien? Lo tuyo no son celos, chico, lo tuyo es obsesión.

El canadiense, ese señor de 67 años, piloto retirado, curtido en mundo y aficionado a las mujeres jóvenes, rompió a llorar. Gimiendo como un niño pedía perdón y repetía que estaba borracho y que no lo volvería a hacer, que no bebería más. El canadiense, ese señor de 67 años, no paraba de llorar. Yolenys le abrazó como una madre comprensiva, hasta que Roberto interrumpió la enternecedora (o estremecedora) escena.

-¿Lo que usted me está diciendo es que eran puros celos? ¿Por eso prendió la casa de su amigo? –El canadiense pidió de nuevo perdón-. ¿No será que usted me está intentando engañar y que hubiera otra razón?
-¿Qué razón? –preguntó la mulata.
-Si no te importa, yo le estoy preguntando a tu marido. Tú ni siquiera deberías estar aquí, así que mantente callada, si eres tan amable -volvió a John-. ¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Seguro que fueron celos? ¿No había otro motivo? Un ajuste de cuentas, dinero… ¿Drogas?
-Yoandri y yo no tenemos ningún problema de dinero.
-¿Y de drogas?
-¿Drogas? No, por Dios. Yo no consumo drogas.
-Ya, pero igual las vendes, o te viste envuelto en el caso de tráfico que estamos tratando, sin que Yoandri González, te diera tu parte. Ante lo que tú decidiste quemar su casa en la que él, por supuesto, no estaba, porque ya se había escondido en otro lado. Pero sí que estaba toda la familia del muchacho.
-¿Cómo están? ¿Están bien?
-Las preguntas las hago yo, me oyes. Si tanto te preocupa cómo está esa gente más te valdría no haber quemado la casa. ¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-No te hagas el bobo. ¿Qué me dices de la droga?
-¿Qué droga?

Vuelta

En el cuartico, Eddy negaba una y otra vez tener nada que ver con ninguna droga, pero los dos policías no se daban por vencidos. Allí estaba Roberto, acusándole de haber recibido dinero de una de las turistas y de haber salido corriendo al verle, y el teniente Varela, en el papel de poli bueno, de experimentado y paternal detective.

-¿Y por qué lo hiciste? ¿Por qué saliste corriendo si no habías hecho nada malo? -insistía Roberto con la cara muy cerca del chico.

Y él callado, con el impulso de escupir al mulato cuando se acercaba para seguir jodiéndole.

-¿Qué fue lo que te dio esa chica? -seguía el policía.
-Cien dólares, para una fiesta que íbamos a organizar.
-¿Otra vez la maldita fiesta?- Roberto se regodeaba en su poder ante el chico que lo había mareado-. Ustedes se creen muy listos, ¿verdad? Pero nosotros no somos imbéciles. ¿Dónde está el dinero ahora?
-Lo perdí.
-Ya. ¿Entonces cómo podemos saber cuánto era?
-Pregúntenle a la chica, ella les dirá lo mismo.
-Pero es que a ella tampoco la creemos.
-Oiga, Eddy -intervino el teniente-. Según la denuncia, usted estaba con otro chico, Helen Balbís. ¿Dónde está él?
-Yo no sé.
-¿Cómo que no sabe? ¿Lo conoce?
-Sí, lo conozco. Acá se conoce a todo el mundo.
-¿Cuándo le vio por última vez?
-Qué sé yo... la otra noche.
-¿La otra noche? ¿Ayer?
-Ayer yo no lo vi.
-¡Ya estás mintiendo otra vez! -Exclamó Roberto-. ¿Viste? No se puede confiar en él... Yo les vi juntos, muchacho. Él estaba contigo en el momento en que la muchacha les dio el dinero...
-¿Y para qué preguntas nada si tú ya lo sabes todo?
-Mira, chico, esto es serio y tú estás jodido, así que no te pongas bravo...
-Tiene razón Roberto, muchacho, esto es grave. Y si tú estás metido, será mejor que colabores con nosotros. Eso te puede ayudar, podemos hacer que la justicia sea más benevolente contigo, si tú nos ayudas primero, claro.
-Yo no colaboro con perros.
-Yo no sé por qué tú nos consideras tus enemigos. Nosotros sólo somos enemigos de quien no hace lo que debe...
-Relájese, Roberto. Vamos a dejarle tiempo para que lo piense. El muchacho está abrumado. Escúchame, Eddy. Esto se nos fue un poco de las manos a todos. Yo no creo que tú seas un peligroso narcotraficante, ni nada parecido, pero estás en un lío de drogas porque alguien te denunció. Hay testigos que te vieron con el paquete. También sabemos que hay turistas involucrados, pero necesitamos saber exactamente dónde está la mercancía y quiénes son el resto de culpables. Allá fuera hay siete personas detenidas. Todas ellas niegan tener que ver con lo sucedido, pero todas tienen algún motivo por el que estar detenidas. Bastaría que tú nos aclarases todo para que esto se terminara. El que es inocente, para su casa, y el que es culpable para el cuartel. Si tú nos ayudas, te ayudaremos. Esto puede ser un delito menor o un escándalo, y tú sabes que el castigo cambia mucho según el ruido que se haga.

Eddy miraba el suelo y callaba. No sabía que había testigos, no tenía ni idea de la información que manejaban aquellos dos y estaba cansado.

Comenzó a llorar.

-¿Por qué lloras, chico? ¿Es porque tu padre no te quiere? -empezó a molestar Roberto-. Sí, muchacho, estuve preguntado por ahí y es algo que todo el mundo sabe, que tu papá no te lleva con él a Miami porque no confía en ti, porque eres un maleante, lumpen. Tú y tus amigos. Nos conocemos todos en esta ciudad. Me enteré de más cosas: que te gusta el juego, por ejemplo, y la droga. Tienes debilidad por todo lo ilegal, ¿verdad?
-Tú no sabes nada de mí -acertó a decir Eddy con los sollozos cada vez más acusados.
-Bueno, algo sé. Igual sé hasta más de lo que tú sabes. Por ejemplo, sé que tu padre pasó acá la Navidad y no les dijo nada ni a tu madre ni a tus hermanos. Pregúntale a su otra familia y verás que es verdad. Ni siquiera tu padre quiere tener que ver contigo. ¿Por qué será? Porque eres basura.
-¡Y tú un hijo de puta! -respondió Eddy-. ¿Por qué quieres joderme? ¡Él es el peor maleante! ¡Lo que le jode es no tener él la droga! -dijo el chico dirigiéndose a Varela.
-Está bien, está bien. Tranquilo, muchacho, tranquilo. Oye, Roberto, puede traerle un vasico de agua. Le vendrá bien al chico para tranquilizarse –en cuanto el policía hubo salido de la habitación, el teniente continuó con su discurso conciliador-. Ésa no es manera de hablarle a un policía, muchacho. ¿Qué tú quieres? ¿Estar más jodido todavía? ¿Por qué acusaste a Roberto?

Eddy calló de nuevo consciente de que se había dejado llevar.

-Escucha. Ese mulato es un imbécil. Lo conozco bien. Es sólo un guajiro de ésos que quieren irse para La Habana. Lo de defender la ley le importa un carajo, la única ley para él es la del mínimo esfuerzo y nunca le vi esforzarse tanto como con este asunto. Lo que yo me pregunto es por qué este policía se está preocupando tanto con este caso. ¿Lo sabes tú?
-Yo no sé nada.

En ese momento entró Roberto con el vaso de agua.

-Oiga, compañero, ¿qué pasó con el viejo del incendio? -le preguntó el teniente.
-¿Con el canadiense? Allá está, durmiendo.
-Ya durmió suficiente, esto no es un hotel. Despiértelo y averigüe lo que pueda.
-Pero eso puede esperar. Es mejor terminar primero con el muchacho.
-Haga lo que le dije. Del muchacho me encargo yo.
-Pero...
-Es una orden.

martes, 1 de febrero de 2011

Vuelta

Su llegada fue un torbellino. A su alrededor, los agentes hablaban y daban órdenes sin que quedara claro a quién se dirigían. El sol pegaba fuerte al otro lado de la ventana y la bombilla llevaba tiempo apagada. Con la luz natural y la presencia de Amanda las caras habían mejorado. Eddy llegó custodiado por más de diez policías de todos los colores. Dos de ellos le arrastraban hacia dentro cogido por ambos brazos. Él miraba abajo, abatido, y se dejaba llevar.

Era Eddy, el presunto cabecilla de todo aquello. Le habían encontrado y él no parecía oponerse. ¿Sería cierto lo de la droga? Nadie se atrevió a decir nada, pero un murmullo recorrió los cuerpos que unos minutos antes yacían acomodados como podían entre el suelo y un par de sillas. Un murmullo que les hizo incorporarse sin ponerse de pie y mirarse con complicidad y miedo. Había que esperar. Pero esta vez la espera era menos abstracta y la esperanza más concreta.

Nadie dijo nada, pero todos estaban despiertos y atentos por si se escapaba algo de lo que sucedía en uno de los cuartos. Hasta Yolenys había pegaba el oído a la pared en un intento de entender lo que decían aquellas voces en la habitación de al lado mientras sacudía y chistaba a su marido para que dejara de roncar.

Cinco- Sweety

SWEETY

Diana se sentó de nuevo en el suelo. A medio metro de ella estaba Yuri, manoseando un papel ensimismado. Omar estaba en la pared de enfrente, callado y despierto, era el más asustado. Al otro lado de la española estaban Bianca se había vuelto junto a Yoandri, en paralelo, cerquita pero sin tocarse.

-¿Qué les dijeron? –le preguntó Yuri volviendo de sus pensamientos.
-Que seamos buenos y tengamos paciencia, básicamente. Que estemos tranquilos si no hemos hecho nada.

Él sonrió, con una mueca irónica.

-Esto es para ti –dijo cambiando de tema mientras le alargaba el papel manoseado.

Diana lo abríó. Era un pedazo de hoja de rayas de la libreta de Thomas. Tenía escrita una dirección en La Habana y un número de teléfono.

-Me dijo que cuidara de ti. “Take care of her”, me dijo. Ya ves, aquí te tengo, vigiladita.

Ella sonrió. Probablemente aún estaría en el bus, sin saber nada de lo que estaba pasando, sin sospecharlo, drogado con somníferos y algo de alcohol, maloliente.

Diana pensó en lo que le había dicho a Yuri: “Take care of her”. Cariño a destiempo. “Era un imbécil”, se intentó consolar la española, pero sólo recordaba cómo le llamó “sweety” en el Rumbos, mientras jugaban a las cartas, o cuando apareció en casa de Blanca justo antes de que se sentara a cenar y se quedó allí, mirándola.

-Tú lo tienes fácil -dijo Yoandri–. Con ese papel no necesitas más. Si quieres, puedes irle a buscar. Hasta a Alemania si tú quieres.
-No voy a ir a buscarlo a Alemania.
-Pero si quieres, puedes. Si, por cualquier motivo, tú quisieras probar, podrías.

Bianca se había dormido a su lado. “Romántica Bianca”, pensó Diana. Ella no. Ella no iría a Alemania, ni siquiera quería tener algo con Thomas. Le quiso, en ese momento lo sabía, y no por eso cambiaba nada. Otro amor de cuatro días. Y el bávaro seguía siendo un imbécil.

Tenía mucho sueño de nuevo…